viernes, 30 de septiembre de 2016

Doble vida (1947)












Título original: A Double Life
Director: George Cukor
EE.UU., 1947, 104 minutos

Doble vida (1947) de George Cukor

Un actor está dividido en dos partes al actuar. Ustedes recordarán la forma en que lo explicaba Tommaso Salvini: "un actor vive, llora, ríe, en el escenario, pero al llorar y reír observa sus propias lágrimas y alegría. Esta doble existencia, este equilibrio entre la vida y la interpretación es lo que crea el arte".

Como ven ustedes, esta división no hace ningún daño a la inspiración. Por el contrario, la una alienta a la otra. Por otra parte, también en la vida real llevamos una doble existencia. Pero eso no nos impide vivir y experimentar emociones fuertes.

Constantin Stanislavski
La construcción del personaje
Traducción de Bernardo Fernández

Cualquiera diría que la cita de Stanislavski que precede a estas líneas fue escrita expresamente pensando en la película que ahora nos ocupa. Porque es precisamente esa doble existencia de la que habla el teórico ruso la que inspiró al matrimonio de guionistas Ruth Gordon y Garson Kanin la escritura de una historia que es a la vez un homenaje a la profesión de actor y a los riesgos que comporta. 

En el caso del Anthony John que de forma tan magistral encarna Ronald Colman (y que le valió el Óscar) se rompe dicho equilibrio hasta el punto de que su propia personalidad se ve totalmente invadida por el arrollador ímpetu de Otelo. No es que se meta en el personaje: es el personaje el que se mete en él. Tanto es el brío del celoso moro de Venecia y de los héroes shakespearianos en general, como quedaría patente en años sucesivos con las periódicas incursiones que hiciera en el universo del vate inglés Orson Welles, otro portento de la naturaleza.

Aunque Colman no fue la primera opción para protagonizar A double life: antes que él, habían rechazado el papel Laurence Olivier y Cary Grant. De modo que, a pesar del respeto que le imponía interpretar un clásico, supo aprovechar una ocasión que acabaría valiéndole el reconocimiento de la Academia.

Otro de los atractivos de Doble vida es ver a Shelley Winters en los inicios de su carrera. De hecho, su recreación de la camarera Pat Kroll la catapultaría a la fama. También aparece fugazmente Betsy Blair, pese a carecer de diálogo. Del resto del reparto destacan la sueca Signe Hasso (Brita) y Edmond O'Brien como Bill Friend.

Mezclar los celos enfermizos de un arquetipo de la literatura universal con el competitivo mundo de Broadway más la compleja psicología de una estrella de los escenarios es sin duda un acierto, aparte de una auténtica bomba de relojería que acaba dando pie a todo un tour de force pasional e interpretativo: el del beso de la muerte.

martes, 27 de septiembre de 2016

El porvenir (2016)




Título original: L'avenir
Directora: Mia Hansen-Løve
Francia/Alemania, 2016, 102 minutos

El porvenir (2016) de Mia Hansen-Løve


Hay que decirlo bien claro: desde hace ya tiempo (demasiado tiempo), Isabelle Huppert se ha convertido en una actriz que hiperactúa… Parece que se haya dejado encasillar en esa mujer de cierta edad y mirada perdida, obligada a reinventarse, a menudo víctima de relaciones tóxicas o de unos padres excesivamente absorbentes.

En L'avenir (2016), la última de sus películas que se ha estrenado entre nosotros, a pesar del Oso de plata obtenido en Berlín y de la siempre sugerente puesta en escena de Mia Hansen-Løve, nos encontramos de nuevo con esos mismos elementos, por lo que resulta más bien inevitable ser asaltado por una fastidiosa sensación de déjà vu.

En esta ocasión, la actriz francesa interpreta a Nathalie Chazeaux, una profesora de filosofía que deberá lidiar con una madre tan posesiva como hipocondríaca (¿pero esto no lo habíamos visto ya en La pianista...?) y que tendrá que cambiar su modo de vida al ser abandonada por su esposo. También hay que decir que se queda como si tal cosa, ya que esta madame Chazeaux es un personaje más bien cerebral y un tanto intelectualoide. Cuenta, eso sí, con el apoyo incondicional de su hija y de su hijo, así como de Fabien (Roman Kolinka), un exalumno a favor del compromiso político y que no dudará en socorrerla.



Pese a su juventud, la directora Mia Hansen-Løve (esposa, a su vez, del también realizador Olivier Assayas) cuenta en su haber con cinco largometrajes. Pero si en los inicios de su carrera supo sorprender con títulos como Le père de mes enfants (2009) o Un amour de jeunesse (2011), en las dos últimas entregas, tanto Edén (2014) como El porvenir, empieza a dar síntomas de que su cine se va volviendo peligrosamente convencional. Sólo faltaba que algunos hayan decidido colocarle el sambenito de heredera de Éric Rohmer, lo cual, lejos de ser un elogio, no es sino una falta de respeto hacia alguien que tiene (que tenía, vaya) su estilo propio. Habrá que ver, por tanto, cómo evoluciona su carrera, aunque con El porvenir, por más que algunos espectadores se desternillen con las ocurrencias de su protagonista, otros, en cambio, nos hemos sentido defraudados.

domingo, 25 de septiembre de 2016

L'orchestre de minuit (2015)




Título en español: La orquesta de medianoche
Director: Jérôme Cohen-Olivar
Marruecos, 2015, 114 minutos

L'orchestre de minuit (2015) de J. Cohen-Olivar


Ni Avishay Benazra es Jean Dujardin ni Aziz Dadas, Dany Boon. Pero cualquiera que vea L'orchestre de minuit pensará de inmediato en esos dos actores, habida cuenta del parecido físico con el primero y del sentido del humor del segundo. Se nota que el francés Jérôme Cohen-Olivar ha optado por aprovechar un modelo ya existente que le garantice el éxito. En esa misma línea cabe situar la presencia de Gad Elmaleh en el papel de rabino: un papel menor, aunque magnificado en el cartel publicitario. Al respecto, casi podría decirse, sin ánimo de ofender, que su película vendría a ser una especie de marca blanca de un producto habitual en la cinematografía francesa. Sólo que estamos hablando de una película de producción marroquí...

