miércoles, 2 de julio de 2025

Crin blanca (1953)




Título original: Crin blanc : le cheval sauvage
Director: Albert Lamorisse
Francia, 1953, 40 minutos

Crin blanca (1953) de Albert Lamorisse


¿Conocería Tarkovski Crin blanc (1953)? Parece plausible planteárselo teniendo en cuenta que la luminosidad de la Camarga, tal y como la plasma Albert Lamorisse en este mediometraje, en especial cuando su protagonista sueña con el caballo que es el objeto de sus desvelos, recuerda, y mucho, a cuanto anhelaba el niño de La infancia de Iván (1962). Aunque, por esa misma regla de tres, también cabría preguntarse si el John Huston de Vidas rebeldes (The Misfits, 1961) tuvo en mente esta maravilla a la hora de captar con su cámara las evoluciones de los mustangs a través de las llanuras del desierto de Nevada.

Al margen de las diversas similitudes que se puedan establecer entre éste y otros muchos títulos que dialogan a la perfección con la claridad de sus imágenes (por ejemplo, Tabú de Murnau), lo cierto es que la propia caligrafía de Lamorisse deja traslucir una serie de constantes que se repiten con bastante asiduidad a lo largo de su filmografía. En efecto, la estética visual del cineasta francés, a menudo con una puesta en escena en espacios abiertos, y en la que la poética de la infancia juega un papel determinante, permite deducir la obsesión por la libertad de alguien que considera la niñez como la única patria que verdaderamente nos pertenece.



En consonancia con esto último, sería posible igualmente establecer un paralelismo entre el carácter indómito del caballo y el del muchacho que lucha por evitar que los hombres lo domestiquen. A fin de cuentas, ambos simbolizan el mismo espíritu rebelde frente a la rigidez de lo convencional. En el caso del caballo, su color níveo, asociado con la pureza y lo etéreo, subraya su condición de ser casi mítico, encarnación de la libertad absoluta y salvaje cuya capacidad para evadir la captura, una y otra vez, simboliza la resistencia de la naturaleza ante la imposición y el control humano. En cambio, Folco (Alain Emery) representa la inocencia, la empatía y la capacidad de conexión auténtica, pues a diferencia de los rancheros que intentan someter al caballo por la fuerza, él se acerca a Crin Blanca con respeto, paciencia y un entendimiento intuitivo que le permite ver más allá de la utilidad o el poder, reconociendo en el caballo un espíritu afín al suyo.

Con un cierto toque wéstern, el paisaje de la inhóspita Camarga francesa, territorio virgen que constituye un personaje más de la película, refleja la indomabilidad del entorno en consonancia con la ya mencionada rebeldía del chico y del animal. Telón de fondo, en definitiva, de un verdadero poema cinematográfico con el que su director pretendió hacernos reflexionar sobre lo que significa ser realmente libre y el precio que con demasiada frecuencia hay que pagar por mantener intacta la propia esencia en un mundo de insufribles servidumbres.



martes, 1 de julio de 2025

El globo rojo (1956)




Título original: Le ballon rouge
Director: Albert Lamorisse
Francia, 1956, 34 minutos

El globo rojo (1956) de Albert Lamorisse


La historia de un niño de corta edad que entabla una estrecha relación de complicidad con un globo rojo que le sigue a todas partes... Sin embargo, esta premisa tan inocente se presta a una profunda reflexión sobre la niñez, la libertad, la individualidad y, en última instancia, la resistencia del espíritu humano frente a la adversidad. 

En un París de posguerra que aún se recuperaba y que se percibe en la paleta de colores apagados de la película, el globo se mueve con una autonomía y una ligereza que contrastan fuertemente con la rigidez de las reglas y la monotonía de la vida adulta. A este respecto, la persecución del globo por parte de otros niños, y la eventual destrucción del mismo, podrían interpretarse como la inevitable pérdida de esa libertad y de la inocencia a medida que uno crece y se enfrenta a las presiones y envidias del mundo.



Por otra parte, el globo se convierte en un emblema de todo aquello que nos hace únicos, y cómo esa singularidad puede ser tanto una fuente de alegría y conexión como de conflicto y persecución por parte de la mayoría conformista.

