Director: Pedro Lazaga
España, 1971, 95 minutos
¡Vente a Alemania, Pepe! (1971) de Pedro Lazaga |
Junto con la llegada masiva de turistas, sobre todo a partir de la década de los años sesenta, el fenómeno de la emigración española hacia otros países del norte de Europa, notablemente la entonces República Federal Alemana, fue determinante para el aporte de divisas a la maltrecha economía nacional a través del envío de remesas. Tal inyección pecuniaria no sólo permitía equilibrar el déficit comercial, saneando la balanza de pagos, sino que contribuyó, por un lado, a la progresiva apertura del régimen franquista e, indirectamente, a la posterior transición a la democracia.
Es en esa coyuntura tan singular en la que se gesta ¡Vente a Alemania, Pepe!, típica comedia del denostado landismo, pero susceptible de aportar, merced a la perspectiva que da el paso del tiempo, no pocos datos de carácter sociológico sobre algunas páginas de nuestro pasado reciente que, quizá por engorrosas, se tiende a obviar con demasiada frecuencia.
Efectivamente, la acción arranca y concluye en Peralejos de Arriba, localidad imaginaria del Alto Aragón cuyos exteriores corresponden, en realidad, a Talamanca de Jarama, Madrid. Como en tantas aldeas deprimidas de la época, el ambiente macilento que se respira en Peralejos poco tiene que ofrecer a los jóvenes, más allá de sol, moscas y, cuando las circunstancias y el párroco local lo permiten, algún que otro espectáculo de varietés a través del desvencijado televisor del bar. Por eso, la llegada de Angelino (Pepe Sacristán), con su flamante Mercedes, su abrigo de fibra de coco y las excelencias que canta sobre lo bien que se vive en Múnich, no hace sino excitar aún más la ya de por sí fantasiosa imaginación de los lugareños.
Y en vista de cómo le va por Alemania al Pepe de marras (Alfredo Landa) cabe pensar que el objetivo de los dos Vicentes autores del guion (Escrivá y Coello) no era otro sino desmitificar las bondades de un éxodo en el que muchos españolitos desesperados creían ver la panacea contra todos sus males (represión sexual incluida), al tiempo que se subrayaba la idea de que aquí no se vivía tan mal. Son diversas, al respecto, las escenas que avalarían dicha suposición, aunque la más reveladora es, sin duda, la que tiene lugar en la pensión Müller durante la primera cena tras la llegada de Pepe: frente al nada suculento menú, consistente en sopa de nabo y salchichas con mermelada, a los comensales se les hará la boca agua ante la vista del surtido de embutidos que el susodicho se ha traído del pueblo. Vamos: que se pinta al emigrante como un muerto de hambre, nunca mejor dicho.
Y no sólo eso: mención aparte merece el personaje de don Emilio (Antonio Ferrandis), exiliado republicano y médico de profesión al que se muestra en todo momento como un individuo huraño y resentido, un tipo raro, enfadado con el mundo, pero, en el fondo, deseoso de volver a su Oviedo natal aunque el orgullo le impida admitirlo. La estampa del vencido no puede ser más denigrante, a la vez que el mensaje implícito resulta altamente reaccionario. Vendría a decir algo así como que tanto los que se marchan al extranjero empujados por necesidades económicas como los que se fueron en su día por motivos ideológicos no dejan de ser pobres gentes dignas de compasión.
Con todo, conviene señalar que ¡Vente a Alemania, Pepe! no fue la única cinta en abordar un tema al que el cine español ha vuelto con relativa asiduidad dado su carácter cíclico (la crisis que aún colea lleva una década recordándonos que todavía somos un país de emigrantes). En abril de aquel mismo año Españolas en París (1971), de Roberto Bodegas, suponía una aproximación más seria al tema, dentro de la denominada Tercera Vía, de la misma forma que, más recientemente, el díptico formado por Un Franco 14 Pesetas (2006) y 2 francos, 40 pesetas (2014), ambas del actor/director Carlos Iglesias. Por no mencionar Perdiendo el norte (2015) de Nacho G. Velilla que, en muchos aspectos, puede considerarse una puesta al día del filme de Pedro Lazaga, aunque ahora los emigrantes son licenciados universitarios en lugar de paletos con boina y la maleta atada con una cuerda.
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