jueves, 30 de abril de 2020

Ovejas negras (1990)




Director: José María Carreño
España, 1990, 84 minutos

Ovejas negras (1990) de José María Carreño


A vuestra edad, hijos míos, existe el peligro de ver la muerte como algo que sucede a los demás. A los mayores, como algo lejano y ajeno. Y no es así. La muerte puede llegar en cualquier momento, a viejos y jóvenes, santos y pecadores, listos y tontos, ricos y pobres. Y nunca olvidéis esto: no hay en el infierno un solo condenado, ni uno solo, que no esté dispuesto a renunciar a las satisfacciones que experimentó en su vida, con tal de librarse del fuego eterno. ¡Pero ya es demasiado tarde! No hay en el infierno un solo condenado, ni uno solo, que no lamente haber nacido. ¡Pero ya es demasiado tarde! Y sin embargo, hijos míos, tened muy en cuenta esto que os digo: la muerte, momento terrorífico para el pecador, es un momento de bendición para el que no se ha desviado del buen camino, para el que está en Gracia de Dios. Porque entonces la muerte es el tránsito a la felicidad infinita, el tránsito a la Gloria eterna.

Sermón en el aula del Padre Crisóstomo

En Directores españoles malditos, Augusto M. Torres dice lo siguiente a propósito del director de Ovejas negras: "Conocí a José María Carreño hace muchos años, a mediados de los sesenta, cuando ambos escribíamos en una revista que tenía el increíble título de Film Ideal […] Vimos muchas películas juntos, pasamos largas horas hablando de cine y nos leíamos, y comentábamos, nuestros respectivos escritos. Lo recuerdo alto, extraño, simpático e indeciso, muy indeciso." Luego, al reseñar la única película dirigida por éste, concluye que, pese a su ritmo demasiado lento, "tiene un notable interés, dentro de su modestia, al reflejar las obsesiones religiosas de una generación."

De poco le sirvió, sin embargo, el ser nominado al Goya a mejor director novel, ya que no volvería a ponerse detrás de las cámaras más que para trabajos puntuales en el medio televisivo. Lo cual no ha hecho sino incrementar la leyenda de un cineasta que moriría prematuramente en 1996, apenas superados los cincuenta años de edad.



Es Ovejas negras un filme en el que la impronta buñueliana se adivina en su particular sentido del humor, tan sádico como anticlerical, que remite directamente a títulos, en la línea de Ensayo de un crimen (1955), de marcado carácter sarcástico. Su protagonista es un cuasi adolescente (Juan Diego Botto) que, tomando al pie de la letra las enseñanzas de la doctrina católica que le han sido inculcadas en el colegio del que es alumno, acabará por convertirse en un asesino en serie convencido de la labor redentora que está llevando a cabo.

Razones que hacen de esta ópera prima (y única) un ajuste de cuentas autobiográfico, narrado en forma de flashback, en el que lo mismo tienen cabida el Hitchcock de The Trouble with Harry (1955) que las "caritativas" ancianitas de Arsenic and Old Lace (1944), pasando por los recuerdos y gamberradas escolares del Fellini de Amarcord (1973).


miércoles, 29 de abril de 2020

El nombre de la rosa (1986)




Título original: The Name of the Rose
Director: Jean-Jacques Annaud
Alemania/Italia/Francia, 1986, 130 minutos

El nombre de la rosa (1986)
de Jean-Jacques Annaud

Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de espesor. A oscuras, en seguida después de laudes, habíamos oído misa en una aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacia las montañas.

Umberto Eco
El nombre de la rosa
Traducción de Ricardo Pochtar

Trasladar a Sherlock Holmes a las oscuras tinieblas de la Edad Media fue la genial idea que tuvo el italiano Umberto Eco (1932-2016) para dotar a su obra más célebre, una novela ambientada en las lóbregas dependencias de una abadía benedictina, de la necesaria dosis de suspense que todo thriller requiere. Así pues, Guillermo de Baskerville vendría a ser el equivalente medieval del detective británico y su novicio Adso de Melk, el Watson de turno. Claro que, tratándose de la invención de un erudito de la altura intelectual de Eco, no podían quedar ahí las alusiones y homenajes de carácter literario. Jorge de Burgos y su biblioteca laberíntica, por ejemplo, son una clara referencia a Jorge Luis Borges. Y el recurso de fingir que las memorias de Adso llegaran casualmente a manos del autor, como si de un personaje real se tratase, no deja de ser un subterfugio de evidentes resonancias cervantinas (quijotescas, para ser más exactos).