Por primera y única vez en la historia, un cortometraje se alzaba con el Óscar al mejor guion original pese a que apenas se habla en Le ballon rouge (1956), obra maestra del francés Albert Lamorisse (1922-1970) cuyo hijo, Pascal, actuaba aquí de protagonista. El conmovedor clímax de la película, con el niño sobrevolando los tejados de la región parisina, sugiere que, aunque la inocencia pueda ser herida o la libertad amenazada, estas cualidades nunca mueren por completo, sino que se transforman, se unen y elevan al individuo por encima de sus adversidades, ofreciendo la promesa de nuevos horizontes y la continuidad del asombro.



domingo, 29 de junio de 2025

Mañana de domingo (1966)




Director: Antonio Giménez Rico
España, 1966, 70 minutos

Mañana de domingo (1966) de Giménez Rico


Con algo más de una hora de duración, la ópera prima de Giménez Rico participa de una sensibilidad similar a la de otros compañeros suyos de generación como, por ejemplo, el Manolo Summers de De del rosa al amarillo (1965) o, sin ir más lejos, el Antonio Mercero de Se necesita chico (1963). En ese aspecto, Mañana de domingo (1966) destila una especial predilección por la infancia a través de la mirada de sus protagonistas, cuatro hermanos de distintas edades que viven en la ciudad de Vitoria junto a sus padres y que irán en busca de su perro Jai, extraviado entre la multitud, a lo largo y ancho de la ciudad.

No cabe duda de que, al adoptar el punto de vista de los niños, Giménez Rico pone de manifiesto la influencia de un determinado cine italiano de posguerra cuyo ejemplo más emblemático sería, probablemente, I bambini ci guardano (1943) de De Sica, aunque también resulta plausible reconocer ecos en este su primer largometraje de títulos míticos de la cinematografía francesa como El globo rojo (1956) de Albert Lamorisse.



La estructura episódica del guion, obra del propio director y de María J. González de Sarralde, focaliza sucesivamente la atención en cada uno de los hermanos y en las peripecias a las que deben hacer frente mientras persiguen a Jai. Así pues, la pequeña Jose (Blanca Martín) se adentrará en el interior de los almacenes de la factoría Kas, donde un par de simpáticos maleantes (Laly Soldevila y Ángel Ter) la entretendrán haciendo de las suyas; simultáneamente, Antón (Juan Manuel Aracana), el benjamín de la familia, quedará absorto mirando las estatuas del parque hasta que un guardia municipal se lo lleve con él al cuartelillo; por último, Luis (Ignacio Caudevilla) tendrá tiempo de hacer amistad con un niño del campamento gitano (Ignacio Maya) antes de colarse en una sesuda conferencia a cargo de un eminente orador (Juan Cazalilla) que termina como el rosario de la aurora.

Sin embargo, el principal atractivo que ofrece hoy día la cinta no reside tanto en su condición de película de culto por redescubrir (que también), sino sobre todo en el valor documental de unas imágenes que permiten rememorar cómo era por aquel entonces la ciudad de Vitoria, con los conciertos al aire libre de la banda municipal en La Florida o el ambiente bullicioso de las piscinas en el parque de Gamarra.



miércoles, 25 de junio de 2025

28 años después (2025)




Título original: 28 Years Later
Director: Danny Boyle
Reino Unido/EE.UU./Canadá, 2025, 115 minutos

28 años después (2025) de Danny Boyle


Tercera entrega de una saga que ha terminado adquiriendo tics que rozan lo paródico. Porque si la fundacional 28 días después (2002) tenía su encanto y 28 semanas después (2007), dirigida por el canario Juan Carlos Fresnadillo, por cierto, ahondaba en el mismo enfoque distópico, 28 Years Later (2025), de nuevo con Danny Boyle al frente del proyecto, ha sido rodada con un iPhone 15, lo cual ya indica la deriva mainstream de un producto menos autoral y tal vez más comercial.

Visualmente, la cinta que nos ocupa denota la influencia de títulos a priori tan dispares y alejados de éste como En busca del fuego (1981), en lo que se refiere a la apariencia de los infectados, que se parecen a los cavernícolas del filme de Jean-Jacques Annaud, e incluso Apocalypse Now (1979), habida cuenta de que Ralph Fiennes aparece caracterizado con un look que pudiera recordar remotamente al de Marlon Brando haciendo de coronel Kurtz en el clásico de Coppola. En ese aspecto, también la destreza de los protagonistas con el arco y las flechas remite a la puntería de Robin Hood, por ejemplo en la versión protagonizada por Jamie Foxx en 2018.



Con guion de Alex Garland, las altas dosis de violencia gore contribuyen a mantener la tensión constante, ofreciendo un drama post-apocalíptico brutal y conmovedor en el que destaca la profundidad emocional, así como la exploración de la moralidad y la supervivencia en un mundo devastado. Y aunque el final queda abierto (algo hasta cierto punto lógico, tratándose de una franquicia), la película logra expandir el universo de la saga de forma coherente y con entidad propia, explorando la convivencia de los supervivientes con el miedo décadas después del colapso, lo cual explica el desconocimiento de los más jóvenes respecto a tantísimas cosas anteriores a la expansión del virus.