De todos modos, la historia que explica no deja de ser entrañable y, como se suele decir en estos casos, basada en un hecho real o casi: el cantante Marcel Botbol se interpreta a sí mismo, al tiempo que se plantea un hijo (el ya mencionado Avishay Benazra) que regresa al país para encontrarse con su padre poco antes de que fallezca. La búsqueda de Michael será doble: por una parte desvelar un secreto familiar que marcó su infancia y, por otra, lograr reunir de nuevo a los miembros de la orquesta paterna, teniendo en cuenta lo mal que les ha ido en la vida a cada uno de ellos.

Carcajada asegurada, interpretaciones histriónicas, el espectador tendrá también ocasión de ver evolucionar al protagonista, un acaudalado bróker que irá, poco a poco, recobrando sus raíces en compañía de un alocado taxista, Alí, fan de la música del padre y absolutamente convencido de que quienes lucen una barba que exceda los diez centímetros son terroristas.



También hay en L'orchestre de minuit detalles para una reflexión más en profundidad, como la presencia de una comunidad hebrea en Marruecos y la posibilidad de una convivencia pacífica entre judíos y musulmanes (de hecho, en la película Botbol abandona el país a raíz de la guerra del Yom Kippur). También se apuntan, en diferente grado, la no siempre fácil relación entre modernidad y tradición, el fanatismo religioso o el choque generacional entre padres e hijos. Hay, incluso, algún que otro guiño cinéfilo: Michael asistiendo a determinadas escenas de su propia infancia (como en Fresas salvajes de Bergman) o el entierro del padre en blanco y negro, en el que la única nota de color la dan una sombrilla roja o el pañuelo de una mujer que camina por la calle. Evidentemente, se trata de un homenaje a La lista de Schindler, película judía por antonomasia.

sábado, 24 de septiembre de 2016

La pianista (2001)




Título original: La pianiste
Director: Michael Haneke
Austria/Francia/Alemania, 2001, 131 minutos

La pianista (2001) de Michael Haneke


Como un ciclón, la profesora de piano Erika Kohut entra atropelladamente en la casa que comparte con su madre. La madre suele llamar a Erika su pequeño torbellino, porque los movimientos de la niña son a veces de una rapidez extremada. Intenta escabullirse de la madre. Erika se acerca al final de sus treinta. Por edad, la madre podría fácilmente ser su abuela. Erika había venido al mundo después de muchos años de duro matrimonio. El padre había cedido de inmediato el bastón de mando a la hija y había desaparecido del escenario. Erika aparece, él desaparece.

Elfriede Jelinek
La pianista
Traducción de Pablo Diener Ojeda

Tres años antes de que la novelista Elfriede Jelinek fuese galardonada con el premio Nobel de literatura, el siempre controvertido Michael Haneke ya había llevado a cabo la adaptación cinematográfica de La pianista. En general, suele decirse que los admiradores y detractores del cine de Haneke se dividen a partes iguales, quizá porque lo descarnado de muchas de sus imágenes contribuye a que se le adore o se le odie, sin término medio. En todo caso, lo que no puede negarse es su maestría a la hora de dirigir a los actores, así como la habilidad para incomodar al espectador.

Porque si algo tienen en común sus películas es que muestran cómo la realidad puede ser mucho más inquietante que cualquier filme de terror. Véase si no el caso de Erika Kohut (Isabelle Huppert): víctima de una relación absolutamente malsana con su madre (Annie Girardot), la protagonista alberga en su interior toda una serie de traumas que la atenazan hasta el punto de hacerla incapaz de amar o de ser amada. Incapaz, hasta que irrumpe en su vida el apuesto y un tanto arrogante Walter (Benoît Magimel). Pero, lejos de suponer un catalizador que dé rienda suelta a tantos deseos reprimidos, la aparición del joven no hará sino complicar y precipitar las cosas.



Vi La pianista por primera vez hace quince años, en una sesión del cine Méliès en la que no faltaron los habituales aprensivos abandonando la sala horrorizados (lo cual sucedía, por otra parte, bastante a menudo en aquel entonces). Lógicamente, la película me impactó todo lo que puede impactar una mujer rasgándose los genitales con una cuchilla en plan Buñuel o clavándose un puñal en el corazón (creo no desvelar nada a estas alturas y, si no, lo siento). Pero lo verdaderamente importante es que, tanto tiempo después, al enfrentarme de nuevo a la soberbia interpretación de la Huppert me he dado cuenta de que tal vez la mayoría de filmes de Haneke no aguantan bien un segundo visionado: siendo, como son, un poco efectistas, se pasa uno la mayor parte de la proyección esperando a que llegue tal o cual escena.

Cierto que a lo mejor hay que ir más allá y fijarse en otro tipo de cosas mucho más profundas que el masoquismo de la protagonista. Aunque, por el motivo que sea, esta tarde en la Filmoteca sólo he visto las trampas de una película que, pese a todo, me apetecía revisar. Me debo estar haciendo mayor.



Hay un camino a la derecha (1953)




Director: Francisco Rovira Beleta
España, 1953, 81 minutos

Hay un camino a la derecha (1953)


¿Qué tendrá Rovira Beleta que las entradas a propósito de sus películas son de las más consultadas en Cinefília Sant Miquel? Desde que comenzamos este blog a finales de enero de 2015, raro es el día, rara es la semana, que no recibimos alguna visita interesándose por El expreso de Andalucía, La espada negra, Altas variedades, La larga agonía de los peces fuera del agua o tantos otros títulos de su filmografía que hemos ido comentando a lo largo de más de año y medio.

La respuesta quizá haya que buscarla en una mezcla de elegancia y sencillez, valga la paradoja: la sencillez de centrar su interés en personajes de extracción popular, de rodar en las calles de Barcelona; la elegancia de un director que supo darle a sus trabajos, pese a la modestia de la producción, un toque que poco o nada tenía que envidiar al cine de Hollywood.