Cuenta Jean-Jacques Annaud que, al leer semejante historia, quedó de inmediato fascinado por el libro, por lo que, dejando de lado cualquier otro proyecto, se enfrascó durante cinco años en la génesis de una ambiciosa superproducción internacional. Y de la misma manera que en La guerre du feu (1981) se había propuesto representar al hombre de las cavernas como nunca antes se le había visto en una pantalla de cine, en El nombre de la rosa la premisa fue mostrar el medievo con inusitado rigor histórico. De ahí el esmero en elegir cuidadosamente a los extras en función de unos rasgos faciales particularmente marcados (caso del jorobado Salvatore, magistralmente interpretado por Ron Perlman) o la meticulosidad con la que los miembros del clero lucen sus cráneos tonsurados.



También se puso especial interés en los decorados, levantando la espectacular torre octogonal cuyo interior alberga esa magnífica colección de incunables entre los que se hallaría la codiciada Segunda Poética de Aristóteles, consagrada al estudio de la comedia y, por ende, objeto de encendidas controversias en una época en la que la risa era vista como una amenaza capaz de poner en peligro el sacrosanto temor de Dios. Dos nombres ilustres de la talla de Dante Ferretti (diseño de producción) y Tonino Delli Colli (fotografía), que habían trabajado a las órdenes de Pasolini o de Fellini, fueron los encargados de recrear, hasta el más mínimo detalle, el oscurantismo de aquel período.

Por último, merece la pena destacar un reparto encabezado por Sean Connery y Christian Slater. El primero se hallaba, por aquel entonces, en horas bajas (de hecho, la Columbia se negó a financiar el proyecto si él era el protagonista), aunque su papel de franciscano perspicaz, enemigo de la superstición, acabaría contribuyendo enormemente a reflotar la carrera del antiguo Agente 007. Slater, en cambio, era por aquel entonces un adolescente de apenas quince años que, según cuentan, se enamoró verdaderamente de Valentina Vargas, la joven que daba vida al único amor terrenal de Adso y rosa anónima de la que, muchos años después, todavía se acordará al redactar sus memorias.


martes, 28 de abril de 2020

Los visitantes (1993)




Título original: Les visiteurs
Director: Jean-Marie Poiré
Francia, 1993, 107 minutos

Los visitantes (1993) de Jean-Marie Poiré

Desde que Mark Twain publicase, a finales del siglo XIX, Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889), la idea de hacer que habitantes del presente irrumpan en plena Edad Media o viceversa ha sido ampliamente explotada tanto por la literatura de corte fantástico como por un determinado tipo de cine de aventuras. Que, en el caso de la francesa Les visiteurs, adquiría esa vertiente paródica que tan buenos resultados suele proporcionar en taquilla.

Catorce millones de espectadores fueron los responsables de que el filme contara con sucesivas secuelas y hasta un remake hollywoodense (todos ellos dignos de olvido). Aunque esta primera entrega de la saga, con Jean Reno y Christian Clavier en los papeles principales, no sólo le valió a Valérie Lemercier el César a la mejor actriz secundaria, sino que, con los años, ha terminado adquiriendo un cierto halo de película de culto.



A la innegable vis cómica de la pareja protagonista se sumaba un guion, coescrito por el propio Clavier y el director de la cinta, Jean-Marie Poiré, plagado de situaciones hilarantes al más puro estilo slapstick y en la tradición de las screwball comedies. Sin olvidar, claro está, ese particular humor de brocha gorda, no apto para exquisitos, que ponen de manifiesto los nombres de los personajes: Godefroy de Papincourt y Jacquouille la Fripouille (algo así como "Delcojón el Sinvergüenza").

Se ha dicho de Les visiteurs que presenta alguna que otra coincidencia en su planteamiento con El cronicón (1970) de Antonio Giménez Rico. O que la ya célebre escena en la que el conde y su escudero la emprenden a mandobles con una furgoneta de Correos está inspirada en el Don Quijote (1992) de Orson Welles. Antecedentes ilustres para una cinta que, a falta de mayores pretensiones, aspira a hacernos pasar un buen rato.


lunes, 27 de abril de 2020

¡¡¡Caverrrrnícola!!! (2004)




Título original: RRRrrrr!!!
Director: Alain Chabat
Francia, 2004, 94 minutos

¡¡¡Caverrrrnícola!!! (2004) de Alain Chabat


Son muchos los elementos de esta insólita comedia francesa que remiten, en clave paródica, a La guerre du feu (1981). Con ese sentido del humor, a menudo intraducible, del grupo Les Robins des Bois, troupe satírica, pasada a mejor vida, y de cuyas filas salieron notables intérpretes de la actual escena gala como Marina Foïs o Jean-Paul Rouve. Dirigió el cotarro Alain Chabat, otro de los nombres destacados del cine más taquillero de aquel país, que se reservó el papel de chamán de la tribu. Y como guinda, la presencia de dos ilustres actores que no necesitan presentación: Gérard Depardieu y Jean Rochefort.