Por lo demás estamos ante una propuesta impactante, ambientada en Escocia, en la que los interminables cúmulos de calaveras o la imponente presencia de los machos alfa, arrancando de cuajo las cabezas de sus víctimas (con espinazo incluido), quedarán probablemente grabadas durante bastante tiempo en la retina de los espectadores más aprensivos.



martes, 24 de junio de 2025

Al fin solos, pero... (1977)




Director: Antonio Giménez Rico
España, 1977, 97 minutos

Al fin solos, pero... (1977) de Giménez Rico


La presentación de Rosario Flores (quien por entonces respondía al nombre artístico de Rosario Ríos) fue esta olvidable comedia musical en torno a un alto directivo de una firma de productos lácteos, interpretado por el mejicano Enrique Guzmán, que se ve continuamente requerido por la propietaria de la empresa (Laly Soldevila), su amante (Ágata Lys) y una hija aquejada de complejo de Edipo (o "del hipo", como dice ella, si bien el suyo se correspondería más bien con un complejo de Electra) que pretende gozar en exclusiva y a todas horas de la compañía de su progenitor.

Ni que decir tiene que la niña en cuestión, de nombre Marta, es un torbellino que lo mismo boicotea las clases de las monjas en el colegio, en especial las de la Madre Sacramento (Mary Carrillo), que le echa excrementos al yogur de la modelo y amante del padre durante la grabación de un spot publicitario. El director de dicho anuncio, por cierto, es el propio Antonio Giménez Rico, quien anteriormente ya había protagonizado un cameo similar en otra de sus películas: El cronicón (1970).

Chus Lampreave y Rosario Flores (babeando yogur)


El variopinto repertorio de canciones que interpreta Rosario Flores a lo largo del filme abarca desde temas folclóricos de Rafael de León hasta composiciones infantiles con letra de Gloria Fuertes, todo bastante gratuito y para mayor lucimiento de la por entonces debutante (contaba apenas trece años en el momento del rodaje).

Poco más se puede añadir si no es destacar la presencia en el reparto de Luis Ciges o Chus Lampreave como secundarios, esta última en el papel de chacha o criada que tiene a su cargo a la cría, o la de Antonio Larreta en el equipo de guionistas. Nombres ilustres que, sin embargo, no impiden que Al fin solos, pero... (1977) sea un bodrio cuyo único interés en aquella lejana coyuntura de la Transición fuese descubrir a un nuevo miembro de la saga Flores o, por qué negarlo, admirar los senos de Ágata Lys en las dos o tres secuencias en las que aparece fugazmente desnuda.



lunes, 23 de junio de 2025

Del amor y de la muerte (1977)




Director: Antonio Giménez Rico
España, 1977, 82 minutos

Del amor y de la muerte (1977) de Giménez Rico


Se hace difícil no interpretar en clave alegórica una película sobre un señor feudal estrenada en la España de la Transición. En ese sentido, Del amor y de la muerte (1977) contiene los elementos necesarios para leer entre líneas lo que Miguel Madrid y José Luis García Sánchez, autores del guion, se propusieron tal vez al idear la historia del viejo don Diego (Antonio Ferrandis) y su no menos abusivo heredero Gonzalo (Simón Andreu). Vamos: que el paralelismo con el ya difunto caudillo y las fuerzas reaccionarias de su entorno debió resultar diáfano para algunos espectadores de aquel entonces.

En ese mismo orden de cosas, el joven Rodrigo (Pedro Mari Sánchez), vilipendiado por los gerifaltes del lugar, pudiera verse como un trasunto de la joven democracia española, amenazada por múltiples peligros, o incluso del flamante monarca que llevaba un par de años ocupando la jefatura del Estado. De ahí que su metódica e inflexible venganza final, en la que el pastor liquida mediante espada, hacha o flechas a quienes le ofendieron en el pasado, tenga mucho de ajuste de cuentas como el que habría supuesto en el 77 la ruptura democrática contra los excesos de la dictadura franquista.



La presencia en el reparto de la siempre tentadora Amparo Muñoz, una de las actrices fetiche del cine de la Transición y que se hallaba en el momento álgido de su carrera, aporta al conjunto un toque sensual, inevitable, por otra parte, en una cinematografía inmersa en pleno proceso de liberación tras cuatro décadas de censura recalcitrante. Erotismo que, en el caso de La Polaca, cuyo papel de molinera presenta bastantes aristas, adquiere una dimensión mucho más perversa.

Ecos de tragedia griega, en la que se mezclan lo incestuoso y el afán de revancha, en el marco de una historia propia del romancero viejo rodada en localizaciones de Guadalajara y Albacete. Por eso la acción arranca y acaba con el mismo plano general de una era donde se trilla el grano y las palabras de un juglar que por allí cruza recitando sus versos: "De ella nació un rosal blanco, / de él nació un espino albar. / Crece el uno, crece el otro: / los dos se van a juntar / y las ramas que se alcanzan / fuertes abrazos se dan. / Y las que no se alcanzaban / no dejan de suspirar. / El amo, lleno de envidia, / ambos los mandó cortar. / El galán que los cortaba / no cesaba de llorar. /  De ella naciera una garza, / de él un fuerte gavilán: / juntos vuelan por el cielo, / juntos vuelan par a par".



domingo, 22 de junio de 2025

El cronicón (1970)




Director: Antonio Giménez Rico
España, 1970, 94 minutos

El cronicón (1970) de Antonio Giménez Rico


Con un poco de comedia de época y otro poco de opereta, El cronicón (1970) basa buena parte de su comicidad en la inclusión de elementos anacrónicos. Por eso los miembros de la corte medieval bailan a ritmo yeyé o el avispado Aladino (Luis Sánchez Polack, "Tip") lleva gafas de montura metálica. A semejante voluntad paródica obedece también la ambientación yanqui del Nuevo Mundo cuando don Blas Testa de Buey (Cassen) y sus secuaces cruzan el charco para ir en busca de El Dorado.