En todo caso, en Hay un camino a la derecha se cumple buena parte de estas premisas. La Barcelona que nos presenta es una Barcelona grasienta, obrera y humilde: la del puerto y el Raval (cuando al Raval se le llamaba Barrio Chino). Al protagonista, Miguel, lo interpreta el otro Rabal (éste escrito con b de Barcelona, nunca mejor dicho). Un Paco Rabal de rostro casi adolescente (contaba, a la sazón, 27 años) que ganaría en San Sebastián el premio a mejor actor, al igual que su compañera de reparto Julia Martínez (entonces Julita), la abnegada Inés que se afana en subsanar con su ternura y empeño de madre de familia los arrebatos del impetuoso marido.

Porque de eso trata precisamente Hay un camino a la derecha: de las segundas oportunidades que da la vida, a pesar de sus sinsabores. Claro que ello va a costa de hacer apología de la familia ("el estrecho círculo en que está encerrada la felicidad", la llama la voz en off) en el más estricto sentido cristiano: la película se abre y se cierra con una imagen de la Sagrada Familia (no la de Gaudí, se entiende, sino la bíblica) que el matrimonio tiene colgada en su cuarto. De lo que también se desprende una más que discutible moralina conformista, expuesta de nuevo a través de la innecesaria voz en off que enmarca el relato: "La mayoría de los seres giran sometidos a su destino, conformes con el papel que les ha correspondido desempeñar. Hay otros, en cambio, que se rebelan contra su suerte a ciegas, inútilmente, porque ignoran a qué distancia de sus pesares está la dicha; porque no saben que la vida puede empezar de nuevo cuando creemos que ya todo ha terminado".

Es fácil adivinar que una estructura tan peculiar, empezando por el final para dar paso a un largo flashback, así como un mensaje de lo más acomodadizo, son el peaje que había que pagar para lograr a toda costa un final "feliz" que hiciese más tolerable la tragedia del niño Víctor (Manuel García Colás), así como la clave que lograse aunar en un mismo filme lo policíaco con el melodrama.


Rovira Beleta no cejó en el empeño hasta dar con el marco ideal:
detalle de las escaleras del inmueble donde viven Miguel e Inés

jueves, 22 de septiembre de 2016

Nunes, cinema i anarquisme











Nunes, cinema i anarquisme
Mesa redonda con algunos de los autores del libro Nunes. Més enllà del temps
Arts Santa Mònica, 19 h.



Entre los diferentes actos organizados en el tramo final de la exposición dedicada a José María Nunes por el Arts Santa Mònica de Barcelona tocaba hoy la presentación del libro colectivo surgido a raíz de la misma. Han colaborado en él expertos en la materia como Esteve Riambau (director de la Filmoteca de Catalunya), el cineasta Isaki Lacuesta (autor, cuando aún era estudiante en la Universidad Autónoma, del documental Nunes, maldito Nunes), el escritor Enrique Vila-Matas, Alejandro Montiel (profesor de Historia del Cine en la Politécnica de Valencia), la navarra Ainize González García (artista y experta en la obra de Joan Brossa) o la crítica Imma Merino.

El coloquio, moderado por Joan M. Minguet, ha girado en torno a las anécdotas y vivencias que cada uno de los participantes recuerda con más cariño de su amistad con Nunes. Riambau, por ejemplo, ha comentado cómo el 20 de mayo de 1992, en el preciso instante en el que toda Catalunya estaba pendiente de la falta que Koeman iba a convertir en el gol que le daría al Barça su primera Copa de Europa, sonó el teléfono en casa: era Nunes... Quizá ahí radique la esencia de lo que es la sensibilidad anarquista nunesiana, un ir contracorriente para no dejarse arrastrar por la alienante cultura de masas.

Otros, como Julio Lamaña, han relatado cómo se entusiasmaba el director portugués en las sesiones de cinefórum en las que participaba. Como las que en 1966 tuvieron lugar en el cine Publi tras las proyecciones de Noche de vino tinto. O aquella otra, en la que se atrevieron a pasar Mañana... en un colegio a niños de diez años. Y el resultado acostumbraba a ser por lo común el mismo: entre la indiferencia general solía haber al menos un espectador deslumbrado por lo que había visto (y oído: que Nunes daba siempre su mitin) y que a partir de aquel momento pasaba a ser fervoroso seguidor de su figura.

Porque, como se ha dicho varias veces en la tarde de hoy, Nunes fue siempre una gran persona: todo carisma, todo entusiasmo, siempre derrochando generosidad y optimismo. Manel Muntaner, rostro habitual de la Filmoteca y en su día ayudante de dirección de Sexperiencias, ha explicado que en cierta ocasión que se encontraron por la calle, al decirle él que últimamente se encontraba un tanto deprimido, fue atajado de inmediato por Nunes con un estentóreo "¡¡Jamás!! ¡¡Jamás!!" Tanta era la vitalidad que desprendía.

Por eso hay quien ha dicho que el cine de Nunes no tiene sentido sin él, sin su presencia. Por más que en este tipo de actos se perciba a cada momento: ha sido gracioso, al respecto, que al tocar este tema Esteve Riambau se haya escuchado una fuerte traca en el exterior (sin duda con motivo de la inminente Mercè), lo cual ha llevado a Minguet a comentar con cierta ironía si no se trataría del ectoplasma de Nunes, deseoso de no perderse la presentación del libro...

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Nunes, l'art, el temps, la política




Nunes, l'art, el temps, la política.
Visita comentada a la exposición Nunes. Més enllà del temps, a cargo de Joan M. Minguet
Arts Santa Mònica, 19 h.



Desde el pasado 14 de julio, permanece abierta al público la exposición Nunes. Més enllà del temps en el Arts Santa Mònica de Barcelona (La Rambla, 7). La muestra, que aún podrá visitarse hasta el próximo dos de octubre, repasa lo esencial de la filmografía y el ideario nunesianos.

Y, claro: ¿qué mejor privilegio que recorrerla acompañados por su comisario? Joan M. Minguet Batllori es uno de los máximos conocedores, si no el que más, de José María Nunes. Suyo es el libro Nunes. El cineasta intrèpid (2006), del que ahora, una década más tarde, dice ver las limitaciones tras la ingente tarea que le ha supuesto montar la presente retrospectiva.

Pero es que, además, se nota que a Minguet le apasiona el tema: quienes hemos tenido esta tarde ocasión de recorrer las instalaciones en su compañía hemos podido comprobar el entusiasmo que destila al detallar los pormenores de la carrera del cineasta de origen portugués.

