lunes, 31 de agosto de 2015

Nada (1947)




Director: Edgar Neville
España/Italia, 1947, 76 minutos

Nada (1947) de Edgar Neville


Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado y no me esperaba nadie [...]

El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis ensueños por desconocida.

Carmen Laforet
Nada

Pobre Andrea: aún no sabe dónde se ha metido... Porque conforme vaya avanzado la acción la cruda realidad se encargará de ir demoliendo, lenta pero inexorablemente, las ilusiones con las que había llegado a Barcelona.

Pobre Andrea y pobre Carmen Laforet: Nada, su primera y autobiográfica novela, supuso un soplo de aire fresco en la narrativa de los años cuarenta, con un marcado gusto por lo sensorial y ese estilo plagado de sinestesias ("olor especial", "luces tristes"...) Sin embargo, y pese a obtener el prestigioso premio Nadal, encasillaría a su autora de por vida, eclipsando el resto de su muy notable producción literaria.

En cuanto a la adaptación cinematográfica llevada a cabo por Edgar Neville y Conchita Montes poco más se puede añadir: ni Nada era un texto fácil de adaptar ni las circunstancias eran las idóneas para hacerlo satisfactoriamente. De ahí que el resultado final no se pueda medir en absoluto con la obra maestra de Laforet, debido en parte a la escasez de medios y, sobre todo, a los cortes introducidos primero por la censura y después por la productora CIFESA, que desconfiaba de la viabilidad comercial del film.

Con todo, hay que admitir que, en comparación con el resto de la filmografía de Neville, Nada destaca por su uso casi expresionista de la iluminación, del travelín y de las angulaciones en contrapicado, así como por los opresivos decorados creados por Sigfrido Burman para la ocasión.


Contrapicado que muestra a Juan (Tomás Blanco) y
a Gloria (Diana Salcedo) en segundo término
Edificio de la calle Aribau nº 36 de Barcelona
Placa conmemorativa en la fachada de Aribau, 36
La escritora Carmen Laforet (1921-2004)

Mi casa en París (2014)




Título original: My Old Lady
Director: Israel Horovitz 
EE.UU./Reino Unido/Francia, 2014, 107 minutos

Mi casa en París (2014) de Israel Horovitz


Segunda incursión en la dirección del actor y dramaturgo norteamericano Israel Horovitz (1939), basada en su propia obra de teatro. Como acostumbra a pasar con los cineastas americanos que se dejan deslumbrar por la ciudad de las luces, en Mi casa en París también hay paseos a orillas del Sena, planos de Notre-Dame y de la torre Eiffel y exquisito vino francés a raudales. Era inevitable: como buenos mitómanos, no pueden sustraerse a la debilidad de mostrar los tópicos habituales.

En las películas que, como esta, tratan sobre rencillas familiares, secretos del pasado que afloran inesperadamente y disputas por hacerse con alguna herencia (en este caso, la mansión que habita Madame Girard [la veterana actriz británica Maggie Smith] junto a su hija Chloé [Kristin Scott Thomas] en régimen de alquiler viager, es decir, de por vida) es del todo necesario que los actores se impliquen emocionalmente a fin de transmitir el máximo de credibilidad posible. Pues bien: en lo que se refiere al conflicto planteado en Mi casa en París hay que admitir que los actores lo resuelven notablemente, en especial un muy convincente Kevin Kline en su papel del neoyorquino arruinado Mathias Gold. 

Otro cantar es el desenlace del film: sin duda se le podía haber sacado muchísimo más partido a la historia y a la tensión que se acumula a lo largo de ella, haciéndose evidente una total falta de valentía por parte de los guionistas en aras de conseguir a toda costa un final feliz.

En fin, ¿qué se le va a hacer? Habrá que conformarse con lo que tiene de bueno una película que a priori puede parecer más bien una peliculilla (y, sin duda, que no lo es en absoluto) y obviar algunos de sus posibles defectos.

Ajustando cuentas con el padre

Las sillas musicales (2015)




Título original: Les chaises musicales
Directora: Marie Belhomme
Francia, 2015, 83 minutos

Las sillas musicales (2015) de Marie Belhomme


Son varias las actrices españolas que, en los últimos años, han trabajado asiduamente en producciones cinematográficas francesas. Es el caso, por ejemplo, de Lola Dueñas (Suzanne, 2013; La pièce manquante, 2013; Tiens-toi droite, 2014; Les ogres, 2015...), Victoria Abril (48 heures par jour, 2008; Musée haut, musée bas, 2008; Mince alors !, 2012...), Rossy de Palma (Mes copines, 2006; 30° couleur, 2012; La mecánica del corazón, 2013; No molestar, 2014...) o Carmen Maura (Las chicas de la 6ª planta, 2010; Escalade, 2011; Un village presque parfait, 2014; La vanité, 2015...)