Ayudado en las labores de guion por su buen amigo José Luis Garci, Antonio Giménez-Rico (1938-2021) pergeña un engendro tan adorable como disparatado que se abre y se cierra con sendas citas literarias: "La moralidad que tiene un punto de satírica es muy gustosa, pero ha de ponderar en común para ir segura" (Baltasar Gracián, Arte y agudeza de ingenio) y "Para sermón de lego ya es bastante sin licencia del prior" (Francisco de Quevedo, La hora de todos y la fortuna con seso).



Música de Carmelo Bernaola, fotografía de José Luis Alcaine y un elenco de secundarios inolvidables, encabezado por Venancio Muro (Alicán), Esperanza Roy (Condesa Genoveva) o Manolo Gómez Bur (Conde Sandro), que aparecen haciendo de estatuas vivientes en los títulos de crédito iniciales. También intervienen, en papeles menores de fieles servidores de la ley, Antonio Casal (el Justicia Mayor) y José Orjas (Comisario).

Que un aristócrata algo crédulo y aquejado de impotencia mande a un navegante insensato al otro confín de la tierra en pos del remedio infalible para sus males y que esa panacea se llame Dilaila (Rosanna Yanni) y luzca tres lunares en lo más recóndito de su escultural cuerpo da una idea de por dónde van los tiros. Que es precisamente como acaba la película: con un tiroteo en medio de un pinar y los varones acosados por una tribu de bellas indias antropófagas que amenazan con echarlos a la marmita. ¡Apoteósico!



sábado, 21 de junio de 2025

Lamerica (1994)




Director: Gianni Amelio
Italia/Francia/Suiza/Austria, 1994, 116 minutos

Lamerica (1994) de Gianni Amelio


La caída del régimen comunista albanés situó a la sociedad de aquel país al borde del colapso, de modo que cientos de miles de ciudadanos tomaron la determinación de emigrar rumbo a Italia (antigua metrópolis colonial), en lo que supuso una crisis humanitaria sin precedentes. Dicho marco histórico sirvió para que el cineasta Gianni Amelio situase, apenas tres años después de los hechos relatados, la acción de uno de los filmes más conmovedores de toda su filmografía.

El punto de partida de Lamerica (1994) muestra a dos ejecutivos italianos, potentados de la industria del calzado, Fiore (Michele Placido) y su ayudante Gino (Enrico Lo Verso), que se disponen a dar el pelotazo de sus vidas mediante la constitución de una empresa cuyo presidente será un hombre de paja: Spiro (Carmelo Di Mazzarelli), un viejo prisionero político, física e intelectualmente destrozado, que ha pasado cincuenta años en las cárceles del dictador Enver Hoxha.



Sin embargo, los acontecimientos se precipitan cuando el anciano desaparece repentinamente y Gino se ve obligado a ir en su búsqueda, lo cual le obliga a adentrarse en las profundidades de un mundo marcado por la miseria, el caos y la corrupción. En ese accidentado y largo viaje hacia la noche, el vanidoso joven irá gradualmente despojándose de su arrogancia occidental hasta confundirse con los lugareños como si de un albanés más se tratase.

Lo curioso del caso es que dicho proceso de aculturación, aun precipitado y forzado por las circunstancias, coincide doblemente con el que ya había vivido en su día Spiro, quien resulta ser en realidad un siciliano, de nombre Michele Talarico, que había ido a hacer la guerra en tiempos del protectorado fascista, y, a nivel más genérico, con las grandes oleadas migratorias de principios de siglo que llevaron a miles de italianos (y de ahí el título de la película) al Nuevo Mundo. En ese orden de cosas, el hecho de que Spiro viva en el pasado, como si en su mente no hubiese transcurrido el tiempo, simbolizaría la desmemoria histórica de la sociedad italiana, en la misma medida que la soberbia inicial de Gino refleja la amnesia colectiva de unos jóvenes que ignoran que sus abuelos fueron un día tan parias como esos albaneses que ahora reclaman auxilio en las costas de Italia.



viernes, 20 de junio de 2025

The Last Showgirl (2024)




Título en español: La última corista
Directora: Gia Coppola
EE.UU., 2024, 88 minutos

The Last Showgirl (2024) de Gia Coppola


Dos son los nombres que sirven como reclamo comercial en The Last Showgirl (2024): por una parte la ex vigilante de la playa Pamela Anderson, antiguo sex symbol, ahora actriz otoñal en busca de nuevos registros, cuya presencia encaja a la perfección en un filme que reivindica la dignidad de viejas glorias y juguetes rotos; por otra, el apellido Coppola de su directora, nombre ilustre de una saga de la que siguen surgiendo nuevos talentos (en este caso la nieta del gran Francis Ford).