Joan M. Minguet Batllori


Hay que volver, sin duda, antes de que Nunes. Més enllà del temps cierre definitivamente sus puertas. En especial, porque se han logrado reunir algunas pertenencias generosamente cedidas por la familia del director: el reloj que usaba el payaso de Mañana, una botella que sirvió para promocionar Noche de vino tinto, fotografías, carteles, noticias...



En alguna ocasión, Minguet bromeó con Nunes diciéndole que sus películas se disfrutaban más explicándolas que no viéndolas. De ser así, la exposición comisionada por Minguet es el complemento ideal para una obra no siempre fácil ni cómoda. Nunes surgió de la Industria (comenzó su carrera, como bien es sabido, trabajando para Iquino) para acabar siendo un creador inclasificable, un ácrata humanista que dejó filmes como Sexperiencias (1968), rodado con material caducado y sin ni siquiera sincronizar el sonido.

Una visitante contempla una colección
de fotogramas del filme Iconockaut (1976) 


En ese espacio alternativo y revolucionario que exploró, sus personajes ríen a veces de forma sardónica y sin que venga mucho a cuento, según Minguet para que el espectador no se acomode en exceso. Lo cual nos hace pensar (y esto ya es una conclusión exclusivamente nuestra) en el Cinema Novo brasileiro de realizadores como Glauber Rocha: en aquellas películas también se gritaba mucho, probablemente por idénticos motivos. A fin de cuentas, ambas cinematografías nacieron en el seno de dictaduras militares alienantes...

José María Nunes (1930-2010)

martes, 20 de septiembre de 2016

Del rosa al amarillo (1963)




Director: Manuel Summers
España, 1963, 87 minutos



Margarita, está linda la mar, 
y el viento, 
lleva esencia sutil de azahar; 
yo siento 
en el alma una alondra cantar; 
tu acento: 
Margarita, te voy a contar 
un cuento...

Rubén Darío

Por su notable perspicacia a la hora de saber ver la poesía en los intersticios de las grisáceas llanuras de lo cotidiano, es la ópera prima de Manolo Summers una película que más parece salida del universo cinematográfica de la Nouvelle vague que no del caletre de un joven debutante español. Del rosa al amarillo es ya de por sí un título que invita a pensar en la tierna sensibilidad de un François Truffaut. Y las entrañables cavilaciones de sus protagonistas, sobre todo las del pequeño Guillermo (Pedro Díez del Corral), recuerdan a las de los antihéroes del director francés. Si en Los cuatrocientos golpes Truffaut llevaba a cabo el retrato de su propia adolescencia a través de la figura de Antoine Doinel, algo muy parecido podría decirse de lo que intenta Summers con su díptico.

Porque si la patria de todo hombre es su infancia, y la senectud representa a menudo un regreso a dichos dominios, Del rosa al amarillo (1963) pudo ser saludada como la inmejorable carta de presentación de un verdadero autor. Así lo consideró el jurado del Festival de San Sebastián, al premiar por triplicado tanto al realizador como al elenco de actores.

La banda sonora de Antonio Pérez Olea, lo mismo que las canciones de Jorge Sepúlveda, Antonio Machín o Estrellita Castro, juega un papel primordial a la hora de esbozar los contornos de la educación sentimental de los niños Margarita (Cristina Galbó) y Guillermo, así como de los "niños" Valentín y Josefa. De un extremo al otro de la vida, el amor (o el afán por alcanzarlo) se acabará convirtiendo en el eje existencial de unos personajes que ven en él el refugio idóneo frente a la hostilidad de un entorno tedioso: el aula y el asilo, respectivamente.



domingo, 18 de septiembre de 2016

Colorín colorado (1976)




Director: José Luis García Sánchez
España, 1976, 91 minutos

Los hijos de la burguesía juegan a ser proletarios


Colorín colorado (1976) de García Sánchez


Continuación lógica de El love feroz o Cuando los hijos juegan al amor (1975), Colorín colorado tomaba el pulso, en clave de comedia, a la situación política y social que se estaba viviendo en aquel entonces en España. Y como ya sucediera en el primero de los títulos mencionados, la pareja protagonista volvía a estar interpretada por Saza y Mary Carrillo. De hecho, el conflicto que plantea Juan Miguel Lamet en su guion viene dado, en un principio, por la intolerancia de don Vicente hacia Fernando (Juan Diego), el cojo rojo con el que convive su hija Manoli (Teresa Rabal). 

Sin embargo, conforme avance la película se irá viendo que el choque generacional e ideológico entre la vieja guardia y los jóvenes aperturistas está plagado de matices. Para Rebolledo (Antonio Gamero) todo se reduce a adular a don Vicente para luego llamarle fascista a sus espaldas. Su mujer María Jesús (Fiorella Faltoyano) parece coquetear con ambos bandos y en cuanto a Manoli y Fernando aparentan ser los más combativos, pero acabarán aceptando el dinero y el chalé que les ofrecen los padres de ella. Es precisamente Manoli quien, ante el orgullo y la pretendida dignidad de Fernando, acabará por espetarle que: "¡Mucho hijo de portera y mucho progre de mierda, pero comiendo a dos carrillos y recogiendo de las dos Españas a la vez!"

Y todo para que al final resulte que la única que tenía una verdadera conciencia de clase era la sumisa criada Almudena (interpretada por María Massip, esposa en la vida real de Juan Miguel Lamet), quien ante los intentos de sonsacarle su activismo político por parte de un Fernando ya totalmente fagocitado por el sistema le responderá entre risas con un lapidario: "Porque el rojo es usted, señorito". 

"Colorín colorado este cuento no ha acabado / colorín colorado y ni siquiera ha empezado" dirá el estribillo de la canción cantada por Víctor Manuel, autor de la banda sonora, mientras aparecen los títulos de crédito y vemos al equipo de rodaje poniendo punto y final a la filmación, en un juego de apariencias con el que se pretende subrayar la falsedad de todo lo que hemos presenciado.