El making off de la película revela una laboriosa fase de producción, sobre todo en lo concerniente a decorados, maquillaje, vestuario y localizaciones: soberbio esfuerzo artesanal que contrasta con las encarnizadas críticas que, tras su estreno, recibió la cinta por parte de algunos sectores de la crítica. Lo cual no impidió que, aun así, acumulara hasta tres millones de espectadores durante su explotación comercial.



Y es que las ocurrencias que aquí se gastan, entre absurdas y facilonas, no siempre son bien recibidas en un país acostumbrado a productos de mucha mayor qualité. Así, por ejemplo, eso de que todos los miembros del clan se llamen Pierre (que, además de Pedro, también significa "piedra") o el desfile de animalejos dotados de colmillos de mamut (entre ellos un vermut, otro juego de palabras, resultante de unir el término ver ("lombriz") con el paquidérmico sufijo -mut) suscitó las iras de publicaciones como Le Parisien, desde cuya portada se calificó al filme con un elocuente "Nul !"

Sin embargo, y a pesar de lo impronunciable de su título, quien esté dispuesto a pasar hora y media en compañía de estas dos facciones enfrentadas, la del "pelo limpio" y la del "pelo sucio", acabará forzosamente por reírse en algún momento u otro, aunque sólo sea por la facha tan disparatadamente estrambótica que lucen estos trogloditas de hace 35.000 años.


domingo, 26 de abril de 2020

En busca del fuego (1981)




Título original: La guerre du feu
Director: Jean-Jacques Annaud
Canadá/Francia, 1981, 100 minutos

En busca del fuego (1981) de Jean-Jacques Annaud


Se ha dicho, y no sin razón, que La guerre du feu vino a ser una especie de prolongación de lo ya expuesto por Kubrick y Arthur C. Clarke en las secuencias iniciales de 2001. No en vano, ambos filmes comparten un mismo rigor en su reconstrucción de los albores de la humanidad, huyendo del efectismo anacrónico de producciones al estilo de Hace un millón de años (1966) de Don Chaffey, en la que una imponente Raquel Welch en biquini convivía con criaturas del jurásico como si ello fuese lo más normal del mundo.

En cambio, el francés Jean-Jacques Annaud prefirió contar con dos genios a la hora de darle forma a esta singular epopeya prehistórica: por una parte, el guionista Gérard Brach (colaborador habitual de cineastas como Roman Polanski) y, en segundo lugar, el escritor Anthony Burgess, célebre por ser el autor de la novela que daría pie a La naranja mecánica (1971) y a cuyo cargo corrió el concebir las lenguas que hablan los cavernícolas protagonistas en su desesperada búsqueda del fuego.



Sin embargo, no todo es completamente verosímil en esta película. Por ejemplo, está el tema del contraste entre los diferentes entornos en los que transcurre la acción. Y es que, pese al minucioso trabajo de localización, con exteriores rodados en Canadá, Escocia y Kenia, se le podría reprochar la excesiva variedad de hábitats por los que atraviesan unos individuos que únicamente se desplazan a pie y que, por lo tanto, es de suponer que recorrerán distancias mucho menores que las que separan la sabana, con sus áridas llanuras, de los frondosos bosques de clima oceánico.

Pasa un poco lo mismo con las distintas especies de homínidos que cohabitan a escasos metros unas de otras. Así pues, si el clan que anda en busca de la preciada lumbre son homo sapiens, ¿a qué especie pertenecen los peludos asaltantes que irrumpen en una de las primeras escenas? Y los caníbales de nariz perforada, ¿son neandertales? ¿Qué son, entonces, los miembros de la tribu de Ika (Rae Dawn Chong), sensiblemente más desarrollados que los otros, puesto que, además de saber hacer fuego y fabricar armas mucho más elaboradas, poseen el don de la risa? En cualquier caso, y a pesar de este tipo de detalles, La guerre du feu continúa siendo, a día de hoy, una de las aproximaciones más certeras a nuestros orígenes, con alguna que otra pincelada (la secuencia de los mamuts, el plano final de la pareja contemplando la luna) que dejaría entrever una religiosidad incipiente.


sábado, 25 de abril de 2020

Entrelobos (2010)




Director: Gerardo Olivares
España/Alemania/Francia, 2010, 113 minutos

Entrelobos (2010) de Gerardo Olivares

La milenaria propaganda infamatoria —promovida, sin duda, primordialmente por el gremio de los pastores— contra el lobo, cuya figura ha llegado a constituirse en paradigma universal del malo, ha sido de una eficacia sólo comparable con la que los romanos proyectaron contra los cartagineses [...], siendo así que lo más cierto es que el lobo, al igual que todo el resto de los cánidos, y en contraposición, por ejemplo, a los felinos, es uno de los animales más dulces y más capaces de amor hacia sus semejantes y sus desemejantes de entre todos cuantos están catalogados en los registros de la zoología.

