domingo, 30 de septiembre de 2018

Sólo los ángeles tienen alas (1939)




Título original: Only Angels Have Wings
Director: Howard Hawks
EE.UU., 1939, 121 minutos

«Calling Barranca!»

Sólo los ángeles tienen alas (1939)


Nunca he acabado de entender del todo esta extraña historia de aviadores yanquis en un remoto enclave sudamericano. Aunque, a decir verdad, la filmografía de Hawks está plagada de este tipo de tramas sin pies ni cabeza. ¿O es que acaso wésterns como Río Bravo (1959) o El Dorado (1967) tienen más sentido que Only Angels Have Wings?

Ya de entrada, ver a Cary Grant ataviado con esa especie de sombrero cordobés, polainas y cartuchera da más ganas de reír que otra cosa. Lo mismo que el macarrónico acento hispano de los secundarios cuando se lanzan a hablar en español. Los números musicales, vengan a cuento o no, son marca de la casa y rara es la película del director que no incluya alguno de ellos.



Con todo y con eso, Sólo los ángeles tienen alas es hoy un clásico indiscutible de la época dorada de Hollywood. Así, por ejemplo, la presencia de Rita Hayworth en un breve papel contribuye también, sin duda, a aumentar el aura mítica de la cinta, pese a que su relación con Hawks durante el rodaje no parece que fuese precisamente fluida.

La película optó a sendos premios Óscar: mejor fotografía en blanco y negro y mejores efectos especiales, aunque finalmente no obtendría ninguno de los dos.


La loba y la paloma (1974)




Director: Gonzalo Suárez
España/Francia, 1974, 83 minutos

La loba y la paloma (1974) de Gonzalo Suárez


Entre los muchos engendros concebidos por Gonzalo Suárez a lo largo de su irregular carrera se encuentra este filme de reducido reparto y espléndidos exteriores asturianos. Y que, como volvería a suceder dos años más tarde en Beatriz (1976), estaba protagonizado por una exuberante Carmen Sevilla.

El argumento de La loba y la paloma, un tanto previsible y pillado por los pelos, lo escribieron conjuntamente el propio Suárez y Juan Cueto, con quien ya había colaborado en el guion de Morbo (1972). Gira en torno a una codiciada estatuilla prehistórica, hecha de oro y piedras preciosas, cuyo paradero sólo es conocido por una joven muda (Muriel Catalá): la hija del hombre que halló la pieza en una gruta frente al mar y que murió asesinado a manos de su socio. María, testigo accidental del brutal suceso, perdió a consecuencia de ello el habla y el juicio, por lo que se hará difícil dar con el tesoro.



Aparte de las ya mencionadas Carmen Sevilla y la francesa Muriel Catalá, el resto del elenco de actores lo formaron el británico Donald Pleasence (1919–1995) en el papel de Martín Zayas; el norteamericano (aunque afincado en Gran Bretaña) Michael Dunn (1934–1973), quien interpreta al diminuto Bodo; Aldo Sambrell (1931–2010), dando vida al bestial Atrilio, y José Jaspe (1906–1974), encargado de meterse en la piel de Acebo, el padre de María. Un dato curioso: ni Dunn ni Jaspe llegaron a ver estrenada la película, puesto que ambos fallecieron antes de septiembre del 74.

Los espacios claustrofóbicos, así como un cierto ambiente de pesadilla, presiden buena parte de la película, rodada entre Villaviciosa, Llanes y otras pequeñas localidades del litoral cantábrico. Vista con cuarenta años de distancia, La loba y la paloma aparece envuelta de un candor completamente ajeno a la voluntad de quienes la crearon, probablemente porque ni Carmen Sevilla parece la mejor opción para un papel de semejantes características ni el incipiente erotismo de la cinta contribuye a mantener vivo el espíritu de thriller psicológico con el que fue concebida.


No somos de piedra (1968)




Director: Manuel Summers
España, 1968, 89 minutos

No somos de piedra (1968) de Manuel Summers


¿Me lo parece a mí o No somos de piedra es uno de los títulos más denostados en la ya de por sí infravalorada filmografía de Manolo Summers? Pues es una verdadera lástima, porque bajo su apariencia de españolada al servicio de Alfredo Landa se encuentra una sátira mordaz de los españolitos apocados y rijosos, pero también de la España mojigata, aquélla en la que los supernumerarios del Opus Dei inundaban de beatería santurrona la vida pública, al tiempo que escalaban posiciones en los sucesivos gobiernos franquistas en forma de tecnócratas.

Su protagonista, Lucas Fernández (Landa), es el típico hombrecillo insignificante, propietario de un Seiscientos, padre de familia numerosísima y obsesionado por toda hembra que se cruce en su camino, aunque de poco le sirve, dado su carácter pusilánime y reprimido.



Enriqueta (Laly Soldevila), esposa del susodicho, católica practicante y puritana de tomo y lomo, se negará en redondo a tomar la píldora contraceptiva, por lo que al sufrido marido no le quedará más remedio que ingeniárselas para hacerla transigir, aunque con un resultado tirando a pobre.