Los Palomos (1964)












Director: Fernando Fernán Gómez
España, 1964, 87 minutos



Se suele decir en casos como éste (a saber: una película considerada menor o excesivamente comercial, pero dirigida por un cineasta de grandes proporciones) que se trata de un trabajo alimenticio. Y aunque, sin duda, Los Palomos debió reportar beneficios a Fernando Fernán Gómez dado el éxito de taquilla que supuso (y que venía precedido por las 250 representaciones alcanzadas en el Teatro de la Comedia de Madrid por la pieza teatral homónima de Alfonso Paso), lo cierto es que ni el propio director (que no actor, en esta ocasión) demostraría posteriormente una especial querencia hacia proyectos de este tipo.

Por una parte, ello es totalmente comprensible: Fernán Gómez había cosechado ese mismo año la indiferencia de crítica y público hacia El extraño viaje; frustración que se repetiría tras el estreno, en 1965, de El mundo sigue. Cabe entender, pues, que aceptase a despecho dirigir las adaptaciones de Los Palomos o de Ninette y un señor de Murcia, de Mihura, con la intención de obtener financiación para otros filmes más personales.

Pero, por otro lado, y centrándonos ya en el título que ahora nos atañe, sería injusto no valorar en su justa medida la vis cómica de unos actores que, como el tándem Gracita Morales-José Luis López Vázquez o Fernando Rey-Mabel Karr (marido y mujer tanto en la película como en la vida real), resultan absolutamente entrañables. Y lo son no sólo por el dominio que demuestran del tempo de la comedia sino porque supieron encarnar a la perfección el momento histórico que se estaba viviendo.

Así pues, si el matrimonio integrado por Emilio y Virtudes Palomos representan al españolito medio del desarrollismo (ignorante a la par que pretencioso y lisonjero), don Alberto y Elisa (ataviada con sus estrambóticos vestidos diseñados por Pertegaz) personifican la versión sofisticada del señorito que se ríe de los catetos. De modo que sólo harán falta las apariciones puntuales de Julia Caba Alba (en su doble papel de las tías Mercedes y Serafina), Manuel Alexandre (un asustadizo cobrador) o el incombustible Xan das Bolas (haciendo de taxista) para completar el reparto de una historia que, como comentábamos hace unos días al hablar de Usted puede ser un asesino, volvía a servirse del elemento policíaco y de lo macabro como ingredientes principales de su comicidad.


sábado, 17 de septiembre de 2016

La piscina (1969)




Título original: La piscine
Director: Jacques Deray
Francia/Italia, 1969, 120 minutos

La piscina (1969) de Jacques Deray


Lleno absoluto en la Filmoteca de Catalunya para ver la versión restaurada de La piscine. Tal vez se deba a que muchos de los asistentes tendrán fresco el reciente remake de Luca Guadagnino Cegados por el sol (A Bigger Splash, 2015). O quizá por aquello de "sábado, sabadete..." O simplemente porque la película mantiene intacto su atractivo casi medio siglo después de ser filmada. No en vano, un señor comentaba justo antes de que diese inicio la proyección: "Tengo ganas de volverla a ver. Se estrenó en el 69, justo cuando yo tenía 29 años. La censura hizo un verdadero desastre con ella y, con tanto corte, no se entendía gran cosa..." Aunque, a decir verdad, luego el señor se ha quedado dormido un rato; pero, bueno, ése ya es otro tema.

Con guion de Jean-Claude Carrière, el propio Jacques Deray y Alain Page bajo el pseudónimo de Jean-Emmanuel Conil, La piscine plantea una situación que hoy en día puede parecer un tanto manida: Jean-Paul y Marianne, una pareja de amantes de belleza apolínea, pasan sus tórridas vacaciones de verano en una mansión con piscina cerca de Saint-Tropez (lo de tórridas, por supuesto, tiene doble acepción). Pero cuando, de improviso, se presente allí con su lujoso coche deportivo Harry, un apuesto y adinerado amigo de la pareja que viene acompañado de Pénélope, su hija de dieciocho años, la tensión irá en aumento debido a la mutua atracción que ejercerán los unos sobre los otros.



Desde el minuto uno, queda claro que ésta es una historia en la que late una fuerte pulsión erótica, máxime si la pareja protagonista está interpretada por los sex symbol Romy Schneider y Alain Delon. Claro que tampoco se quedan atrás los atractivos Maurice Ronet y Jane Birkin. En cuanto a la piscina en torno a la cual gira todo, representa una evidente metáfora (en el fondo, las cosas son mucho más turbias que en la tranquila superficie), aparte de que sirve como pretexto para que el elenco pueda lucir la perfección de su esbeltez en todo su esplendor, al tiempo que resultará clave en el desenlace.

Todo en La piscine contribuye a hacer del filme una explosión de color que contrasta con la fealdad que se oculta tras la aparente y placentera hermosura de los cuerpos y del entorno. Por algunas similitudes que comparten, se hace inevitable, además, pensar en una película americana estrenada justo un año antes: El nadador (The Swimmer), protagonizada por Burt Lancaster y dirigida por Frank Perry a partir de un relato de John Cheever. Sin embargo, puestos a hablar de parecidos, deben mencionarse los existentes con un título muy posterior: Swimming Pool (2003) de François Ozon, donde por más que la presencia de Charlotte Rampling ayude a dotarlo de interés no se llega, ni de lejos, a recrear la atmósfera de erotismo larvado del modelo que se pretendía homenajear.


Tuvo la culpa Adán (1944)




Director: Juan de Orduña
España, 1944, 80 minutos

Tuvo la culpa Adán (1944)


Quien esté familiarizado con el cine americano de los años treinta y cuarenta sin duda reconocerá en Tuvo la culpa Adán (1944) rastros de Frank Capra, Leo McCarey y de las screwball comedies en general. Hasta la banda sonora de Juan Quintero parece tener resonancias chaplinescas (toda vez que su leitmotiv recuerda bastante al de Tiempos modernos). Que el cine español de aquel entonces, en especial las producciones Cifesa, tuvo a menudo como referente las películas made in Hollywood está, pues, fuera de toda duda. De hecho, el presente filme llegaría a estrenarse en 1949 en Estados Unidos, algo no muy frecuente en aquel entonces.