A la última de las mencionadas actrices podemos encontrarla ahora en el reparto de Las sillas musicales, ópera prima de la realizadora Marie Belhomme. Se trata de una comedia romántica al estilo de las del cine clásico americano, en la que la torpe Perrine (Isabelle Carré) se enamora del hombre que ha entrado en coma por su culpa tras un estúpido accidente.

En palabras de la directora: "Es todo muy recatado. Yo quería sugerir, más que otra cosa. En general, las comedias que me gustan son las viejas comedias románticas americanas, todas ellas muy castas. Es un romanticismo muy de niña, pero me sentía así. Me gusta la idea de que Fabrice es una especie de "hermosa" Bella Durmiente. En este caso es ella la que lo despierta, mientras que él está dormido. Estamos en el terreno del romance, pero la película mantiene su lado cómico, absurdo, lo cual no es muy glamuroso que digamos. En la escena final, la que uno se imagina como un final feliz, está lloviendo, y ella le propina sin querer un golpe en la nariz. No es glamuroso. Pero eso se parece más a la vida real" (www.gala.fr, martes 28 de julio de 2015, 21:02 h.)

A pesar de lo inverosímil de la historia (con Perrine disfrazada de oso, plátano o vaina de guisantes), sí que es cierto que el tono general de ingenuidad que transmiten los personajes acerca el film al cuento, con el que comparte el mismo tipo de estructura. Aunque, curiosamente, los niños que intervienen en Las sillas musicales parecen, por contra, más bien defraudados con el mundo de los adultos. Tal es el caso de Arsène, el hijo de Fabrice, o el de aquella niña un tanto cínica a la que Perrine no consigue hacer reír como animadora de una fiesta de cumpleaños.

En todo caso, nadie puede dudar de que se trata de un debut prometedor tras las cámaras.

Philippe Rebbot (Fabrice) e Isabelle Carré (Perrine)

domingo, 30 de agosto de 2015

Cruce de destinos (1956)




Título original: Bhowani Junction
Director: George Cukor
EE.UU./Reino Unido, 1956, 110 minutos

Cruce de destinos (1956) de George Cukor

La presencia británica en la India como potencia colonizadora dejó una huella indeleble, todavía perceptible hoy en día a pesar de que el país obtuviese su independencia en el ya lejano 1947. El camino de dicha emancipación fue largo y plagado de escollos, de lo cual han dado testimonio numerosos filmes: Gandhi (Richard Attenborough, 1982) o Pasaje a la India (David Lean, 1984) serían algunos de los más célebres. Pero mucho antes, en 1956, George Cukor había dirigido un drama sobre el mismo tema, basado en la célebre novela de John Masters. Su título: Bhowani Junction, que aquí se llamó Cruce de destinos.

Como suele suceder en la mayoría de películas de este género, el film adolece de una cierta tendencia a resumir cómo se desarrollaron los hechos, adoptando a tal efecto un punto de vista que no siempre es históricamente riguroso ni políticamente inocente. Quizá por ello las autoridades hindúes no dieron finalmente el visto bueno para que el rodaje se llevase a cabo en su territorio y la película acabaría filmándose en el vecino Pakistán.

Pero nada de todo eso importa a partir del momento en el que Ava Gardner aparece en pantalla, llenándola con su presencia. Se diría que el Cinemascope se inventó para captar hasta el último detalle de su hermosura indómita. Interpreta el papel de la oficial Victoria Jones, una chichi, es decir, mestiza descendiente de británicos e hindúes. Como tal, sus sentimientos se encuentran divididos entre servir a las fuerzas de ocupación a las que pertenece o bien rebelarse contra ellas junto a los wogs (voz despectiva con la que se designa a la población local). A lo largo de la historia irá oscilando entre uno y otro polo, ahora enamorándose del Coronel Rodney Savage (Stewart Granger), ahora despojándose del uniforme para vestir el tradicional sari.