Rafael Sánchez Ferlosio
Comentarios a la Memoria e Informe sobre Victor de l'Aveyron

El caso real de Marcos Rodríguez Pantoja, el niño salvaje de Sierra Morena, inspiró esta coproducción hispanoalemana dirigida por el andaluz Gerardo Olivares. Acostumbrados como estamos a relacionar este tipo de historias con leyendas populares y cuentos tradicionales, sorprende que hacia 1954 todavía fuera posible que un crío de apenas siete años, huérfano de madre y abandonado por el padre, acabase siendo adoptado por una manada de lobos. Lo cual da una idea del grado de desarrollo de aquella España montaraz y profunda.

Sin embargo, de la película y del relato del propio Marcos se desprende que los años que pasó en la Naturaleza fueron los más felices de una existencia que luego, de regreso entre sus "semejantes", resultó más feroz que la de los propios animales: cazado a los diecinueve por la Guardia Civil, le arrancaron los dientes para que no pudiera morder a nadie. Y así el resto... Su vida, analizada por el escritor balear Gabriel Janer Manila en la novela juvenil He jugat amb els llops (He jugado con lobos, 2009), posee no pocos paralelismos con los de aquel Víctor del Aveyron que inspirara L'enfant sauvage de Truffaut.



Del filme de Olivares destaca lo bien rodadas que están las escenas en las que interviene la fauna: águilas, búhos, buitres, perdices, ciervos y, por supuesto, unos lobos que, viéndolos correr a través de los montes del Parque natural de la Sierra de Cardeña y Montoro (en plena provincia de Córdoba), recuerdan a los inmortalizados por Félix Rodríguez de la Fuente en El hombre y la tierra. Se caracteriza, pues, la cinta por un cierto toque documental, aderezado con una dramatización en la que, aparte de la de Juan José Ballesta, destacan interpretaciones como la del añorado Sancho Gracia (Atanasio), en uno de los últimos papeles de su carrera.

Poco se puede añadir a la contundencia de unas imágenes que hablan por sí mismas: a este respecto, Entrelobos (2010) remite a lo más genuino de nuestro vínculo con la Tierra. Su director, por cierto, llevó a cabo un interesantísimo blog en paralelo mientras duró el rodaje. Contiene valiosas informaciones sobre el mismo (por ejemplo, una nutrida selección de storyboards), amén de un detallado seguimiento del día a día. Diez años después, aún sigue activo. Para consultarlo, pincha aquí.


viernes, 24 de abril de 2020

¡Dispara! (1993)




Director: Carlos Saura
España/Italia, 1993, 115 minutos

¡Dispara! (1993) de Carlos Saura


Antes de dar el salto definitivo a Hollywood, Antonio Banderas protagonizó esta coproducción hispanoitaliana en la que compartía cartel con Francesca Neri. Contaba, a la sazón, 32 años de edad, si bien ya había trabajado a las órdenes de Saura en Los zancos (1984).

Marcos Vallés (Banderas) es periodista de El País y está preparando para el suplemento dominical un reportaje sobre el circo. Será precisamente durante el transcurso de una función circense que el reportero quedará prendado de la acróbata Giuditta, nombre artístico de Anna Meltzer (Neri), especialista en piruetas ecuestres y poseedora de una certera puntería con su rifle Winchester que más tarde resultará decisiva.



Y es que ¡Dispara!, que comienza como una historia de amor imposible entre dos seres radicalmente distintos, acaba derivando hacia una venganza de consecuencias trágicas. La fotografía de tonos gélidos de Javier Aguirresarobe, unida a la sección de cuerda de la banda sonora compuesta por Alberto Iglesias, confieren al conjunto un cierto aire glacial, subrayado por el tono conversacional de las interpretaciones.

Realismo que no llega al extremo de Deprisa, deprisa (1981), pero que prefigura, sin embargo, el fatalismo de El 7º día (2004). Una espiral de violencia que se desata inopinadamente cuando Marcos y Anna creían haber hallado por fin un sentido a sus vidas, dando al traste con las esperanzas que ambos habían depositado en esa relación.


jueves, 23 de abril de 2020

Stress-es tres-tres (1968)




Director: Carlos Saura
España, 1968, 94 minutos

Stress-es tres-tres (1968) de Carlos Saura


Siempre me ha parecido que, de haberse llamado de otra forma, quizá simplemente Estrés, esta película habría gozado de una mayor popularidad. A fin de cuentas, su planteamiento apenas difiere del de La caza (1966), uno de los títulos emblemáticos de la primera etapa de Saura. A lo mejor hasta le sobra también ese prólogo en el que la voz en off de Rafael Taibo nos bombardea con estadísticas apocalípticas cuyo único objetivo parece ser recalcar lo que de por sí ya se desprende del propio desarrollo argumental.