Basada en la novela homónima de Luisa María Linares y contando con Rovira Beleta en las funciones de adjunto a la dirección, Tuvo la culpa Adán incluye los elementos indispensables en una comedia de enredo: una joven novicia amnésica, una familia de solterones misóginos, prometidos y prometidas abandonados al pie del altar, ladrones de guante blanco, bodas múltiples, una confusión de maletas (con todo lo que eso implica), fiestas de alto copete, llamadas con teléfono blanco, próceres en el calabozo... En fin: lo "normal" en estos casos.

Gerardo (Rafael Durán) y Nora (María Esperanza Navarro)

Como ya hiciera un año antes en Deliciosamente tontos y apenas unos meses después en Ella, él y sus millones, el director Juan de Orduña se rodeó de un magnífico elenco de actores, entre los que destacan los secundarios Juan Espantaleón (Nazario Olmedo de Alcaraz, lleva treinta años escribiendo un doctísimo libro y es sumamente aficionado a citar a Séneca y a Plauto), Guadalupe Muñoz Sampedro (la doctora Sandalia Bernal, paladín de la misandria y devota de San Ataúlfo), Juan Calvo (el Adán que da título a la historia), Joaquín Roa (barón y "papaíto" del clan Olmedo), Ana María Campoy (Leti, mujer de mundo), Xan das Bolas (gallego profesional que aquí hace de guardia) o Antonio Riquelme (Santos, uno de los hermanos) y el trío protagonista integrado por el galán Rafael Durán (Gerardo Bernal), Luchy Soto (la caprichosa Marisa Giner) y la debutante María Esperanza Navarro (Nora Urquiza).

Sin llegar a igualar a las obras maestras que le sirvieron de modelo (en determinados momentos, Tuvo la culpa Adán adolece, tal vez por la procedencia teatral de algunos de sus intérpretes, de cierta rigidez y falta de naturalidad en algunos diálogos), la impresión de conjunto es, sin embargo, bastante satisfactoria. Por si hubiera alguien interesado en descubrirla, adjuntamos el enlace para que pueda ver la película.


jueves, 15 de septiembre de 2016

Los caballeros blancos (2015)




Título original: Les chevaliers blancs
Director: Joachim Lafosse
Bélgica/Francia, 2015, 112 minutos

Los caballeros blancos (2015)


La ONG Move for kids pretende evacuar huérfanos menores de cinco años de un mísero país subsahariano que bien podría ser el Chad. Su objetivo es llevárselos clandestinamente a Francia para darlos en adopción.

El belga Joachim Lafosse (Uccle, 1975) ha intentado con Les chevaliers blancs mostrar la ambivalencia de una historia en la que teóricamente no hay ni buenos ni malos y en la que, además, el final, aunque se masca la tragedia, queda abierto. Teóricamente, pero no en la práctica... No hay más que ver, si no, el cartel promocional de la película, que incluimos más arriba: la forma en la que Jacques Arnault (Vincent Lindon) abraza al par de criaturas no deja lugar a dudas. Por más que sepamos que éste se vale de la mentira para engañar a Bintou o que accede a pagar las mordidas que le exigen los caciques locales, el filme toma partido descaradamente por Arnault, presentándolo como la única esperanza que poseen esos niños de tener un futuro mejor.



En ese orden de cosas, Los caballeros blancos toca también, aunque tangencialmente, el tema del terrorismo islámico, ya que tanto los miembros de la oenegé como los habitantes de las pequeñas aldeas que visitan sufren las habituales incursiones de grupos armados que siembran a su paso el terror. De modo que nada tiene de especial que algunas madres prefieran deshacerse de sus vástagos, pese a no cumplir los requisitos, entregándolos a Move for kids con la esperanza de obtener algún beneficio a cambio, tan dura es la lucha por la supervivencia en aquel territorio.

En el otro extremo de la balanza, hay personajes que intentan mantenerse fieles a sus principios. Tal es el caso de Xavier Libert, el ayudante de Arnault al que da vida el actor Reda Kateb, o la documentalista que, cámara en mano, se dedica a filmar el día a día de los cooperantes. No lo tendrán nada fácil, pues la dureza que entraña esa lucha diaria por la supervivencia es capaz de poner a prueba los ideales más férreos. Tal vez por ello, nos vienen a decir Lafosse y su equipo de guionistas, si se pretende hacer algo en pro de la infancia en territorios tan sumamente desfavorecidos (y en los que la corrupción y la inestabilidad política son males endémicos) a lo mejor no queda más remedio que moverse en la frontera de lo ilegal.


miércoles, 14 de septiembre de 2016

Los niños de Rusia (2001)












Director: Jaime Camino
España, 2001, 93 minutos



Jaime Camino ponía el punto final a una sólida carrera cinematográfica con este emotivo documental sobre los cerca de tres mil niños españoles que fueron evacuados a la antigua Unión Soviética durante la Guerra Civil. Se hace difícil ver semejante testimonio sin un nudo en la garganta, sobre todo teniendo en cuenta la avanzada edad de sus protagonistas, hoy ancianos venerables que, sin embargo, conservan un vívido recuerdo de las traumáticas circunstancias que debieron afrontar, no sólo al abandonar su país y a sus familias por un largo período sino también a consecuencia de los efectos de la Segunda Guerra Mundial, en especial el cerco de Leningrado.

Vivencias que contrastan, por otra parte, con la evocación del éxodo como una aventura culminada felizmente en una URSS que los alimentó con caviar y que les proporcionaría la mejor educación.

Proyectado en la Sala Laya de la Filmoteca de Catalunya, la sesión ha contado con la presencia de Esteve Riambau (director del ente), Plàcid Garcia-Planas (director del Memorial Democràtic) y de las "niñas de Rusia" Teresa Alonso y Vicenta Alcover, ambas residentes en Barcelona. Tanto la una como la otra han coincidido en señalar que, a pesar de todas las penalidades que les tocó padecer, lo más duro fue el regreso. En ese sentido, comparten el mismo punto de vista de los entrevistados por Jaime Camino. De hecho, algunos de ellos acabarían marchándose a Cuba o regresando a Moscú tras un paso fugaz por la España franquista.

Porque lo que les esperaba aquí tras veinte años de exilio forzoso iba a ser doblemente decepcionante. Por una parte, unos familiares a los que ya no les unía ningún vínculo afectivo; por otra, unas autoridades recelosas que los iban a tratar como a delincuentes y que, aparte de dificultarles el acceso al mercado laboral, incluso intentarían sonsacarles información sensible acerca de lo que pudieran saber sobre compañeros o enclaves estratégicos soviéticos.