Por cierto que la censura no permitió que se mostrasen determinadas escenas subidas de tono, a lo que debe sumarse el nuevo montaje al que se vio sometida la película tras un preestreno fallido. En su versión definitiva, pues, el film es un larguísimo flash-back narrado por Savage a uno de sus superiores durante un viaje en tren.

Ava Gardner (Victoria Jones) y Stewart Granger (Coronel Savage)
Los wogs tumbados en la vía como acción de protesta
Savage, Ranjit (Francis Matthews), Victoria y Patrick (Bill Travers)

sábado, 29 de agosto de 2015

Sólo los amantes sobreviven (2013)




Título original: Only Lovers Left Alive
Director: Jim Jarmusch
Alemania/Reino Unido/Francia/Grecia, 2013, 123 minutos

Sólo los amantes sobreviven (2013) de Jim Jarmusch


Siempre tan inteligente, el realizador Jim Jarmusch lleva a cabo una perspicaz pirueta en Sólo los amantes sobreviven: se trata de despojar a una historia de vampiros del usual desenfreno adolescente que últimamente las caracteriza para conectarla con el imaginario romántico y, de paso, con la estética del rock underground

De esta manera, Adam y Eve, la pareja protagonista que lleva varios siglos de apasionado romance, destacan por una extrema sensibilidad hacia cualquier manifestación artística de relevancia, en especial la música y la literatura. Adam (Tom Hiddleston) no solo colecciona valiosos instrumentos musicales, sobre todo guitarras, sino que también es intérprete. De hecho, confesará haber conocido a Schubert, a quien regaló un adagio que el vienés haría luego pasar por suyo. Eve (Tilda Swinton), a su vez, posee la habilidad de datar con suma precisión cualquier objeto apenas mirándolo. Como se ve, son espíritus refinados, unidos en su amor por la exquisitez, ya sea en Detroit o en Tánger, donde reside otro vampiro, íntimo amigo de la pareja: el dramaturgo Christopher Marlowe (John Hurt).

Parece como si Jarmusch quisiera dar a entender que en el mundo actual ya no tienen cabida las almas sensibles, condenadas a vivir de noche, huyendo de una realidad atroz que fagocita la belleza sin contemplaciones (como aquel suntuoso teatro, esplendoroso en su día y convertido ahora en aparcamiento). De hecho, Ava (Mia Wasikowska), la hermana de Eve, representa un poco esa amenaza, pues al irrumpir repentinamente en sus vidas distorsiona con su ímpetu el oasis de armonía en el que vivían los amantes.

Pero, ante todo, esta es una historia en la que no falta el sentido del humor. Ahí están, por ejemplo, esos polos de sangre que la pareja saborea para refrescarse o los heterónimos que Adam utiliza (doctor Fausto, doctor Caligari) para obtener clandestinamente el preciado "elixir" en un hospital de manos del doctor Watson... Porque, más que vampiros, Eve y Adam parecen dos estrellas del rock, cada vez más dependientes de su adicción y capaces de trasladarse adonde sea con tal de localizar al dealer que los abastezca de sangre. Aunque no vale cualquiera: la contaminación, en esto como en todo, también ha hecho estragos. Así pues, no es de extrañar que "sólo los amantes sobrevivan", ya que el amor se revela como el único antídoto eficaz contra los envites de la mediocridad imperante.


Algo me dice que ese polo no es de fresa...

viernes, 28 de agosto de 2015

Mi hijo John (1952)




Título original: My Son John
Director: Leo McCarey
EE.UU., 1952, 122 minutos

Mi hijo John (1952) de Leo McCarey


Si preguntáramos a día de hoy a cualquier padre de familia cuál sería la revelación más preocupante o incluso más decepcionante que podría recibir procedente de un hijo, casi con toda seguridad respondería algo relacionado o bien con su salud o bien con su conducta. Sin embargo, formulando la misma cuestión en Estados Unidos durante los años cincuenta a buen seguro que habría que prever otra contestación: que fuera comunista. Comunista... y, por supuesto, espía, porque al parecer una cosa era indisociable de la otra en el imaginario colectivo.

Quienes acuñaron la expresión "Caza de brujas" para referirse al macarthismo no exageraban un ápice, tal era el terror que suscitaba el más mínimo atisbo de ideología izquierdista en la América de la Guerra Fría. Más allá de lo que pensaran o defendieran sus partidarios, el Comunismo se demonizó hasta tal punto que la visión que de él se ofrecía en los medios de comunicación y de propaganda rayaba en lo esperpéntico. Y el cine no fue una excepción.