Visualmente, estamos ante una de esas producciones desmitificadoras que muestran los entresijos de la América real, decadente, muy en la línea de títulos como The Wrestler (2008), de la que vendría a ser una especie de respuesta en clave femenina, o The Florida Project (2017) e incluso la más reciente (y oscarizada) Anora (2024), ambas de Sean Baker.



Por otra parte, y a diferencia de aquella horrible película que dirigió el holandés Paul Verhoeven hace treinta años, la cinta que nos ocupa constituye el auténtico reverso de la muy discutible Showgirls (1995), de ahí el ligero toque documental de su enfoque o el tono crepuscular que flota en el ambiente de principio a fin de la trama.

Shelly, la bailarina que interpreta Pamela Anderson, lleva décadas sobre los escenarios y debe enfrentarse al inminente cierre del local en el que actúa. Aunque también como madre tiene por delante el reto de reconstruir la relación con su hija (Billie Lourd). Contrariedades en torno a temas como el edadismo que afectan, asimismo, a Annette (Jamie Lee Curtis), otro de los personajes memorables de la película y que le valió una candidatura al BAFTA.



miércoles, 18 de junio de 2025

La receta perfecta (2024)




Título original: Vingt dieux
Directora: Louise Courvoisier
Francia, 2024, 92 minutos

La receta perfecta (2024) de Louise Courvoisier


Como tantas otras producciones del cine francés de los últimos años, Vingt dieux (2024) adolece de una falta total de originalidad desde el punto de vista cinematográfico, entre otras cosas porque antepone intereses de muy diversa índole antes que centrarse en lo meramente artístico. En ese orden de cosas, la ópera prima de la directora suiza Louise Courvoisier (Ginebra, 1994) constituye una suerte de publirreportaje cuyo principal objetivo sería promover entre los jóvenes las virtudes de la vida campestre, tal vez con la mira puesta en evitar la progresiva despoblación de esos departamentos del interior.

Ubicada en la región de los montes Jura, sus protagonistas son, así pues, adolescentes empeñados en sacar adelante una modesta granja o en ganar el primer premio en lucrativos concursos de elaboración artesanal de queso de vaca. Y todo ello al mismo tiempo que se divierten y se pelean, se enamoran, trabajan arduamente y cuidan de sus respectivas familias.



Una tragedia familiar, muy al principio de la trama, coloca al joven Totone (Clément Faveau) en la difícil tesitura de velar por su hermanita de escasos años y buscarse la vida como buenamente puede. Lo cual le conduce a emplearse en una quesería donde habrá de soportar las palizas que le propinan los otros muchachos que ya trabajan allí y que ven en el joven un rival incómodo, si bien Marie-Lise (Maïwène Barthélemy) entabla con él una relación sentimental.

Pese a venir avalada por un premio en el último Festival de Cannes y otros dos galardones en los César, lo cierto es que la historia deja traslucir una cierta impostura, tal vez porque el elenco de intérpretes lo integran esencialmente actores no profesionales. Algo más de atractivo, en cambio, tienen las escenas en las que Totone y sus esforzados compañeros de fatigas se las ven y se las desean para robar la leche, primero, y a continuación producir ellos mismos su propia variedad de delicioso queso Comté.



lunes, 16 de junio de 2025

The Committee (1968)




Título en español: El Comité
Director: Peter Sykes
Reino Unido, 1968, 58 minutos

The Committee (1968) de Peter Sykes


A caballo entre lo surrealista y lo kafkiano, The Committee (1968) es hoy sobre todo recordada gracias a la banda sonora que unos primerizos Pink Floyd compusieron para la película. Rodada en blanco y negro y protagonizada por Paul Jones, cantante de los Manfred Mann, la cinta aborda la extraña historia de un joven que, tras cercenarle la cabeza con el capó de su propio coche al conductor que lo ha recogido haciendo autoestop, terminará acosado por una comisión de expertos que le provoca un hondo sentimiento de culpa.

Australiano de nacimiento, el cineasta británico Peter Sykes (1939-2006) debutaba en la dirección con este mediometraje cuyos personajes disertan a propósito de lo humano y lo divino dando pie a diálogos tan suculentos como el que sigue entre el director del Comité y el protagonista: "Hay quien cree que los criminales y los locos son los verdaderos héroes", a lo que el otro responde, "¿Por qué no en un mundo tan corrupto?"