Sea como fuere, es éste un filme de actores en el que el trío protagonista, interpretado por Geraldine Chaplin (Teresa), Juan Luis Galiardo (Antonio) y Fernando Cebrián (Fernando), se debate entre la tensión sexual no resuelta de los dos primeros y los crecientes celos del último ante lo que él considera una infidelidad de su mujer con su mejor amigo.



Y así, la tirantez irá en aumento desde el viaje en coche camino de la costa hasta que todo se precipite en las playas del Cabo de Gata. Sin embargo, se trata de un final que deja el desenlace en el aire, con una ironía muy en la línea de lo que Buñuel hiciera, algunos años antes, al término de Viridiana (1961).

De hecho, son el cinismo y la hipocresía los causantes del estrés que atenaza las vidas de unos seres que, teniéndolo todo, experimentan un tremendo vacío existencial. Fernando, que tiene una hija en común con Teresa, considera que Antonio vería el mundo de otra manera si, como ellos, formase algún día una familia: "Si tuvieras un hijo, no serías tan cínico. Cambiaría tu concepto de la vida, te lo aseguro." A lo que el otro, entre bromas y veras, le responde: "¡Claro que sí! Y si tuviera una casa más grande, un coche mejor y unos cuantos millones en el banco, también cambiaría mi vida..." En cualquier caso, lo que está claro es que ninguno de los tres parece sentirse plenamente a gusto con la existencia que le ha tocado vivir.


miércoles, 22 de abril de 2020

Ríos de color púrpura 2: Los ángeles del apocalipsis (2004)




Título original: Les rivières pourpres 2 - Les anges de l'apocalypse
Director: Olivier Dahan
Francia/Italia/Reino Unido

Ríos de color púrpura 2: Los ángeles del apocalipsis (2004)
de Olivier Dahan

Aprovechando el tirón de la primera entrega, cuatro años después llegaba esta segunda parte de Les rivières pourpres, escrita por Luc Besson a partir del universo novelesco que ideara Jean-Christophe Grangé y dirigida por un cineasta que fue pintor y realizador de videoclips antes de dar el salto al séptimo arte: Olivier Dahan (La Ciotat, 1967), el mismo que, inmediatamente después de este proyecto, se zambulliría en la vida de Édith Piaf para mayor gloria de la multipremiada Marion Cotillard.

No obstante, el hecho de que se tratase de una coproducción internacional favoreció la presencia en el reparto del mítico Christopher Lee, ya octogenario, en un papel de antiguo oficial nazi reconvertido en líder de una peligrosa secta milenarista. El protagonismo, en cambio, volvía a recaer otra vez en Jean Reno, de nuevo encarnando al experimentado comisario Niémans, ahora acompañado por Benoît Magimel, quien interpreta al joven y un tanto impulsivo agente Reda (de hecho, un antiguo alumno de Niémans en la academia de policía).



Juntos, y con la ayuda inestimable de Marie (Camille Natta), especialista en simbología cristiana, afrontarán la resolución de un caso especialmente sangriento: el asesinato en serie de un grupo de neoapóstoles a manos de esos querubines apocalípticos a los que alude el título de la cinta. O lo que viene a ser lo mismo: monjes encapuchados, de descomunal fuerza y agilidad, que brincan por doquier con la pericia de un campeón de parkour y buscan bajo tierra un preciado tesoro medieval.

Ni que decir tiene que semejante argumento no se aguanta ni por casualidad y que los tópicos habituales del polar francés (lluvia perpetua, hemoglobina a raudales, ritos macabros...) no alcanzan aquí la agudeza de la que hicieron gala ilustres predecesores como, por ejemplo, Jean-Pierre Melville (1917–1973). Los mitómanos más recalcitrantes sí que disfrutarán, por el contrario, de la aparición fugaz del bueno de Johnny Hallyday en un papelillo sin mayor trascendencia.


martes, 21 de abril de 2020

Los ríos de color púrpura (2000)




Título original: Les rivières pourpres
Director: Mathieu Kassovitz
Francia, 2000, 106 minutos

Los ríos de color púrpura (2000)
de Mathieu Kassovitz

Personne ne peut comprendre un flic. Encore moins le juger. Nous évoluons dans un monde brutal, incohérent, fermé. Vous êtes en dehors, et vous ne pouvez plus le comprendre. Vous êtes en dedans, et vous perdez toute objectivité.

Jean-Christophe Grangé
Les rivières pourpres

Convertir una novela de cuatrocientas páginas en una película de poco más de cien minutos pasa forzosamente por una simplificación del material adaptado. Y eso es precisamente lo más llamativo de un filme policíaco que partía del best seller homónimo de Jean-Christophe Grangé, responsable asimismo, junto al realizador Mathieu Kassovitz, del guion.