Uno de los mejores ejemplos que ilustran este periodo es Mi hijo John, dirigida en 1952 por Leo McCarey y con el malogrado Robert Walker como protagonista (de hecho, el actor murió con apenas 32 años durante el rodaje de esta película, lo cual obligó a rehacer algunas escenas insertando planos procedentes de Extraños en un tren de Hitchcock, estrenada un año antes).

Robert Walker (John) y Helen Hayes (Lucille)


Los Jefferson representan la típica familia tradicional de la América profunda, católicos practicantes y fervientes patriotas. Herederos de los valores que les han sido inculcados, dos de sus tres hijos se han marchado a luchar al frente. Pero el descastado John, el tercer hermano, es harina de otro costal: el "intelectual" de la familia, parece haberse distanciado de la manera de pensar de sus padres desde que se fue a vivir a Washington.

Hasta aquí todo más o menos normal. Lo llamativo del caso es cómo afrontan los Jefferson la situación y, por ende, la visión que de los personajes nos ofrece la película. De entrada, John es mostrado como un tipo raro, extremadamente cínico en sus comentarios y reacciones. Se diría, incluso, que parece más bien un desequilibrado convaleciente de algún tipo de trastorno. Su padre (Dean Jagger), a su vez, pierde la paciencia y hasta los papeles a medida que constata la diferencia de criterios que lo separa de su hijo. A fin de cuentas, él es un hombre poco inteligente que presume de su fe ciega hasta en las partes de la Biblia que no entiende.

Undécimo mandamiento: "No golpearás la cabeza de tu hijo con una biblia"


La madre (Helen Hayes) es menos temperamental y en un principio parece comprender mejor a John, ejerciendo de mediadora entre él y su padre. De hecho, Lucille es todo corazón y posee, además, un peculiar sentido del humor: por ejemplo, recibe al agente Stedman del FBI (Van Heflin) ataviada con unas plumas de indio o bromea por teléfono con uno de sus hijos: "¡He recibido el quimono que me mandaste, pero echo en falta la pipa para fumar opio!" Hay un momento en el que incluso parece por fin conectar con John a raíz del precepto bíblico de amor al prójimo y ayuda al necesitado, pero se trata tan solo de un espejismo que muy pronto se desvanece y la buena mujer se irá desmoronando conforme las evidencias confirmen sus recelos.

La madre interponiéndose entre su hijo y el agente Stedman (Van Heflin)


En todo caso, las reacciones de unos y de otros ponen de manifiesto la incomodidad que suscita un tema tabú, la palabra impronunciable que nadie se atreve a emplear porque en ella se condensan todos los males habidos y por haber: Comunismo.

"¿Qué dirá la gente...?"


Respecto a la reaccionaria diatriba final, con abjuración de ultratumba incluida, no hay palabras: el calificativo más oportuno para definirla sería quizá el de antítesis del discurso de Chaplin en El gran dictador. Sólo el contexto político e histórico del momento disculpan hasta cierto punto semejante desvarío, cuya finalidad última no parece tanto convencer a los indecisos sino el regocijo de los ya persuadidos.

Helen Hayes y Leo McCarey durante un descanso del rodaje

jueves, 27 de agosto de 2015

La ciudad y los perros (1985)




Director: Francisco J. Lombardi
Perú, 1985, 135 minutos

-Cuatro -dijo el Jaguar.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio: el peligro había desaparecido para todos, salvo para Porfirio Cava. Los dados estaban quietos, marcaban tres y uno, su blancura contrastaba con el suelo sucio...

El universo recreado por el peruano Mario Vargas Llosa en La ciudad y los perros supuso el tiro de salida para el denominado boom de la novela hispanoamericana. La ciudad es Lima y los perros son los alumnos de tercer año del Colegio Militar. Es en el marco del Leoncio Prado donde se desarrollarán las vivencias de este grupo de cadetes: Alberto Fernández "el Poeta", Ricardo Arana "el Esclavo", el Jaguar, el Boa y su inseparable perrita Malpapeada, el Rulos, el negro Vallano... Marcados por la disciplina, pero también por las crueles novatadas que los internos de quinto les infligen, los muchachos irán dejando atrás su adolescencia en un ambiente en el que la debilidad se paga muy cara.