Sin embargo, uno de los momentos estelares del filme tiene lugar durante una fiesta en la que actúan el histriónico Arthur Brown y su banda, The Crazy World of Arthur Brown: él ataviado con una corona de fuego y su característica máscara metálica mientras interpreta la canción "Nightmare" (aunque la fama, como todo el mundo sabe, le viene por otro tema: "Fire!", que en España versionaron Los Salvajes y en Méjico La Máquina del Sonido).

Una atmósfera inquietante y sombría, con ciertos toques de excentricidad psicodélica, refleja las obsesiones habituales de la contracultura de finales de los sesenta. De ahí el tono introspectivo y discursivo, hasta cierto punto existencialista, vagamente deudor del cine de Antonioni, de una cinta que aborda la lucha del individuo contra las estructuras burocráticas.

"Quiero que me diga lo que pasó en el bosque aquel día..."


domingo, 15 de junio de 2025

Crystal Voyager (1973)




Director: David Elfick
EE.UU./Australia, 1973, 78 minutos

Crystal Voyager (1973) de David Elfick


Interesante documental en torno al mundo del surf y, en particular, del surfista estadounidense George Greenough, quien narra los pormenores de su día a día a través de la voz en off que acompaña las imágenes. Y así, durante más de cincuenta minutos, asistimos al relato de cómo construye y da forma a sus tablas y a su propia embarcación en las costas del sur de California mientras de fondo suenan las canciones del australiano G. Wayne Thomas y su banda.

Sin embargo, Crystal Voyager (1973) da un giro en la última media hora de metraje, dejando de lado las audacias de Greenough sobre las olas para centrarse en la magnificencia submarina de las profundidades oceánicas. Con el acompañamiento musical de Pink Floyd y su mítico "Echoes", cara B del álbum Meddle (1971). Ni que decir tiene que la combinación entre imagen y sonido da como resultado una experiencia cercana a lo lisérgico, que es como debió de disfrutarse, por cierto, en su momento, cuando un público formado por fieles seguidores del conjunto liderado por Roger Waters tenía la oportunidad de disfrutar en pantalla grande de semejante espectáculo.



Conviene puntualizar que estamos hablando de una generación que ya había experimentado vivencias similares dejándose seducir por los viajes interestelares de la odisea espacial pergeñada por Kubrick en 2001 (1968). De modo que la unión de las aguas embravecidas y el rock progresivo de los Floyd, después de que un año antes hubiesen interpretado ese mismo tema en directo en las ruinas de Pompeya, perseguía provocar el mismo o parecido efecto sobre la audiencia.

A este respecto, los objetivos ojo de pez utilizados por el director David Elfick y su equipo aportan al encuadre una característica apariencia convexa no rectilínea. Lo cual, junto con la elegancia de las tomas a cámara lenta, constituye el rasgo más definitorio de un producto anterior a la existencia de los videoclips pero cuyo resultado, a grandes rasgos, vendría a ser similar. El grupo británico, de hecho, utilizó estas mismas imágenes en algunos de sus conciertos.



sábado, 14 de junio de 2025

Mimosas (2016)




Director: Oliver Laxe
España/Francia/Marruecos/Rumanía/Catar, 2016, 97 minutos

Mimosas (2016) Oliver Laxe


El reciente éxito de Sirât (2025) constituye una ocasión propicia para recuperar Mimosas (2016), segundo largometraje que dirigía el gallego Oliver Laxe, tras su ópera prima Todos vós sodes capitáns (2010), y que guarda no pocas similitudes con su última propuesta cinematográfica. Ambas, de hecho, están ambientadas en Marruecos y tanto la una como la otra plantean una travesía a través de escarpados paisajes montañosos.

En el caso que nos ocupa, dicho recorrido oscila, además, en épocas distintas. O eso por lo menos es lo que se desprende de las imágenes, ya que la caravana que conduce los restos mortales de un venerable jeque hacia su morada definitiva parece pertenecer a un mundo ancestral que poco o nada tiene que ver con el bullicio un tanto sórdido de la ciudad de la que parte Shakib, el elegido para socorrer a los protagonistas en tan trascendental trance.



A decir verdad, no quedan muy claras las motivaciones de los personajes en un filme cuyos silencios prolongados pudieran recordar a los de, por ejemplo, algunos de los primeros trabajos de Albert Serra. Sin embargo, es el halo de misterio e incluso misticismo que desprenden los viajeros (como Ahmed, que según Shakib tiene mirada de líder religioso) lo que verdaderamente imprime vigor al relato. Asimismo, la quietud del paisaje, magníficamente captada por Mauro Herce, director de fotografía y colaborador habitual de Laxe, se acaba erigiendo en la auténtica fuerza motora de la puesta en escena.