Escrita y producida en colaboración con Juan Miguel Lamet, No somos de piedra inauguraba la vertiente más comercial dentro de la producción de su director, lo cual no impidió que el inconfundible toque humorístico de Summers estuviese presente en forma de animaciones y globos sobreimpresos con los pensamientos de los personajes, así como a través de la participación de numerosos amigos en fugaces cameos, entre los que cabe destacar a García Berlanga haciendo de guardia urbano o a Lucía Bosé y Natalia Figueroa vestidas de monja.


sábado, 29 de septiembre de 2018

Girl (2018)




Director: Lukas Dhont
Bélgica/Holanda, 2018, 109 minutos

Girl (2018) de Lukas Dhont


Debería ser suficiente con decir el título de esta película —Girl— para que quedase claro de qué trata. Simplemente eso: una chica. Que vive con su padre y su hermano pequeño y asiste a las clases del instituto con total normalidad; que se ejercita tenazmente para mejorar su técnica como bailarina de ballet clásico; que se siente atraída por un vecino de su edad con el que coincide cada día en el ascensor. Lo habitual tratándose de una quinceañera, de no ser porque nació atrapada en un cuerpo que no se corresponde con su verdadera identidad.

Premiada ampliamente en el último Festival de Cannes, Girl aborda la transexualidad huyendo de cualquier enfoque morboso. No en vano, su director, el debutante Lukas Dhont, demuestra una sensibilidad notable al plantear el filme no tanto como el caso de alguien que necesita imperiosamente ser aceptado por los demás, sino como una historia de superación personal.



En ese sentido, Lara (Victor Polster) ya cuenta con el apoyo de su entorno más inmediato, tanto familiar como de amistades. Aunque ello no impide que, de vez en cuando, se encuentre en la tesitura de tener que soportar algún tipo de humillación. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando el profesor le pide —muy amablemente, eso sí— que cierre los ojos para que el resto de alumnas del aula puedan votar si no les importa que Lara utilice el lavabo de chicas. O en la fiesta de cumpleaños de la compañera que la obliga a que enseñe el pene a las demás asistentes.

De modo que no todo es tolerancia a su alrededor. Ni siquiera el padre, en principio un hombre respetuoso y comprensivo, si bien excesivamente protector, tiene la delicadeza de llamar a la puerta cuando entra en la habitación de Lara. Y es por ello que la inseguridad y la impaciencia por acelerar el tratamiento hormonal y la posterior operación de cambio de sexo irán minando poco a poco la confianza en sí misma de la joven, hasta el extremo de no querer comer e incluso autolesionarse. Elementos que, sin embargo, lejos de desembocar en el tremendismo o cualquiera de sus variantes truculentas, son tratados con suma ternura.


viernes, 28 de septiembre de 2018

Le grand soir (2012)


















Título en español: La gran noche
Directores: Benoît Delépine y Gustave Kervern
Francia/Bélgica/Alemania, 2012, 92 minutos

W e    a r e    N o T    d e a D !



Calificar el estilo cinematográfico del tándem que integran Benoît Delépine y Gustave Kervern de disparatado se queda, sin duda, corto: subversivo, ácrata, libertario... son, tal vez, términos que se ajustan mejor al continuo desfile de personajes extravagantes y situaciones absurdas en películas como Le grand soir (2012).

Porque la de los hermanos Bonzini es una actitud un tanto (por no decir bastante) kamikaze: Benoît, alias Not (Benoît Poelvoorde), es ya, de entrada, el típico punki antisistema con perro (según sus propias palabras: "El más antiguo de Europa"); en cambio, Jean-Pierre (Albert Dupontel) no pasa de simple comercial vendedor de colchones. Pero cuando este segundo se quede sin trabajo, iniciarán ambos una tournée gloriosa a resultas de la cual el hasta entonces anodino Jean-Pierre experimenta una notable metamorfosis que lo acerca al universo inconformista de Not, quien rebautiza al hermano con el mortífero sobrenombre de Dead.



Road movie con aspiración revolucionaria en la que dos perdedores natos intentan en vano rebelarse contra el capitalismo, la aparente comicidad surrealista de Le grand soir encierra, sin embargo, una crítica social considerable hacia todo lo establecido. La misma de la que Delépine y Kervern hacían gala en Mammuth (2010), el protagonista de la cual, un Depardieu capaz de leer el futuro en los vasos de sake, aparece fugazmente entre la retahíla de secundarios que los Bonzini irá topando a lo largo de su accidentado itinerario. Cáfila heteróclita de la que, por cierto, también forman parte Yolande Moreau y Bouli Lanners, coprotagonistas de la no menos incendiaria Louise-Michel (2008).

Y, al final, ¿qué es lo que sacan en claro los hijos del patatero después de su infructuosa lucha? Un simple juego de palabras nos da la clave: We are Not Dead ("No estamos muertos" o "Somos Not y Dead", según se prefiera). Curiosa declaración de intenciones, laboriosamente confeccionada a partir de las letras sustraídas de los rótulos de esas mismas grandes superficies que ellos tanto detestan, y mediante la que la pareja proclama a los cuatro vientos su firme voluntad de seguir dando guerra mientras que el cuerpo aguante.


jueves, 27 de septiembre de 2018

Los amores cobardes (2018)




Título alterativo: El último unicornio
Directora: Carmen Blanco
España, 2018, 92 minutos

Los amores cobardes (2018) de Carmen Blanco

Los amores cobardes no llegan a amores
ni a historias, se quedan allí.
Ni el recuerdo los puede salvar
ni el mejor orador conjugar...