La adaptación cinematográfica que Francisco J. Lombardi llevó a cabo en 1985 es sumamente fiel al texto original (de hecho, el guion corrió a cargo del propio Vargas Llosa y de José Watanabe), si bien se prescinde, como es lógico, dada la extensión de la novela, de algunas tramas secundarias. Tal es el caso de la figura del Flaco Higueras o de la historia que une a Tere con el Jaguar. Resulta llamativo, por otra parte, y quizá debido a algún tipo de censura o autocensura o tal vez simplemente por pura prudencia, que no se mencione en ningún momento el nombre de Leoncio Prado para referirse al colegio. Lo que sí que se utiliza en un par de ocasiones es el término milico, que Vargas Llosa jamás usa en la obra y del que se sirven algunos cadetes para referirse despectivamente a los mandos.

En cuanto a las actuaciones, quizá las más destacables sean las de Gustavo Bueno en el papel de Teniente Gamboa y Luis Álvarez como Coronel. De todas formas, y pese a lo bienintencionado de la producción, la película carece de la fuerza que posee la novela, de la que es apenas un reflejo pálido. 

Hay, por cierto, otra adaptación de La ciudad y los perros realizada en la antigua Unión Soviética: se titula Yaguar y la dirigió el chileno Sebastián Alarcón en 1986.


Alberto Fernández, "el Poeta" (Pablo Serra) y tras él Vallano
El Jaguar (Juan Manuel Ochoa) y el teniente Gamboa (Gustavo Bueno)
El novelista Mario Vargas Llosa (centro)
 posando con oficiales del ejército peruano

Interstellar (2014)




Director: Christopher Nolan
EE.UU./Reino Unido/Canadá, 2014, 169 minutos

Interstellar (2014) de Christopher Nolan



¿Quiénes son "ellos"?

Do not go gentle into that good night,
Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.

Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.

Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.

Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.

Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.

Dylan Thomas, 1914 - 1953

Como ocurre con la mayor parte de la filmografía de Christopher Nolan, Interstellar es una película abrumadora, excesiva y extenuante. Tras las casi tres horas de duración, uno acaba verdaderamente agotado, tal es el torrente de imágenes, acciones y datos que se nos viene encima. Al margen de si las teorías del astrofísico Kip Thorne referentes al espacio y el tiempo en las que se basa el guion son discutibles o no, lo cierto es que parece un poco exagerado cruzar el universo entero para acabar salvando a la... familia. 

Pero, en fin, ya sea por obra y gracia del Plan A o del Plan B, merced a los misteriosos versos que siempre recita el profesor Brand (Michael Caine), por la aparición de Matt Damon cuando ya nadie se lo espera o por las tormentas de arena que asolan al planeta en un futuro inmediato haciéndolo inhabitable, Interstellar plantea suficientes elementos (verosímiles o no) como para tener enganchado al espectador el tiempo que haga falta. Es el toque Nolan: crear una sensación de complejidad aparente bajo la que se esconden los típicos recursos del cine de suspense de toda la vida. En ese sentido, podría decirse que Christopher Nolan es un Hitchcock sofisticado o la traslación de sus hallazgos al terreno de la ciencia ficción. En todo caso, lo que sí que tienen ambos en común es que son londinenses afincados en Hollywood.

El otro referente inexcusable es, ¿cómo no?, el de 2001 (obra, en este caso, de un director de Hollywood que se afincó en Londres). Los mensajes familiares en formato vídeo que Cooper (Matthew McConaughey) visiona en la nave son una referencia evidente a la película de Kubrick, así como la ausencia de ruido en el espacio cuando se producen explosiones dada la falta de aire que lo transmita (señalábamos recientemente el mismo detalle al comentar Gravity). A estas alturas, parece ineludible que cualquier cineasta que dirija una historia de ambientación sideral deba citar a Kubrick: 2001 marcó una pauta insalvable para lograr credibilidad y no parecer ridículo.

Por último, merece la pena destacar el planteamiento documental al principio y al final del film. Los ancianos que dan su testimonio sobre la tormenta de arena son, en realidad, supervivientes de un fenómeno similar acaecido en Estados Unidos durante la Gran Depresión. No sabemos cómo lo habría hecho Spielberg de haber acabado dirigiendo este proyecto, pero Nolan optó por hacer más efectivo el temor de un posible desastre natural a escala planetaria con estas inquietantes declaraciones en primera persona.




miércoles, 26 de agosto de 2015

El diputado (1979)




Director: Eloy de la Iglesia
España, 1979, 110 minutos

El diputado (1978) de Eloy de la Iglesia


Durante la transición democrática se estrenaron en España unas cuantas películas que, bien por su atrevimiento o bien por reflejar el momento político que se vivía, marcaron época. Curiosamente, en muchas de ellas el protagonismo recayó sobre el actor José Sacristán. Tal es el caso de Asignatura pendiente (José Luis Garci, 1977), Un hombre llamado Flor de Otoño (Pedro Olea, 1978), Operación Ogro (Gillo Pontecorvo, 1979) o El diputado (Eloy de la Iglesia, 1979).