Transcurren los hechos, una serie de crímenes macabros cuyo móvil apunta a oscuras motivaciones eugenésicas, en el seno de una pequeña comunidad universitaria de la región de los Alpes a la que son destinados dos agentes de policía parisinos, encargados ambos de sendas investigaciones y bastante antitéticos entre sí: Pierre Niémans (Jean Reno) y Max Kerkerian (Vincent Cassel). Un único detalle les une: sus métodos no son nada ortodoxos.



El primero de ellos es el típico veterano que está de vuelta de todo. En la novela se detalla cómo apalea a un hooligan inglés, hincha del Arsenal (que acaba de perder la final de la Recopa frente al Zaragoza), motivo por el que sus superiores lo destierran a un aburrido departamento de provincias, si bien todo ese turbio pasado queda deliberadamente excluido de la película. Kerkerian, a su vez, es un antiguo delincuente reconvertido en agente de la ley, aunque en el libro se llama Karim Abdouf, es de origen magrebí y luce unas espectaculares rastas.

Queda claro, por tanto, que lo que la fuente literaria pudiese tener de crítica o provocación se diluye aquí en aras de conseguir un producto mucho más neutro. Desaparecen, además, personajes o bien se funden dos en uno (caso de Fabienne Herault y la hermana Andrée, interpretada por Dominique Sanda). Con todo y con eso, el eco más que evidente de thrillers como El silencio de los corderos (1991) o Seven (1995) le resta credibilidad a una historia ya de por sí bastante pillada por los pelos.


lunes, 20 de abril de 2020

Una invención diabólica (1958)




Título original: Vynález zkázy
Director: Karel Zeman
Checoslovaquia, 1958, 84 minutos

Una invención diabólica (1958) de Karel Zeman

Se ha dicho que la locura es un exceso de subjetividad, es decir, un estado en el que el alma se entrega demasiado a su trabajo interior y poco a las impresiones que vienen de fuera. En Tomás Roch esta indiferencia era casi absoluta. No vivía más que dentro de sí mismo, presa de una idea fija, cuya obsesión le había llevado donde estaba. Difícil, pero no imposible, era que se produjera una circunstancia, un contragolpe que le «exteriorizase», para emplear una palabra bastante exacta. [...]

Su última invención, respecto a los instrumentos de guerra, llevaba el nombre de Fulgurador Roch. A creerle, este aparato poseía tal superioridad sobre los otros, que el Estado que lo adquiriera sería el dueño absoluto de los continentes y de los mares.

Julio Verne
Ante la bandera
Traducción de E. M. A.

Pese a las resonancias siniestras de su título, Una invención diabólica tiene más de exquisita pieza de orfebrería que de filme de horror. Vagamente basada en una obra menor de Julio Verne (Face au drapeau, 1896), el checo Karel Zeman se esmeró, con minuciosidad de artesano, en reproducir el universo pictórico de los grabados que solían ilustrar las ediciones decimonónicas de aquellas novelas. Así pues, y haciendo acopio de submarinos, pulpos gigantes, islas misteriosas, científicos cautivos y magnates ególatras, dio vida a unos decorados deliciosamente estilizados en cuyo interior actores y maquetas conviven alentados por grandes dosis imaginativas.

Fábula preciosista que, hasta la fecha, sigue siendo una de las cintas checas de mayor éxito internacional. De hecho, llegaría a estrenarse en EE.UU. bajo el nada original título de The fabulous world of Jules Verne y en el Festival du film de Bruselas, celebrado con motivo de la Exposición Universal del 58, recibiría por unanimidad el Gran Premio del Jurado.



La banda sonora, trufada de pinceladas de clavicémbalo, corrió a cargo del excelso Zdeněk Liška (1922-1983), uno de los compositores más prominentes de la cinematografía checa, autor de partituras tan célebres como las de El barón fantástico (1962), también de Zeman, Ikarie XB-1 (1963) de Jindřich Polák o El incinerador de cadáveres (1969) de Juraj Herz.

Verne escribió su relato en un período de firme desasosiego frente al progresivo poder armamentístico del Imperio alemán, por lo que cabría considerarlo un claro ejemplo de literatura anticipatoria. A este respecto, la relación que se establece entre el Profesor Roch (Arnost Navrátil) y el ambicioso Conde de Artigas (Miroslav Holub) prefigura la ambivalencia que presidiría los vínculos entre ciencia y progreso cuando los avances en materia de energía nuclear se pusieron al servicio de los intereses expansionistas de los regímenes totalitarios.


domingo, 19 de abril de 2020

El péndulo de la muerte (1961)




Título original: Pit and the Pendulum
Director: Roger Corman
EE.UU., 1961, 77 minutos

El péndulo de la muerte (1961)
de Roger Corman

Estremeciéndome de pies a cabeza, me arrastré hasta volver a tocar la pared, resuelto a perecer allí antes que arriesgarme otra vez a los horrores de los pozos —ya que mi imaginación concebía ahora más de uno situados en distintos lugares del calabozo. De haber tenido otro estado de ánimo, tal vez me hubiera alcanzado el coraje para acabar de una vez con mis desgracias precipitándome en uno de esos abismos; pero había llegado a convertirme en el peor de los cobardes.