Silvio Rodríguez
"Óleo de una mujer con sombrero"

Eva (Blanca Parés) tiene amigos, tiene talento como dibujante; tiene una madre un poco pesada (como todas las madres), pero que aún es joven y que la apoya en todo lo que hace. Sin embargo, el que fuera su mejor amigo desapareció un buen día de su vida. Y, aunque ella esperó en vano su llamada durante seis años, el muchacho no dio la más mínima señal de vida.

Ahora, Eva ha regresado a Málaga por vacaciones y se ha instalado sola en un piso de su familia que llevaba vacío mucho tiempo. Rubén (Ignacio Montes), el amigo fiel, el marido ideal, el yerno modélico, reaparece de repente con la misma facilidad con la que se había esfumado...



Si hace un par de días hablábamos de Las distancias de Elena Trapé, nos toca ahora presentar otro filme participante en el Festival de Málaga e igualmente indie, rodado con pocos medios y dirigido por una mujer. Los amores cobardes, de la debutante Carmen Blanco, debía haberse llamado El último unicornio (en alusión al unicornio azul que marcó la infancia de la protagonista) y plantea situaciones vitales que, por la frescura de su puesta en escena, podrían recordar vagamente al cine de Jonás Trueba.

En ese sentido, y como es habitual en el caso de muchos nuevos directores, las canciones de la banda sonora, compuestas en su mayoría por McEnroe, juegan un papel esencial como elemento complementario de lo que muestran las imágenes y de lo que dicen los diálogos. Lo cual acaba conformando un conjunto presidido por la ilusión de encontrar tu lugar en el mundo y el temor a perder algo más que la propia independencia en las siempre procelosas aguas del compromiso.


miércoles, 26 de septiembre de 2018

Los amores de Carmen (1948)




Título original: The Loves of Carmen
Director: Charles Vidor
EE.UU., 1948, 99 minutos

Los amores de Carmen (1948) de Charles Vidor


Como pastiche típicamente hollywoodense que es, Los amores de Carmen posee el encanto de las superproducciones de cartón piedra de los años cuarenta. Sobre todo por la deliciosa fotografía en color de William E. Snyder (1901–1984) que le valdría una nominación al Óscar, pero también gracias a las coreografías aflamencadas que concibiera Eduardo Cansino, sevillano de nacimiento y padre de la actriz protagonista.

Una Rita Hayworth que se contonea y sonríe incesantemente y que debutaba en su nueva faceta de productora, al frente de la Beckworth Corporation, encarnando uno de los mitos por antonomasia del imaginario hispánico. Menos racial y más sensual que otras versiones de la cigarrera creada por Mérimée, el mito de Carmen no era, a la sazón, sino un pretexto para volver a reunir a la actriz con Glenn Ford tras el éxito, dos años atrás, de la mítica Gilda (1946), también dirigida, como el filme que nos ocupa, por el austrohúngaro Charles Vidor.



Por aquel entonces, tal y como recoge Barbara Leaming en su indispensable biografía Si aquello fue felicidad..., la intérprete, ya separada de Orson Welles, vivía un apasionado romance con el no menos excéntrico Howard Hughes, al tiempo que otro productor, el neurótico Harry Cohn de la Columbia, instalaba micrófonos ocultos en el camerino de Rita en un episodio más de su obsesiva manía por controlarla.

En cualquier caso, y entre otros muchos tópicos que contiene la cinta, llama la atención la gran cantidad de veces que el personaje central escupe (por descontado, sin arrojar saliva), en un gesto con el que la Hayworth, sobreactuando de forma ostensible, tal vez intenta poner de manifiesto la proverbial pasión gitana. Eso y la particular evolución del navarro don José —de apuesto soldado a temible bandolero— son algunos de los elementos memorables de una película que se cierra con un magistral trávelin de alejamiento, filmado con grúa, que desciende por los mismos escalones sobre los que se hallan los cuerpos yacientes de la pareja, mientras un gato negro cruza la pantalla en el preciso instante en el que aparece sobreimpresionado The End.


martes, 25 de septiembre de 2018

Las distancias (2018)




Título original: Les distàncies
Directora: Elena Trapé
España, 2018, 99 minutos

Las distancias (2018) de Elena Trapé


Presentarse de improviso en casa de otro puede tener consecuencias catastróficas... Sobre todo si el homenajeado en cuestión está atravesando una aguda crisis personal. Les distàncies, triunfadora en el último Festival de Málaga, nos habla de la amistad, pero también del paso del tiempo: de lo mal que envejecen las relaciones cuando miles de kilómetros se interponen entre los individuos. En ese sentido, la película de Elena Trapé (Barcelona, 1976) conecta en espíritu con filmes como 10.000 Km (2014) del también catalán Carlos Marques-Marcet, si bien con un estilo mucho más descarnado, hecho de silencios y de rencillas.

Rodada en Berlín con la sobria fotografía de Julián Elizalde (el hombre de moda por estos pagos, habida cuenta que ha sido, asimismo, el encargado de fotografiar la reciente Penèlope de Eva Vila), la acción de Les distàncies transcurre durante un fin de semana: tiempo de sobras para poner a prueba las supuestas afinidades entre cuatro miembros de la generación que más directamente ha sufrido las consecuencias de la crisis. No en vano, Comas (Miki Esparbé) tuvo que buscarse la vida en el extranjero y Eloi (Bruno Sevilla) se ha quedado sin piso y sin pareja y trabaja en precario.