En esta última interpreta al diputado socialista Roberto Orbea, un hombre que se debate entre los ideales políticos que lo han llevado desde la clandestinidad hasta lo más alto del Partido y entre sus tendencias homosexuales. El siempre valiente Eloy de la Iglesia y su coguionista Gonzalo Goicoechea afrontaban así una historia llamada a ser doblemente polémica: en primer lugar porque la inestabilidad política se palpaba en el ambiente y el ruido de sables y las acciones de la ultraderecha estaban a la orden del día; por otra parte, porque la homosexualidad era un tema tabú que nunca se había abordado explícitamente en el cine español de forma seria y, mucho menos, ligado a una personalidad de relevancia social.

José Sacristán como Roberto Orbea en El diputado (1979)


Aunque en la película se incluyen imágenes de archivo pertenecientes a sesiones del Congreso de los diputados en las que se puede ver a la plana mayor de los líderes que protagonizaron la transición, tanto el personaje central como su formación política son ficticios, si bien se trata de una síntesis evidente entre elementos del Partido Comunista y del PSOE.

Otro de los puntos fuertes de la historia expuesta en El diputado es que desmitifica la lucha obrera y el prototipo de líder izquierdista, lo cual la aleja de cualquier atisbo panfletario: más que lucha de clases, los jóvenes que, como Juanito, proceden de extracción social baja están dispuestos a lo que sea con tal de medrar, porque no quieren cambiar el sistema sino formar parte de él.

Quizá en su momento ni todo el mundo apreció la osadía de un film como este ni muchos supieron ver más allá de algunos de sus aspectos superficiales (el destape, a fin de cuentas, estaba en su pleno apogeo), pero lo cierto es que si la libertad de expresión se afianzó en nuestro país fue gracias a películas como El diputado, film que, todo sea dicho, ha resistido bastante bien el paso del tiempo y que aún puede verse sin sonrojarse uno (demasiado).


Con el puño en alto...
... y llorando

martes, 25 de agosto de 2015

Los ladrones somos gente honrada (1956)




Director: Pedro Luis Ramírez
España, 1956, 89 minutos



El particular sentido del humor de Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) queda patente en la mayoría de títulos de sus piezas teatrales y novelas: Un adulterio decente, Cuatro corazones con freno y marcha atrás, Carlo Monte en Monte Carlo, Un marido de ida y vuelta, Eloísa está debajo de un almendro, El amor sólo dura 2.000 metros, Tú y yo somos tres, Madre (el drama padre), Amor se escribe sin hache, Espérame en Siberia, vida mía, Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, La tournée de DiosComo mejor están las rubias es con patatas o Los ladrones somos gente honrada.

De esta última ya se había realizado una adaptación cinematográfica en 1942 dirigida por Iquino, a la que vino a sumarse la de Pedro L. Ramírez en 1956 (dos años después del fallecimiento de Jardiel). A diferencia de lo que sucede en la pieza teatral original, cuya acción se centra primordialmente en la mansión de don Felipe, en esta versión los guionistas Vicente Escrivá y Vicente Coello hacen arrancar la trama en pleno Rastro madrileño, donde El Tío del Gabán (Pepe Isbert) utiliza como reclamo a la tortuga africana cazada en las selvas del Orinoco (sic) para pregonar las fruslerías de su puesto de baratijas. En realidad, ni el quelonio da el triple salto mortal ni fue cazado por él sino que todo es pura charlatanería para facilitar que el Castelar (José Luis Ozores) y el Pelirrojo (Antonio Garisa) puedan desplumar a la concurrencia a sus anchas, ya sean "joven, persona o militar". Algunos incluso parece que le han tomado gusto a eso de que les birlen el parné, como la joven que deja que el Castelar hurgue en su bolso, como si tal cosa, de tan enamorada que está del tunante.