La soledad de las cumbres resalta la tensión entre la fe y la duda, la materialidad y la espiritualidad, en la misma medida que la voluntad del anciano de ser enterrado junto a los suyos en Sijilmasa, un lugar tan remoto como mítico, simboliza la conexión con las raíces, la tradición y el retorno a lo sagrado. Por eso mismo, la travesía a través de las escarpadas laderas del Atlas representa un viaje tanto físico como espiritual, un espacio de aislamiento y purificación que se convierte en el escenario idóneo para la búsqueda de la trascendencia.



viernes, 13 de junio de 2025

Sirât: Trance en el desierto (2025)




Director: Oliver Laxe
Francia/España, 2025, 115 minutos

Sirât (2025) de Oliver Laxe


Como Apocalypse now (1979) de Coppola o Lamerica (1994) de Gianni Amelio, Sirât (2025) pertenece a ese tipo de películas cuyos personajes avanzan hacia lo desconocido guiados por la locura de un viaje sin retorno. A este respecto, el motivo por el que Luis (Sergi López) y su hijo se unen a una caravana de ravers para adentrarse en las profundidades del desierto no deja de ser un macguffin, apenas el pretexto que hace avanzar la acción en un periplo que es más metafórico que real.

La transformación que experimentan todos los implicados en semejante odisea, misfits o desubicados del primer mundo por voluntad propia, oscila entre lo místico y lo lisérgico, aunque deriva también hacia una lectura más de tipo existencial en consonancia con los tiempos que corren, marcados por el nihilismo de un mundo globalizado y, por ende, desprovisto de sentido.



Los giros de guion inesperados terminarán de dar una vuelta de tuerca a lo que a priori pudiera parecer una simple road movie de tintes alternativos, para involucrar al espectador en esa misma travesía inmersiva rumbo hacia los abruptos confines de Marruecos con Mauritania que no deja de ser una auténtica exploración de la condición humana, vertiginosa y metafísica.

La fotografía de Mauro Herce, dotada de una textura cercana al analógico, tiñe la pantalla de ocres y tonalidades propias de la aridez del paisaje en el que transcurre la acción, un puente iniciático entre el paraíso y el infierno, tal y como sugiere el título en árabe de la película. Aunque también la banda sonora de Kangding Ray, trance de ritmos vibrantes de bajo, constituye un elemento crucial que contribuye a la atmósfera inquietante y envolvente de una cinta producida por la factoría Almodóvar y recientemente premiada/encumbrada en el último Festival de Cannes.



sábado, 7 de junio de 2025

Los Tortuga (2024)




Directora: Belén Funes
España/Chile, 2024, 110 minutos

Los Tortuga (2024) de Belén Funes


Si ya gracias a La hija de un ladrón (2019), su ópera prima, Belén Funes se alzó con el Goya a la dirección novel, Los Tortuga (2024) viene a certificar de una vez por todas el talento de una cineasta cuya mirada se centra insistentemente en lo cotidiano. De ahí esa etiqueta de "realismo social" que con tanta frecuencia se le aplica. Sin embargo, la geografía humana que Funes retrata en sus películas va más allá de una simple dicotomía reduccionista. Muy al contrario, su último trabajo oscila entre lo etnográfico y lo costumbrista, fiel reflejo de una época marcada por contrastes e injusticias en el seno de la clase trabajadora.

La historia de Delia (Antonia Zegers), una viuda de origen chileno que ha heredado el taxi de su difunto marido y es madre de una adolescente (Elvira Lara) a la que llama cariñosamente "Fideo" y que es estudiante de Comunicación Audiovisual. Lo cierto es que ni la una ni la otra han asimilado aún la muerte del padre/esposo, lo cual las coloca en la órbita de lo que Carla Simón planteaba en Estiu 1993 (2017). O incluso en la senda de la posterior Alcarràs (2022), a juzgar por la subtrama que tiene lugar en los moribundos olivares jienenses.



Una puesta en escena múltiple sitúa la acción a caballo entre diversos espacios, tanto rurales como urbanos, para dibujar el complejo mapa de relaciones humanas que entablan las distintas generaciones de una misma familia. Vínculos afectivos que en ocasiones rozan el conflicto, cierto, pero que dejan constancia, al mismo tiempo, de la propia solidez que los sustenta. Un buen ejemplo de esto último pudiera ser la tensa secuencia de los exvotos en la ermita y cómo lo que para unas es devoción cristiana para Delia no representa más que superstición o adoctrinamiento.