Evidentemente, los malos royos entre los cinco personajes venían ya de Barcelona en fase latente, si bien es en la capital alemana donde se desencadenan los hechos. El detonante (tal vez un comentario desafortunado, una broma de mal gusto) es lo de menos. Lo que de verdad importa es que los cuatro amigos (más la novia de uno de ellos) comparten un pasado y, pese a la apariencia de buenrollismo que preside su reencuentro, nosotros vamos a ser testigos del momento preciso en el que aflora y estalla una rabia durante largo tiempo gestada.

Dos son las personalidades fuertes en esta historia: por un lado Guille (Isak Férriz), el borde del grupo, capaz de soltar las verdades más hirientes. Su carácter prepotente se pone de manifiesto cada vez que machaca a Eloi o cuando toma sin permiso objetos del piso de Comas que él considera suyos por habérselos prestado en su día. Olivia (Alexandra Jiménez), embarazada e incitadora de la visita sorpresa es, por otra parte, la líder del cotarro; su pareja (Gary) se ha quedado en casa y, a juzgar por la breve conversación telefónica que mantienen, no atraviesan su mejor momento desde que están juntos. Y es que mucho antes hubo algo entre ella y Comas: ¿será verdad, como le dice a Marion (la novia alemana de este último) que el hijo que espera es suyo? De cualquier modo, la antigua promesa que ambos habían pactado de darse una oportunidad al cumplir los treinta y cinco en caso de seguir solteros terminará en absoluto desengaño. Tal y como le dice Olivia en uno de los muchos mensajes que le deja en el buzón de voz: "Me siento ridícula esperando sola en tu apartamento sin saber quién coño eres..."


lunes, 24 de septiembre de 2018

Nueva vida en Nueva York (2013)




Título original: Casse-tête chinois
Director: Cédric Klapisch
Francia/Bélgica/EE.UU., 2013, 117 minutos

Nueva vida en Nueva York (2013) de Cédric Klapisch


La ventaja de ver seguidas una película y su secuela es que se advierten, aquí y allá, pequeños detalles que el director ha querido repetir, quizá como homenaje al filme precedente o, tal vez, porque pretende sacar partido de la fórmula que le dio el éxito con la anterior entrega de la saga.

Última pieza del "rompecabezas chino" que se iniciara en 2002 con L'auberge espagnole y que continuaron las posteriores "muñecas rusas" de 2005, Nueva vida en Nueva York suponía la entrada en plena madurez de sus protagonistas, a punto de convertirse en cuarentones. Personajes que son ya, definitivamente, ciudadanos de la aldea global, después de haber seguido sus aventuras por París, Barcelona, Londres, San Petersburgo y, ahora, la capital oficiosa del mundo, donde serán capaces de fingir un matrimonio de conveniencia con tal de obtener el correspondiente visado.



Aunque, volviendo a los paralelismos a los que antes aludíamos, lo primero que llama la atención es ver con qué brío corre Xavier (Romain Duris) por las calles de la Gran Manzana: se diría que no ha perdido ni un ápice de la vitalidad con la que, una década atrás, él y sus compañeros de apartamento galopaban, en Una casa de locos, por los callejones del Barrio Gótico con tal de evitar que el novio de Wendy (Kelly Reilly), un muchacho algo atolondrado e inoportunamente llegado de Inglaterra, descubriese la infidelidad de ésta con un apuesto yanqui de Santa Fe. Por cierto, que la misma situación vuelve a darse aquí, sólo que, en esta ocasión, los ya no tan jóvenes amigos se movilizarán para que la pobre Ju (Sandrine Holt) no sepa que Isabelle (Cécile de France) le pone los cuernos con la canguro del hijo de ambas...

Como se comprenderá, no se trata del único guiño luego de tres exitosas partes, pero sí de uno de los más evidentes, junto con la aparición un tanto fantasmagórica de antiguos filósofos nórdicos (en la primera película de la serie era Erasmo el que hacía acto de presencia). Otras semejanzas, en cambio, son mucho más sutiles: un vals de Chopin que ya sonaba en Una casa de locos, un antiguo vecino de Xavier al que reencuentra justo antes de la presentación de su último libro, etc. En fin. Ha pasado el tiempo y los mozalbetes de antaño son hoy padres de familia casados, separados, arrejuntaos y revueltos que debaten por Skype con el editor parisino de sus novelas o en perfecto dialecto mandarín con el consejo de administración de una importante multinacional china: asentados y algo más curtidos, sí, pero tan alocados como siempre.


Una casa de locos (2002)




Título original: L'auberge espagnole
Director: Cédric Klapisch
Francia/España, 2002, 122 minutos

Una casa de locos (2002) de Cédric Klapisch


Observo con asombro cómo ha envejecido una película que en su momento me pareció todo frescura (en realidad, la peli sigue siendo en esencia la misma: es uno el que se ha hecho mayor...) No importa. De hecho, ésa era la idea: con este filme, el director Cédric Klapisch ponía la primera piedra de un tríptico que precisamente había de dejar constancia de la trayectoria y posterior evolución de un grupo de estudiantes universitarios a los que el destino (y el programa Erasmus) reunía en Barcelona.