Al mismo truhan, sin embargo, le da por hablar una jerigonza extrañísima, que solo el Tío del Gabán es capaz de descifrar, cuando se pone nervioso (lo cual sucede bastante a menudo, especialmente en situaciones de peligro). Curiosamente, este mismo recurso cómico lo utilizaría años más tarde Antonio Ozores, hermano de José Luis y también presente en el reparto de la película, haciéndolo célebre en sus apariciones en el concurso televisivo Un, dos, tres.



El Tío del Gabán (Pepe Isbert) y el Castelar (José Luis Ozores)
La pérfida Germana (Alicia Palacios) y don Felipe Arévalo (Rafael Bardem)

La ley del más fuerte (1975)













Título original: Faustrecht der Freiheit
Director: Rainer Werner Fassbinder
Alemania, 1975, 123 minutos

La ley del más fuerte (1975) de Rainer Werner Fassbinder

De trabajar en un modesto circo bajo el nombre artístico de Fox y llevar una vida miserable, el joven Franz Biberkopf pasa a ostentar, de la noche a la mañana, una enorme fortuna tras obtener 500.000 marcos jugando a la lotería. Su vida cambiará entonces radicalmente, sobre todo al conocer a Eugen Thiess, un muchacho "distinguido y estirado" perteneciente a una familia de la alta burguesía. Conforme vaya pasando el tiempo, Eugen se sentirá cada vez más avergonzado de la rudeza y la incultura de su amigo, hasta que la situación se vuelve insostenible.

En La ley del más fuerte Fassbinder reflexiona sobre cómo el dinero puede causar más daños que beneficios a quien no sabe gestionarlo, así como qué inconvenientes se derivan de relacionarse en exceso con las clases pudientes y las barreras infranqueables que ni todo el oro del mundo podría ayudar a derribar. El suyo es, por tanto, un planteamiento sumamente pesimista, en el que el individuo no es plenamente dueño de su destino sino que son los otros quienes condicionan su libertad al cerrarle las puertas a pesar de su generosidad. De nada le sirve a Franz gastar dinero a espuertas para tener contento a Eugen y a su familia: al final, le acabarán recordando que él no pertenece a su mundo por más liquidez que haya inyectado en la empresa familiar. De ahí el título del filme: en el mundo real, la única ley que impera es la ley del "tanto tienes tanto vales".


Franz y Eugen en Marrakech con Salem al fondo
"Y en el mundo en conclusión
 todos sueñan lo que son
aunque ninguno lo entiende"

Amar, beber y cantar (2014)










Título original: Aimer, boire et chanter
Director: Alain Resnais
Francia, 2014, 108 minutos

Amar, beber y cantar (2014) de Alain Resnais

La película póstuma de Alain Resnais vuelve a tener un evidente componente teatral, tal y como fuera habitual en sus últimas producciones. Amar, beber y cantar es la adaptación de Life of Riley, una pieza de 2010 del dramaturgo británico Alan Ayckbourn. Es la tercera vez que Resnais recurre a dicho autor (lo hizo en 1993 con Smoking / No smoking y en 2006 con Asuntos privados en lugares públicos).

En esta ocasión, tres parejas maduras viven a lo largo de siete meses el proceso de la enfermedad terminal de George, un amigo común, aunque el susodicho no llega a aparecer nunca en escena a pesar de lo mucho que se le menciona y de cómo llega a influir en la vida de los tres matrimonios. Las mismas parejas, por otra parte, preparan una obra de teatro, hecho que contribuirá a generar todavía más equívocos.

Caroline Sihol, Sandrine Kiberlain y Sabine Azéma

La puesta en escena es sobria, destacando el uso de paneles pintados y trampantojos como decorado. Se le confiere, así, un cierto aire naif al film que hace pensar en Ocho mujeres (François Ozon, 2002), otra película francesa de planteamiento teatral y en la que, curiosamente, también se aludía a un personaje, el padre de familia asesinado, ausente durante toda la trama.

Sin habérselo propuesto (o quizá presintiéndolo a sus casi 92 años), Resnais se despide del cine y del mundo con una película sobre un personaje cuya presencia planea en todo momento (significativo paralelismo con la figura de un director de cine) y ante cuyo féretro se despiden los actores en la última secuencia. En este caso, bien podría decirse que la ficción supera a la realidad.