En ese sentido, muchos y variados son los temas que pretende abarcar la película, desde el desarraigo de quienes luchan por su supervivencia en el cinturón industrial de Barcelona, pero no se resignan a perder el contacto con la tierra de sus ancestros, hasta las protestas (de refilón, en una pantalla que se ve de fondo) de los jornaleros que no quieren que los campos se llenen de paneles de energía fotovoltaica. Aunque también están presentes la especulación inmobiliaria, que fuerza a madre e hija a pasar por el aro de las mafias del sector, la diversidad cultural de un microcosmos cuyos habitantes hablan lo mismo en catalán, castellano o rumano e incluso la pervivencia de formas de miseria que, como los reptiles quelonios del título, empujan a muchos habitantes de regiones deprimidas a emigrar con sus pertenencias a cuestas.



miércoles, 4 de junio de 2025

Jane Austen arruinó mi vida (2024)




Título original: Jane Austen a gâché ma vie
Directora: Laura Piani
Francia, 2024, 98 minutos

Jane Austen arruinó mi vida (2024) de Laura Piani


Los protagonistas de Jane Austen a gâché ma vie (2024) se hallan inmersos en una especie de ensoñación neorromántica, con un ligero toque campestre, muy propia de un determinado tipo de cine francés a caballo entre la comedia amable y unas ciertas pretensiones literarias. Eso es lo que sucedía, por ejemplo, en Primavera en Normandía (2014), filme dirigido por Anna Fontaine, donde el interés de varios de los personajes giraba en torno a Madame Bovary.

En el caso que nos ocupa, debut en el largometraje de la cineasta Laura Piani, es la joven Agathe (Camille Rutherford) la que vive obsesionada con la figura y la obra de la novelista británica que da título a la cinta. Hasta el extremo de lanzarse a escribir textos en inglés que imitan su estilo. Uno de ellos, por cierto, será seleccionado por la prestigiosa institución británica que gestionan los descendientes directos de la autora de Orgullo y prejuicio, lo cual se traduce en una invitación para que realice una estadía en el idílico emplazamiento de la campiña en el que aquélla tiene su sede.



Lo que allí acontece responde a los parámetros de una trama de enredo tirando a bobalicona, incluso superficial, si bien es ese toque desenfadado el que acaba determinando su propio encanto. De hecho, y más al tratarse de una ópera prima, mucho de lo que vemos en pantalla obedece seguramente a vivencias personales de la directora, quien en sus años de formación debió de ser alguien muy parecido a la protagonista en lo que a inseguridades y admiraciones se refiere.

En ese mismo orden de cosas, dos son las curiosidades mitómanas que ofrece la película. Por una parte, los títulos de crédito finales reproducen la misma tipografía que suele utilizar Woody Allen, con lo que el homenaje, por si el guion (escrito también por Laura Piani) no lo dejase lo suficientemente claro, parece más que evidente; por otra, la última secuencia (una lectura poética en una típica librería de viejo) contiene un insólito cameo del mismísimo Frederick Wiseman leyendo unos versos.



La trama fenicia (2025)




Título original: The Phoenician Scheme
Director: Wes Anderson
EE.UU./Alemania, 2025, 101 minutos

La trama fenicia (2025) de Wes Anderson


La enésima extravagancia de Wes Anderson (Houston, Texas, 1969) tiene por protagonista a un controvertido hombre de negocios, capaz de mil y una argucias con tal de salirse siempre con la suya. Peripecias y contratiempos, las de este intrépido Zsa-zsa Korda (interpretado con bastante solvencia por Benicio Del Toro), cuya paleta cromática vuelve a insistir en las mismas tonalidades vintage de anteriores producciones de Anderson, sólo que esta vez, en lugar del habitual Robert Yeoman, el responsable de la fotografía ha sido el francés Bruno Delbonnel.

Queda claro, por lo tanto, que estamos ante la obra de un autor (Sorrentino sería otro caso similar) para quien lo visual prevalece sobre lo argumental. Disparatado, gratuito, poseedor de un universo propio tal vez genial, su estilo bebe, sin duda, de fuentes como el cómic o los cartoons. De ahí ese ritmo trepidante tan característico, plagado de guiños cinéfilos que van desde el aterrizaje de emergencia sobre un maizal que recuerda vagamente al de Con la muerte en los talones (1959) hasta la partida de cartas a lo Viridiana (1961) de la última secuencia.



Por lo demás, The Phoenician Scheme (2025) no deja de ser otro engendro sin pies ni cabeza, adorable en su afán monumentalista e intelectualoide al son de varias piezas de Stravinski. Se parece, incluso, en determinados momentos (por ejemplo, en las escenas de temática bíblica en blanco y negro) a algunas de las últimas propuestas del griego Yorgos Lánthimos. No en vano, también pulula por ahí, en un papel menor, Willem Dafoe, actor fetiche y predilecto de todo este tipo de cineastas, en cuyas películas se prodiga con bastante asiduidad.

Del oscuro y complejo entramado familiar que se adivina entre el refinado magnate y su hija (Mia Threapleton) mejor no decir mucho: a fin de cuentas, tampoco queda muy claro en un guion delirante repleto de diálogos que rozan lo autoparódico. Eso sí: como ya viene siendo habitual en las últimas entregas de su ya extensa filmografía, Anderson se rodea de una fabulosa y exuberante troupe de intérpretes entre la que sobresalen los nombres de Tom Hanks, Bill Murray, Scarlett Johansson, Benedict Cumberbatch y hasta Mathieu Amalric.