Edgar Allan Poe
El pozo y el péndulo
Traducción de Julio Cortázar

Ya desde sus psicodélicos títulos de crédito iniciales, Pit and the Pendulum es un cromo lisérgico rebosante de los tópicos más frecuentes en el cine de terror de los años sesenta, desde las mazmorras de cartón piedra de un castillo repleto de telarañas hasta los primeros planos del rostro perturbador de Vincent Price. No faltan, asimismo, los rayos y truenos en un paraje inhóspito al borde de un acantilado solitario ni la celda de castigo en donde un antiguo inquisidor español torturó a no pocos reos valiéndose de los más sofisticados aparatos para el tormento.

La acción transcurre en 1546 en una remota fortaleza cuyo propietario, Nicolás Medina (Price), vive atenazado por el recuerdo de una vivencia traumática que marcó su infancia. Éste, individuo inestable al que la reciente muerte de su esposa ha terminado sumiendo en un permanente estado de desasosiego, cuenta, desde hace algún tiempo, con la compañía de su hermana Catherine (Luana Anders) quien, procedente de Barcelona, procura hacerle más llevadera su tristeza.



Sin embargo, la visita inesperada del inglés Francis Barnard (John Kerr), hermano de la difunta, coincidirá con una serie de fenómenos extraños que van a poner en entredicho que Elizabeth (Barbara Steele) esté realmente muerta.

Con un guion del novelista Richard Matheson, basado, a su vez, en el relato homónimo de Edgar Allan Poe, El péndulo de la muerte posee el característico brío de las producciones de Roger Corman, si bien adolece de alguna que otra imprecisión histórica e incluso lingüística, como esa manía que tienen los personajes de utilizar el término doña como si fuese sinónimo exacto de señora. De ahí que sus diálogos abunden en expresiones graciosísimas del tipo "¡Hola, doña!" o "¡Adiós, don Medina!" Con todo y con eso, la cinta, magistralmente fotografiada por Floyd Crosby en formato Panavisión, se deja ver con agrado.


sábado, 18 de abril de 2020

La tienda de los horrores (1986)




Título original: Little Shop of Horrors
Director: Frank Oz
EE.UU., 1986, 90 minutos

La tienda de los horrores (1986) de Frank Oz


Por más que se trate de la misma historia, no hay ni punto de comparación entre la película de Roger Corman que comentábamos ayer y su remake musical del año 86. Para empezar, porque una costó 27000 dólares y la otra veinticinco millones... Pero, al margen de lo estrictamente presupuestario, resulta que todo lo que tenía de underground e independiente la versión en blanco y negro se transforma aquí, precedido de un éxito arrollador en los escenarios de Broadway, en producto mainstream para consumo de masas. Lo cual no impide, ni mucho menos, que siga siendo un filme divertidísimo.

Aparte del desenlace, hay alguna pequeña variación que diferencia la trama de ambas. Por ejemplo, el origen de la alcachofa asesina (o lechuga gigante, según el ángulo desde el que se la mire), ahora procedente de un modesto comercio chino, un poco en la línea de lo que, dos años antes, había sido el punto de partida de Gremlins (1984), cinta en cuyo reparto participaron, curiosamente, dos de los actores (Dick Miller y Jackie Joseph) que en su día habían trabajado a las órdenes de Corman.



Tampoco se aprecian exteriores rodados en los suburbios de Skid Row, el deprimido distrito de Los Ángeles donde tiene su sede la floristería Mushnik, sino que una producción tan genuinamente americana como la que nos ocupa, con "coro griego" incluido, en forma de tres cantantes soul, se filmó por completo, ¡quién lo diría!, en los londinenses estudios Pinewood.