Alain Resnais durante el rodaje

lunes, 24 de agosto de 2015

Un drama nuevo (1946)




Director: Juan de Orduña
España, 1946, 92 minutos

Yorick (Roberto Font) junto a su hijo Edmundo (Julio Peña)

Dos años antes de que acometiese la exitosa tarea de adaptar Locura de amor, el director Juan de Orduña recurría a otra pieza teatral de Tamayo y Baus, en este caso Un drama nuevo (y algo pretencioso, podríamos añadir). Ambientado en Londres en 1605, muestra los preparativos de una obra de teatro en el Globe. Se trata de un drama de honor que, bien mirado, quizá más parece salido de la pluma de Calderón que no de la de un joven dramaturgo discípulo de Shakespeare.

Lo cierto es que el cómico Yorick (al que da vida el actor mejicano Roberto Font) se empeña en interpretar sí o sí el papel del Conde Octavio, el marido engañado, pese a que sus dotes dramáticas sean más bien escasas. Para ello no duda en ganarse el favor de Shakespeare invitándolo a beber en su habitación un suculento vino español, aunque deberá superar también la oposición de Walton (Manuel Luna), el actor principal de la compañía que ve impotente cómo le arrebatan tan preciado papel.



Lo realmente curioso es que lo que sucede en el escenario plantea llamativos paralelismos con lo que acontece en la vida real y, por ejemplo, la infidelidad de la trama tiene simultáneamente su correlato entre los actores que la interpretan, con todos los equívocos que ello suscita. Es algo que de forma premeditada fue concebido por Tamayo y Baus y que Juan de Orduña sabe trasladar magistralmente a la pantalla. En Un drama nuevo se juega a confundirnos y, si no, véase cómo Walton aparece vestido de monje en la primera escena: no será hasta un poco más tarde que sabremos que se trata de un disfraz con el que se ha caracterizado para interpretar un personaje en otra obra. O en el desenlace, cuando el público que asiste a la representación se deshace en elogios por lo bien que actúa Yorick sin darse cuenta de que no está declamando sino lamentándose realmente.

En el apartado técnico destacan los minuciosos decorados del siempre notable Sigfrido Burman, capaz de recrear el Londres isabelino de manera más que convincente, así como la meticulosa labor del vestuario de época diseñado por José Dhoy y confeccionado por Cornejo. También Guillermo Golberger y Alfonso Nieva, los operadores de cámara a las órdenes de Juan de Orduña, llevan a cabo una labor encomiable con sus continuos y complejos travelines, como el que sigue las oscilaciones de Mary Rosa al bailar la zarabanda durante el banquete.

Como se ve, no son pocos los elementos que pueden destacarse de una producción atípica y que desmiente el tópico de que el cine histórico español de los años cuarenta sólo se ocupaba de mitificar las gestas de los héroes nacionales.

Shakespeare (Jesús Tordesillas), Alicia (Irasema Dilián)
y Walton (Manuel Luna)

Les combattants (2014)














Director: Thomas Cailley
Francia, 2014, 98 minutos




Madeleine Beaulieu (interpretada por Adèle Haenel, la misma actriz que debutara en 2002, siendo apenas una niña, con Los diablos) es una muchacha de armas tomar: fuerte, de trato brusco, segura de sí misma, deseosa, incluso, de alistarse en el ejército. Arnaud Labrède (Kévin Azaïs), en cambio, decide seguir a Madeleine no tanto por convicción sino porque desde un primer momento se siente atraído por ella (de hecho, el título que se le ha dado a la película en los países de habla inglesa es Love at first fight).

De modo que Arnaud comunica a su hermano mayor que no podrá ayudarle durante el verano en el negocio familiar de carpintería, ya que se ha inscrito en el mismo curso de entrenamiento militar y supervivencia al que asistirá Madeleine...

Candidata a nueve premios César de la Academia francesa y ganadora de tres (Mejor actriz para Adèle Haenel, Mejor actor revelación para Kévin Azaïs y Mejor dirección novel para Thomas Cailley), Les combattants no cuenta una historia de amor convencional, toda vez que sus protagonistas tampoco lo son. Ambos forman parte de ese tipo de personas que nunca se rinden (véase los hermanos Labrède confeccionando ellos mismos el ataúd para su padre porque no les gusta ninguno de los que les quieren colocar en la funeraria), con ideas propias al margen del rebaño (sirva de ejemplo Madeleine aburriéndose en la discoteca), preparados para afrontar las contrariedades de un mundo que, según vaticina Madeleine, está llegando a su fin aunque nadie se dé cuenta.