De todos modos, Teresa Alonso ha dado muestras esta tarde de una vitalidad inmarcesible: a sus 91 años dice seguir practicando la natación a diario, cuyas propiedades terapéuticas ha recomendado encarecidamente a los asistentes al coloquio posterior a la proyección del documental, así como la realización de mandalas. También ha tenido tiempo de hablar de la medalla que, en calidad de herida en Leningrado, se atrevió a reclamar a Putin, le concedieron, le robaron unos georgianos que desvalijaron su piso de Camp de l'Arpa y que, finalmente, volvió a recuperar gracias a los Mossos d'Esquadra...

domingo, 11 de septiembre de 2016

Pedro, el negro (1964)




Título original: Černý Petr
Director: Milos Forman
Checoslovaquia, 1964, 85 minutos

Pedro, el negro (1964) de Milos Forman


¿Pero no nos habían dicho toda la vida que en los países socialistas no había de nada? Pues la acción de Pedro, el negro (Černý Petr, 1964) arranca en un supermercado repleto de productos para continuar, acto seguido, en una sala de fiestas en la que los jóvenes bailan el twist como descosidos. Vamos, como ocurría en el Madrid o la Barcelona de aquel entonces, poco más o menos. Para que luego nos sigan vendiendo ideas preconcebidas...

Pero a lo que íbamos: el primer largometraje del checo Milos Forman prefigura en buena medida lo que serán sus siguientes trabajos: Los amores de una rubia (1965) y ¡Al fuego, bomberos! (1967). En todos ellos hace gala de un sentido del humor irreverente que pone de manifiesto cómo la comedia puede ser mucho más efectiva que cualquier otro género cuando se trata de incordiar al poder establecido.



El joven Petr cree haber descubierto a un posible ladrón y, pese a su apariencia de señor distinguido, lo sigue por las calles durante un rato cuando el individuo abandona el establecimiento. Junto a un grupo de amigos bebe cerveza e intenta aprender a bailar para luego estar en condiciones de tener éxito con las chicas. Su padre, un señor orondo y ataviado con un bigotito de lo más ridículo, amonesta al joven con arengas tan solemnes como irrisorias... 

Son todas ellas situaciones extraídas del filme, unidas por el denominador común de que causan la risa del espectador, lo cual demuestra la validez de la premisa de Forman: la circunspección de la vieja guardia, con sus normas estrictas y su discurso caduco, surge el efecto contrario sobre una juventud que ya no reconoce su autoridad. He ahí buena prueba de por qué títulos como Pedro, el negro (1964) son fiel testimonio de lo que supuso el deshielo de la Primavera de Praga, la misma que los tanques soviéticos se encargarían de reprimir duramente poco tiempo después.



sábado, 10 de septiembre de 2016

Delitos y faltas (1989)




Título original: Crimes and Misdemeanors
Director: Woody Allen
EE.UU., 1989, 104 minutos

Delitos y faltas (1989) de Woody Allen


La entrega anual de Woody Allen para 1989 fue este díptico en el que unía dos historias diferentes, una protagonizada por un prestigioso oftalmólogo que contrata los servicios de un sicario y la otra por un desmañado aunque tierno director de cine, pero con el denominador común del tema de la culpabilidad. Se trata de un método de trabajo que, años más tarde, volvería a ser utilizado por el neoyorquino en Melinda y Melinda (2004), en esta ocasión contando alternativamente la misma historia desde un punto de vista cómico y trágico.

En el caso de Crimes and Misdemeanors, sin embargo, la relación entre ambas tramas no parece, en principio, tan clara y probablemente no lo sea: quizá se trate de dos guiones que Allen había ido modelando por separado y que al final decidió convertir en una sola película. De ahí que la escena final, en la que los personajes interpretados por el propio Allen y por Martin Landau coinciden en una fiesta, parezca un tanto forzada.

Lester (Alan Alda), en el centro, es el típico triunfador insoportable
y pagado de sí mismo, en oposición a Cliff (Woody Allen), derecha,
que sería el perdedor entrañable

En todo caso, el filme contiene los mismos elementos y lugares comunes que, a modo de constante, se repiten obsesivamente a lo largo de toda su filmografía: la ciudad de Nueva York, la burguesía ilustrada, diálogos brillantes plagados de réplicas humorísticas, continuas referencias literarias, musicales y cinéfilas... Estas últimas no sólo se limitan a los insertos de escenas de películas clásicas que Cliff (Woody Allen) devora en un viejo cine de reposiciones en compañía de su sobrina o de Halley (Mia Farrow) sino que a veces son más sutiles, como cuando Judah (Martin Landau) visita la antigua casa familiar y contempla, compartiendo encuadre y diálogo, un ágape con su parentela judía que en realidad es parte de sus recuerdos. Dicho recurso es una referencia y un homenaje más que evidente a Fresas salvajes de Bergman (1957), donde el sueco revivía la infancia del doctor Isak Borg (Victor Sjöström) mediante el mismo sistema.

En conclusión, la moraleja de Delitos y faltas (expresada en las palabras del viejo filósofo sobre el que Cliff preparaba un documental) es que vivimos en un mundo frío y hostil que solamente se ve revestido de afecto por los sentimientos que nosotros mismos seamos capaces de proyectar en él. Algo que parece igualmente válido en el caso de la culpa que asalta a Judah Rosenthal: si aflora es porque de pequeño le inculcaron que los ojos de Dios nos vigilan continuamente.

viernes, 9 de septiembre de 2016

El incinerador de cadáveres (1969)




Título original: Spalovač mrtvol
Director: Juraj Herz
Checoslovaquia, 1968-69, 95 minutos

El incinerador de cadáveres (1968) de Juraj Herz

Una pesadilla necrófila y kafkiana o, en palabras de su director (el eslovaco Juraj Herz), "tragedia de un hombre cuya ideología política destruye todo sentimiento humano en su interior." En todo caso, y al margen de la etiqueta que se le adjudique, Spalovač mrtvol no puede dejar indiferente a cualquiera que ame realmente el cine. Porque la fuerza de sus imágenes aúna a la vez el terror con la sátira política, en lo que supone una inquietante lectura de la irrupción del nazismo en la sociedad checa de finales de los años treinta.