Sin llegar a los extremos de experimentos tipo Boyhood (2014) de Richard Linklater o la progresiva transformación en adulto del Antoine Doinel de Truffaut y Jean-Pierre Léaud, L'auberge espagnole (Una casa de locos, en la traducción castellana) daría paso, tres años después, a Les poupées russes (Las muñecas rusas, 2005) y, finalmente (al menos de momento), a Casse-tête chinois (Nueva vida en Nueva York, 2013).



Algunos de los integrantes del reparto coral de esta primera entrega —caso de Romain Duris, Audrey Tautou o Cécile de France— se consagrarían en lo sucesivo como grandes estrellas del cine francés. En efecto, ellos son prácticamente los únicos (junto con la británica Kelly Reilly) que intervienen en las tres películas de la serie: Xavier (Duris), aspirante a economista y escritor en ciernes, amén de narrador en primera persona de la historia; su apesadumbrada novia Martine (Tautou), afligida en la distancia mientras él se pega la gran vida en la ciudad condal; Isabelle (Cécile de France), la belga lesbiana amiga de Xavier que se lía con su profesora de flamenco...

Ya se sabe cómo funcionan este tipo de cintas, construidas a partir de una estructura episódica y a base de multitud de tópicos a propósito de las costumbres locales o de las distintas nacionalidades que se dan cita en el piso que comparten los protagonistas. Así pues, al rechazo inicial que, por ejemplo, suscita, sobre todo entre los alumnos francófonos, el hecho de que en la facultad las clases se impartan en catalán, le seguirá un espíritu de camaradería entre festivo y desinhibido, multicultural y tolerante, que convierte la estancia de estos jóvenes en la capital catalana en una especie de rito iniciático previo a su entrada en el mundo adulto.


domingo, 23 de septiembre de 2018

Enamorado de mi mujer (2018)




Título original: Amoureux de ma femme
Director: Daniel Auteuil
Francia, 2018, 84 minutos

Enamorado de mi mujer (2018) de Daniel Auteuil


A pesar de lo previsible y trillado del argumento, no deja de tener su encanto la que de momento es la última propuesta cinematográfica de Daniel Auteuil como director y protagonista. Una comedia basada en la pieza teatral L'envers du décor del joven dramaturgo y novelista Florian Zeller (nacido en 1979) y que gira en torno a la fascinación enfermiza que la exuberante novia española de su mejor amigo ejerce sobre un hombre de cierta edad (que es como se suele llamar a los viejos cuando se resisten a admitir que lo son).

Dado su origen escénico, el reparto de la película —integrado por el ya mencionado Auteuil, más Adriana Ugarte, Sandrine Kiberlain y el orondo Gérard Depardieu— es reducido y se reúne en el apartamento de una de las parejas con motivo de una cena. Planteamiento que suena a cosa ya vista y que remite a clásicos que van desde Le dîner de cons (1998) de Francis Veber hasta Un dios salvaje (2011) de Polanski, pasando por Barbacoa de amigos (2014) de Éric Lavaine o El nombre (2012) de Alexandre de La Patellière y Matthieu Delaporte.



Vemos, pues, cómo la puesta en escena de Daniel Auteuil se inscribe en una larga tradición del cine francés comercial, si bien se las ingenia para colar localizaciones rodadas en Venecia, así como una lujosa residencia veraniega supuestamente ubicada en Ibiza. Porque la característica más llamativa del personaje central es una imaginación desbordante que le hace hilar una ensoñación tras otra de un modo absolutamente enfermizo. En cierta manera, y aunque se trate de filmes pertenecientes a registros completamente opuestos, le ocurre lo mismo que al personaje de Gad Elmaleh en El capital (2012) de Costa-Gavras, ya que ambos visualizan sus ensueños confundiéndolos (y confundiéndonos) con la realidad.

Un cúmulo, por tanto, de fantasías que emparenta a Daniel con el Gene Wilder de La mujer de rojo (1984): de hecho, Emma (Adriana Ugarte) irrumpirá en casa de Isabelle y Daniel vestida de ese mismo color, por lo que el guiño parece evidente. De la misma forma que algunos, aunque en este caso la referencia sea mucho más velada, no podrán evitar pensar en el Jean-Pierre Bacri de Para todos los gustos (2000) de Agnès Jaoui cuando a Daniel, sentado entre el público de un pequeño teatro parisino, se le salten las lágrimas viendo a Emma representar el papel de Sonia en Tío Vania de Chéjov.

