sábado, 4 de agosto de 2018

Las chicas de la Cruz Roja (1958)




Director: Rafael J. Salvia
España, 1958, 83 minutos

Las chicas de la Cruz Roja (1958)


Como en tantas otras cintas pergeñadas durante el franquismo a mayor gloria de su particular credo, Las chicas de la Cruz Roja pretendía mostrar lo bien que se lo pasaba la juventud madrileña de finales de los cincuenta viviendo en la capital del mejor de los mundos posibles. Fórmula que el estribillo del tema central, compuesto por Augusto Algueró, resumía en los edulcorados términos siguientes: "Primavera en la solapa. Primavera en el jardín. Y primavera en el cielo del corazón de Madrid". 

Ni un ápice, pues, de realismo tenía cabida en una película que, pretendiendo proyectar una imagen de modernidad, conseguía justamente todo lo contrario, teniendo en cuenta el carácter patriarcal de la sociedad que retrata y la parafernalia paramilitar de una entidad que, pese a su ideario humanitario, no duda en desfilar uniformada por el centro urbano de la villa.

Al margen de lo dudosa que pueda resultar la ideología que se esconde tras tanta fachada y tanto colorido, lo cierto es que el productor Pedro Masó dio en el clavo del éxito comercial, como lo prueba el hecho de que apenas un año más tarde contraatacaba con El día de los enamorados, comedia de similares características y prácticamente el mismo reparto, a la que seguiría la versión viril de la receta con Tres de la Cruz Roja (1961).



Sobre por qué triunfó un planteamiento tan amable y bobalicón hay varias posibles respuestas. En primer lugar, por su innegable carácter de evasión, presente asimismo en las cinematografías de los países del Este, ávidos, como cualquier régimen autoritario, de distraer al personal con historietas subrepticiamente propagandísticas que anulasen su espíritu crítico. Por otra parte, tanto Las chicas de la Cruz Roja como un año antes Las muchachas de azul (1957) de Pedro Lazaga, se hacían eco, aunque tímidamente, de la incorporación de la mujer al mundo laboral, detalle que, por lo novedoso, tenía, sin duda, su tirón entre el público de la época. Y por último, pero no por ello menos importante, conviene no perder de vista cómo cada una de las protagonistas pertenece a distintos sectores sociales: clase trabajadora en apuros económicos (Concha Velasco), la hija de un influyente diplomático (Katia Loritz), una aplicada estudiante universitaria (Mabel Karr) y una joven traumatizada porque su prometido la plantó a los pies del altar (Luz Márquez). Todas luciendo sus modelitos y todas casaderas...

Tampoco el elemento futbolístico podía faltar, siendo, como es, el gancho nacional por excelencia: el hijo de Ricardo Zamora (quien, curiosamente, haría doblete ese mismo año con otro papel en El puente de la paz) interpreta a un portero llamado León. Ingrediente popular que nunca falla, del mismo modo que ese humor achulapado y zarzuelero del que Tony Leblanc (aquí, el novio celoso de Paloma, o sea, Conchita Velasco) fue un consumado intérprete. Y, si no, véase la réplica con la que deja cortado a un panoli que reclama sus servicios como mecánico:

CLIENTE: ¿Se debe algo? 
PEPE: Veinte duros. 
CLIENTE: ¡Hombre...! ¿Veinte duros por apretar un tornillo? 
PEPE: No, eso es gratis: los veinte duros se cobran por saber qué tornillo había que apretar...

De izquierda a derecha: Katia Loritz, Concha Velasco,
Luz Márquez y Mabel Karr

No hay comentarios:

Publicar un comentario