En ese orden de cosas, el Kopfrkingl que compone Rudolf Hrusínský destaca por un sibilino coqueteo con la muerte: su forma de peinar cuidadosamente tanto a cadáveres como a víctimas inminentes, acción que siempre remata llevándose el peine a sus propios cabellos, pone de manifiesto que nos encontramos ante una turbadora encarnación del mal a pesar de su sonrisa beatífica.



En la consecución de dicha atmósfera juega un papel decisivo la música que para la ocasión compuso Zdeněk Liška (1922–1983), autor de una partitura de turbadora belleza, remotamente evocadora del Lakmé de Léo Delibes, y que concede a orquesta, coro y soprano el papel de presentar a la muerte como una "liberación".

Basada en la novela homónima de Ladislav Fuks, a nivel visual (tal vez por la filiación kafkiana de ambas) El incinerador de cadáveres plantea algunas similitudes con la versión de El proceso que Orson Welles filmara seis años antes. La diferencia, sin embargo, estriba en el hecho de que Herz se atreve a ir todavía más allá, en lo que supone un intento de análisis de la génesis del mal que se avanza varias décadas a planteamientos tipo Haneke.

Juraj Herz

martes, 6 de septiembre de 2016

Hanna Schygulla actúa en la Filmoteca de Catalunya








Ni la sala Chomón de la filmoteca catalana es una sala de conciertos ni éste es un blog sobre música. Pero, dadas las circunstancias, merece la pena hacer una excepción: Hanna Schygulla ha actuado hoy en Barcelona, acompañada al piano por Jean-Marie Sénia (el mismo que compusiera, hace ahora exactamente cuarenta años, la banda sonora del filme de Alain Tanner Jonas qui aura 25 ans en l'an 2000). Y lo ha hecho con la misma sencillez que destilan sus interpretaciones en la gran pantalla.

Porque si algo domina a la perfección la artista alemana es el papel de gran diva: no de las que se muestran distantes y fatales, sino la mujer de mundo con don de lenguas que posee la habilidad de hacernos creer que olvida la letra de sus canciones o que necesita preguntarle continuamente a su pianista cuál será la siguiente que tocarán, para crear así entre el auditorio la ilusión de que asistimos a una genial improvisación.

En esa misma línea, también ha insistido mucho, siempre con dulzura, que le subiesen el volumen del micro, ya que de lo contrario no se escuchaba a sí misma y eso le hacía perderse. Lo cierto es que la acústica era más que correcta, aunque ya se sabe que en estos casos unas gotas de coquetería siempre vienen bien...

El repertorio, planteado como una larga confesión de Schygulla con los asistentes (la primera vez que cantó en público fue a los cuatro años, en uno de los destartalados trenes de después de la Segunda Guerra Mundial), ha consistido en temas con letra del poeta Rimbaud o del mítico Jean-Claude Carrière. Con este último, la actriz y cantante ha admitido que vivió una aventura que los llevó "más allá de los mapas", pese a que, como es lógico, la mayoría de sus recuerdos han tenido como protagonista a Rainer Werner Fassbinder (1945–1982). Del malogrado cineasta, para el que trabajó en muchos de los títulos de su prolífica filmografía, ha dicho que fue un chico muy tímido pero con una poderosa fuerza interior a la vez.

Asimismo, ha habido tiempo también de picotear algunos clásicos de Édith Piaf ("Milord", "La vie en rose"...), antes de poner el broche final con la imprescindible "Lili Marleen". Y poco más: tras hora y media de actuación, Hanna Schygulla se ha marchado entre los merecidos aplausos de un público en pie que abarrotaba la sala grande de la Filmoteca de Catalunya, dejando tras de sí el buen sabor de boca que sólo está al alcance de quien canta como quien respira.

Hanna Schygulla, posando en la Filmoteca
de Catalunya para el diario Ara

domingo, 4 de septiembre de 2016

Iluminación íntima (1965)




Título original: Intimní osvetlení
Director: Ivan Passer
Checoslovaquia, 1965, 71 minutos

Iluminación íntima (1965)


La apacible vida que llevan los personajes de Intimní osvetlení (1965) en una pequeña aldea checa se ve apenas alterada por los peculiares ensayos musicales que algunos habitantes realizan en casa. Es una existencia cómoda, sin sobresaltos, en la que la convivencia familiar ocupa un lugar preeminente. Pero la llegada de la pareja formada por Petr (Zdenek Bezusek) y Stepa (a la que interpreta Vera Kresadlová, la entonces esposa de Milos Forman) supondrá, sin embargo, un pequeño acontecimiento para Bambas (Karel Blazek), su mujer, sus padres y sus tres hijos.

Y es que tanto Petr como Bambas son dos grandes melómanos: el primero se gana la vida como músico profesional en Praga mientras que el segundo es un mero aficionado que toca en la orquesta de su pueblo con motivo de bodas, comuniones, bautizos y algún que otro entierro. En todo caso, los dos amigos llevan muchos años sin verse y, como es lógico, merced al reencuentro tendrán la oportunidad de observar cuáles han sido sus respectivas trayectorias vitales.




Para celebrarlo, ambos se emborrachan una noche recordando viejos tiempos mientras escuchan un concierto de música clásica por la radio. Aunque la película terminará inesperadamente con un brindis de todo el clan familiar puesto en pie y alzando sus copas, sin que el licor acabe de bajar cuando se disponen a beberse el contenido. Final sin duda sorprendente y abierto, cargado de un fuerte simbolismo que puede dar pie a muy diversas interpretaciones.

Imbuida de una cómica socarronería, la película de Passer vendría a ser, por lo tanto, una suerte de reivindicación de la camaradería y de otros pequeños placeres que nos depara la vida. Sin embargo, no parece haber en ella ninguna presencia de crítica política o de sátira social. Aun así, precisamente el hecho mismo de que el filme no sea una reivindicación del todopoderoso comunismo y de sus valores, ausentes a lo largo de toda la historia, debió constituir el motivo por el cual Iluminación íntima sería finalmente prohibida por las autoridades de aquel país.