¿Por qué el filme se titula, entonces, Enamorado de mi mujer? Pues por la sencilla razón de que, de tanto fantasear, Daniel acaba por darse cuenta de que lo suyo con Emma no podría funcionar debido a la diferencia de edad, de modo que durante algo menos de hora y media habremos estado asistiendo a un romance paralelo que muy probablemente sólo haya existido en la imaginación febril del protagonista (aunque alguna puerta quede abierta para pensar lo contrario). Con todo y con eso, al final son Daniel y su esposa Isabelle (Sandrine Kiberlain) quienes gozarán de una segunda luna de miel surcando en góndola los mismos canales que el editor cruzó con anterioridad en su mente en compañía de la idealizada Emma.


sábado, 22 de septiembre de 2018

Madame Hyde (2017)




Director: Serge Bozon
Francia/Bélgica, 2017, 95 minutos

Madame Hyde (2017) de Serge Bozon


Sólo la cinematografía francesa, tradicionalmente avezada a la innovación y a las propuestas intelectualmente audaces, podía alumbrar una película tan arriesgada como Madame Hyde. Con ese toque entre surrealista y absurdo que puede encontrarse en los filmes de Bruno Dumont o en la obra de otros cineastas menos conocidos como el Samuel Benchetrit de La comunidad de los corazones rotos (Asphalte, 2015), el actor y director Serge Bozon se ha atrevido a revisitar el mito de Jekyll y Hyde para situarlo en un instituto de enseñanza secundaria de Lyon.

La protagonista, una Isabelle Huppert premiada en el Festival de Locarno por su electrizante papel de profesora de física, hace gala de insólitas facultades sobrenaturales tras haber sido alcanzada por un rayo mientras llevaba a cabo un experimento en su laboratorio.



¿Comedia metafísica o extravagante ciencia ficción? Pues, a decir verdad, ni lo uno ni lo otro, si bien Madame Hyde bebe indefectiblemente de ambos géneros. "Ninotchka se encuentra con El pequeño salvaje" titulaba su reseña el Festival Internacional de Cine de Toronto. Y nos parece una definición de lo más acertado, habida cuenta del hieratismo de la Huppert (nada que envidiar al de la Garbo en la mítica película de Lubitsch) y de la domesticación que la señora Géquil y su alter ego, Madame Hyde, llevan a cabo con Malik (Adda Senani), quien gradualmente pasará de querer emular a los raperos de los suburbios a entusiasmarse con la resolución de problemas sobre vectores.

Sin embargo, la imagen final del Lycée Arthur Rimbaud en llamas haría pensar en un trasfondo mucho más oscuro que el optimismo ilustrado del susodicho filme de Truffaut. A fin de cuentas, Bozon fantasea con la posibilidad de una docente justiciera, casada con un amo de casa (José García) tan complaciente como calzonazos, porque parte de la base de que la realidad que se vive en las aulas dista años luz de dicho ideal, estando más cerca de las continuas faltas de respeto que padece la protagonista, tanto por parte de unos alumnos maleducados que se ensañan con ella impunemente como de un director (Romain Duris) ridículo y engreído. Aun así, hay que reconocer que, a pesar de lo subversivo de su puesta en escena, Madame Hyde hace más por la educación que no planteamientos un tanto buenistas tipo Entre les murs (2008) de Laurent Cantet.


Los que no fuimos a la guerra (1962)




Título alternativo: Ha estallado la paz
Director: Julio Diamante
España, 1962, 95 minutos

Los que no fuimos a la guerra (1962) de Julio Diamante


Pese a estar basada en una novela de Wenceslao Fernández Flórez que se publicara en 1930 (curiosamente, el mismo año de nacimiento de Julio Diamante), a la censura franquista no le pasó por alto el hecho de que la ópera prima del director gaditano contenía alusiones veladas a la guerra civil española, motivo que propició no sólo cuantiosos cortes, sino incluso un cambio de título —Ha estallado la paz— eufónicamente vinculado con la entonces próxima celebración, por parte del régimen, de los veinticinco años del final de la contienda.

En ese aspecto, conviene no perder de vista que, pese a que la conflagración a la que alude el título es la Primera Guerra Mundial, la inclusión de un prólogo y un epílogo ambientados en el presente daba a entender que el anciano Javier (Agustín González) también se estaba refiriendo a nuestra Guerra Civil cuando, tras confesar que consume "grandes dosis de cine, esa barata morfina de nuestro tiempo", dice aquello de: "Hoy he tenido mala suerte. La película era de guerra y he pasado un mal rato pues me ha hecho recordar viejos y desdichados instantes..." Y a fe que fueron desdichados, teniendo en cuenta que al pobre infeliz le costaron, entre otras fatigas, su relación con la bella Aurora (Laura Valenzuela).

Javier (Agustín González) y Aurora (Laura Valenzuela)

Película de época dotada de un innegable tono melancólico, Los que no fuimos a la guerra es, al mismo tiempo, una comedia de costumbres en la que se satiriza la bipolarización de la en teoría neutral sociedad española entre germanófilos y francófilos. Otro guiño del comprometido Diamante, a la sazón miembro del Partido Comunista desde 1955 y encarcelado y expulsado, por dicho motivo, del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, a aquellas dos Españas de las que hablase Machado en un célebre poema para advertir a los incautos españolitos que una de las dos habría de helarles el corazón. No en vano, la imaginaria ciudad de provincias en la que transcurre la acción se llama sintomáticamente Iberina...

Surgidos de la pluma de Fernández Flórez o del no menos brillante talento del director y guionista del filme (que por algo se apellida Diamante), los diálogos contienen verdaderas humoradas. Como cuando, recién llegado de Hendaya, el literato Medinilla es recibido por sus contertulios del casino local al grito entusiasta de Liberté!, Egalité!, Fraternité! A lo que el ocurrente diletante responde, siguiendo la rima y dirigiéndose al camarero: "¡Café!" Por no hablar de don Arístides (Pepe Isbert) y don Amalio (Félix Fernández), ridículamente serios en el desempeño de su labor como líderes de las respectivas facciones locales y acérrimos enemigos por mor del conflicto europeo, pese a que con anterioridad compartían azotea y compadrazgo.

Aunque no son los únicos personajes destacables de un reparto coral: el "iluminado" Aguilera (Juanjo Menéndez), inventor de la naranjina, combustible a base de cáscaras de naranja, y perdedor nato como su amigo Javier, es uno de los secundarios más memorables. O ¿qué decir de Pons (Ismael Merlo), consumado maestro en el castizo arte de dar el sablazo? O de Fandiño (Xan das Bolas), propietario del bar donde se instala el primer cinematógrafo de la villa. Todos ellos entrañablemente tronados, dignos representantes de una causa perdida de antemano y a los que, dado el escaso protagonismo del que gozan en la película los integrantes del sector germanófilo (a priori más fácilmente identificable, si se tiene en cuenta el origen geográfico de su ideario, con el bando franquista), cabría considerar trasunto de una generación posterior (la del propio Julio Diamante) que, sin haber participado en la Guerra Civil (y de ahí el título de la cinta, oportunamente rescatado para la ocasión), vio, sin embargo, condicionada su vida por las consecuencias derivadas de la derrota republicana.

"¡Viva Francia!" - Don Amalio (Félix Fernández) despidiendo a Pons

viernes, 21 de septiembre de 2018

La aparición (2018)




Título original: L'apparition
Director: Xavier Giannoli
Francia, 2018, 144 minutos

La aparición (2018) de Xavier Giannoli


Tras dirigir comedias más o menos amables como Quand j'étais chanteur (2006, que aquí se tituló Chanson d'amour) o Madame Marguerite (2015), el francés Xavier Giannoli se atreve ahora con un insípido dramón sobre apariciones marianas que no parece haber convencido a nadie.

Vincent Lindon, en un papel que puede recordar por momentos al del cooperante que interpretara en Les chevaliers blancs (2015) de Joachim Lafosse, se mete en la piel de un periodista de investigación, atormentado por una vivencia traumática de su pasado como corresponsal de guerra en Oriente Medio, a quien el Vaticano encarga que averigüe qué hay de cierto en torno a toda la parafernalia que se ha montado en una pequeña aldea alrededor de una muchacha (Galatéa Bellugi) que asegura haber visto a la Virgen.



Los inacabables interrogatorios, viajes, entrevistas... llevados a cabo por la comisión que lidera Jacques Mayano (Lindon) acabarán arrojando algo de luz sobre una confusa historia personal cuyas aristas son sublimadas sirviéndose como pretexto de la religión de un modo remotamente similar a lo acontecido en Lourdes a mediados del siglo XIX. De hecho, es uno de los objetivos del filme: desenmascarar a los charlatanes que se aprovechan de la fe ajena, al mismo tiempo que se exploran los límites de la trascendencia.

Hasta aquí todo muy bien, pero... El uso (y abuso) de la música del estonio Arvo Pärt, considerada antaño el non plus ultra de la sofisticación con ínfulas místicas y convertida, a fuerza de recurrir a ella, en manido subterfugio, confiere al conjunto un hálito preciosista que impide ir al fondo de la cuestión. Así pues, las pesquisas del afligido Mayano quedarán finalmente relegadas a un cúmulo de imágenes al ralentí, como el plano en el que el plumón con el que Anna (Bellugi) y las monjas rellenan colchones sale despedido del interior de la sala en la que la joven ha sufrido un desvanecimiento.


jueves, 20 de septiembre de 2018

Bajarí (2013)




Directora: Eva Vila
España, 2013, 81 minutos

Bajarí (2013) de Eva Vila


Ahora que su segunda película está en cartelera, es quizás el momento idóneo para comentar el bombazo que supuso, un lustro atrás, el debut de Eva Vila en la realización gracias al documental Bajarí (2003). Surgida del prolífico Máster de la Pompeu Fabra, la directora se adentraba con su ópera prima en la Barcelona caló para rescatar las esencias de una cultura cuyos principales rasgos identitarios se manifiestan a través del cante y del baile flamencos.

Aunque si hay una figura que aglutine de forma paradigmática dichas cualidades ésa fue la única, la irrepetible, la mejor bailaora de todos los tiempos: la grandiosa Carmen Amaya. La herencia artística de la cual sigue, por cierto, más viva que nunca a través de los muchos vástagos que ha dado la estirpe instaurada por la estrella del desaparecido Somorrostro.



Como Karime Amaya, sobrina nieta de la susodicha y uno de los activos principales del nuevo estilo flamenco que arrasa en el mundo entero, desde el turístico tablao El Cordobés de nuestras Ramblas hasta los más selectos escenarios de Japón o Méjico, país en el que nació en 1985 y del que regresaría para instalarse en la ciudad de su admirada mentora. Porque de eso trata, entre otras muchas cosas, Bajarí: del orgullo de pertenencia a una comunidad, de cómo el duende, misterioso e inefable, se transmite de generación en generación. Lo dice Karime en un momento dado: "Yo siempre he creído que la energía de mi tía está, que sigue con nosotros..." Y a buen seguro que algún pedacito de la misma perciben ella y su madre, la también bailaora Winny Amaya, cuando visitan en la Barceloneta la fuente dedicada a Carmen.

Pero el fenómeno capaz de robarle el corazón a todo el que vea esta película es, sin ningún género de dudas, Juanito, el benjamín del clan Manzano y futura promesa de los tablaos. Suyo es el protagonismo en las escenas más emotivas, aquéllas en las que, por ejemplo, el niño se entusiasma viendo las virguerías de que era capaz la Amaya en una célebre secuencia de Los Tarantos (1963) de Rovira Beleta o cuando su tío lo lleva a que le tomen las medidas para hacerle unos botines de charol rojo.


martes, 18 de septiembre de 2018

Penèlope (2017)




Directora: Eva Vila Purtí
España, 2017, 94 minutos

Penèlope (2017) de Eva Vila

Despierta, Penélope, hija mía, para que veas con tus propios ojos lo que esperas todos los días. Ha venido Odiseo, ha llegado a casa por fin, aunque tarde, y ha matado a los ilustres pretendientes, a los que afligían su casa comiéndose los bienes y haciendo de su hijo el objeto de sus violencias.

Homero
Canto XXIII
Traducción de José Luis Calvo

Un pequeño pueblo entre las nebulosas cimas de Montserrat: Penèlope es la vieja costurera que cose y descose las hebras de sus ajados patrones. Al igual que el resto de vecinos, posee el temperamento de una generación avezada en superar mil y un escollos. Ulises, un anciano de poblada cabellera y barba blancas, regresa ahora a ese mismo lugar tras más de tres décadas de ausencia, aunque nadie, ni siquiera Penèlope, lo reconoce. Hecho que, más allá del mundo sensible, sugiere los impedimentos de todo ser humano a la hora de volver a su Ítaca particular...

Si Bajarí (2013), el anterior proyecto de la cineasta Eva Vila (Barcelona, 1975), supuso un imponente derroche de energía flamenca a cargo del clan Amaya, para la más sosegada Penèlope ha optado, en cambio, por trasladarse hasta los apacibles parajes de Santa Maria d'Oló, municipio de apenas mil habitantes donde reside buena parte de su familia, sito en la comarca barcelonesa del Moyanés y magistralmente captado por la tenue fotografía de Julián Elizalde.



Viendo la particular puesta al día que lleva a cabo Vila del mito homérico, se hace difícil no pensar en un ilustre precedente —Honor de cavalleria (2006) de Albert Serra— en el que otra figura portentosa de las letras universales, en este caso don Quijote, deambulaba por la Cataluña interior. No en vano, ambos directores nacieron el mismo año, luego no sería de extrañar que, por tratarse de miembros de una misma generación, compartan similares postulados estéticos.

Pero, como si de una parábola contemporánea se tratase, Penèlope puede leerse asimismo en clave política: que no faltan, en el trasfondo sonoro del día a día, continuas alusiones a un proceso que bien pudiera compararse con la fastidiosa presencia en la heredad del héroe desterrado de codiciosos pretendientes, ávidos de poder y dispuestos a adueñarse de sus más preciados bienes.


domingo, 16 de septiembre de 2018

La noche de los girasoles (2006)




Director: Jorge Sánchez-Cabezudo
España/Francia/Portugal, 2006, 123 minutos



Dotada de una efectiva estructura episódica, probablemente como consecuencia de la trayectoria televisiva de su director —el madrileño Jorge Sánchez-Cabezudo— La noche de los girasoles se ambienta en la misma España rural y profunda que diera antaño lo mejor de nuestra cinematografía. Sólo que, en lugar de incidir en los habituales aspectos de crítica social o costumbrista tan presentes en la obra de los Saura, Camus y demás miembros destacados de la vieja guardia, en la película que nos ocupa se obvian la mayor parte de esos temas (aunque se trata, eso sí y apenas tangencialmente, la despoblación de las zonas campestres) para centrarse en exclusiva en el más puro estilo thriller.

Un armazón, con saltos temporales y continuos cambios de punto de vista, del que, curiosamente, también se serviría, un año más tarde, Sidney Lumet en el que supuso su testamento fílmico: la excelente Before the Devil Knows You're Dead (2007). Lo cual prueba hasta qué punto era conocedor Sánchez-Cabezudo de las últimas tendencias en un género en continua transformación.



Las seis partes en las que se divide el filme llevan por título: El hombre del motel, Los espeleólogos, El hombre del camino, La autoridad competente, Amós el loco y El Caimán. Media docena de fragmentos en los que la trama se va rizando cada vez un poco más, aderezada por una turbadora partitura de resonancias camerísticas que compusiera para la ocasión el francés Krishna Levy.

Pese a que Sánchez-Cabezudo no haya gozado después de la continuidad como realizador de largometrajes que muchos desearíamos, no resultaría del todo descabellado considerar ésta su ópera prima, con sus guardiaciviles corruptos, sus tapias medio derruidas y sus agentes comerciales desequilibrados, como el detonante de un nuevo cine español, de regreso a los recónditos paisajes del interior peninsular y del que Tarde para la ira (2016) de Raúl Arévalo sería, tal vez, uno de los ejemplos más recientes.