Un vibrante repertorio de números musicales, compuesto por Alan Menken junto al malogrado Howard Ashman (1950-1991), en el que sobresalen canciones como "Feed Me!" o "Suppertime" y para cuya interpretación se barajaron los nombres de Cyndi Lauper y hasta Madonna, si bien los papeles principales irían finalmente a parar a Ellen Greene (Audrey), quien ya lo había interpretado en su versión teatral, y Rick Moranis (Seymour). Completaron el elenco diversas apariciones estelares: John Candy, Steve Martin haciendo de dentista bravucón, Jim Belushi o Bill Murray dando vida al sádico personaje encarnado en 1960 por Jack Nicholson.


viernes, 17 de abril de 2020

La pequeña tienda de los horrores (1960)




Título original: The Little Shop of Horrors
Director: Roger Corman
EE.UU., 1960, 72 minutos

La pequeña tienda de los horrores (1960)
de Roger Corman


¿Qué se puede hacer en dos días y medio con un presupuesto de apenas 27000 dólares? Roger Corman lo tuvo clarísimo: una obra maestra de la cutrez y el humor negro; la historia de una planta carnívora insaciable que crece ilimitadamente. The Little Shop of Horrors posee el toque característico del cine independiente americano, preludio de una nueva era que había de dinamitar, a base de irreverencia, las convenciones del Hollywood clásico.

Hilaridad que, sin embargo, ya estaba presente en algunos cómicos de la edad dorada (¿o es que acaso las gamberradas de los hermanos Marx no anticipaban algunas de las situaciones aquí descritas?), pero que Corman y su guionista Charles B. Griffith sabrán llevar al extremo, dándole un enfoque más transgresor aún si cabe.



Rodada en austero blanco y negro (aunque existen versiones coloreadas de la cinta), esta pequeña tienda horrorosa contiene actuaciones memorables de un elenco de actores que no cobró por su trabajo, si bien ganó, a cambio, el privilegio de formar parte de una de las producciones míticas del cine de serie B. Entre ellos sobresale, de un modo especial, un joven Jack Nicholson en los inicios de su carrera, ya por entonces dotado de ese inconfundible histrionismo que tantas veces explotaría en no pocas de sus interpretaciones.

Se han propuesto múltiples análisis de lo que pueda simbolizar la voracidad de Audrey Junior, a menudo vinculada con el éxito fácil, el precio de la fama o incluso con las fatales consecuencias que puede acarrear el ir alimentando las exigencias de un ego sin fin. No obstante, es más que probable que, lejos de lecturas alegóricas, la única aspiración de Roger Corman y su equipo fuese ganar una apuesta un tanto pueril: la de que eran capaces de rodar en tiempo récord una parodia de película de terror cuya osadía hiciera desternillarse a todo el mundo. Y a fe que lo consiguieron.


jueves, 16 de abril de 2020

El planeta fantasma (1961)




Título original: The Phantom Planet
Director: William Marshall
EE.UU., 1961, 80 minutos

El planeta fantasma (1961) de William Marshall

3,6 no parece la mejor nota para una película en cuyo cofre del DVD lleva estampado aquello tan recurrente de "Una joya del mejor cine de serie B..." Y, sin embargo, a día de hoy ésa es la puntuación que obtiene The Phantom Planet en el célebre portal IMDb (más de dos mil quinientos usuarios avalan dicho resultado). Evidentemente, ahora tampoco vamos a decir lo contrario: esto es lo que es, que nadie se llame a engaño. Una producción de bajo presupuesto y poco más.

Sin embargo, el cinéfilo minucioso hallará en ella alguna que otra similitud con títulos posteriores pertenecientes a su mismo género e infinitamente mejor valorados. Tal sería el caso, cómo no, de 2001 (1968), a la que se avanza al convertir la Luna en estación espacial y base de operaciones desde la que planificar la conquista del espacio sideral. Es allí, en nuestro entrañable y yermo satélite, donde al inicio del filme se detecta que algo no va del todo bien. Exactamente igual a lo planteado por Kubrick y Arthur C. Clarke en su mítica odisea.

¿La Gallina Caponata? ¡No! ¡Es el Solarita!

También cuando se produzca una avería en la nave en la que viajan los tripulantes de la misión, veremos a uno de ellos descolgarse accidentalmente y flotar en la inmensidad del cosmos, rumbo a los confines del universo y a una muerte segura. A fin de cuentas, son varios y sobradamente conocidos los "saqueos" perpetrados por los susodichos, sobre todo procedentes de las cinematografías del Este, y ahí están para corroborarlo cintas como Destino Espacial: Venus (Der schweigende Stern, 1960) o la checa Viaje al fin del universo (Ikarie XB 1, 1963).

Y sí, de acuerdo: el disfraz del funesto Solarita es patético. Y la posibilidad de un planetoide con pinta de almendra garrapiñada, habitado por liliputienses y manejado de aquí para allá como si fuese una aeronave espacial no hay por dónde pillarla. William Marshall (padre de la cineasta francesa Tonie Marshall, fallecida hace poco más de un mes) nunca pasó de ser un actor de reparto y apenas dirigió tres largometrajes. Pero, con todo y con eso, ¿quién puede negar el encanto de semejante engendro?


miércoles, 15 de abril de 2020

La mala semilla (1956)




Título original: The Bad Seed
Director: Mervyn LeRoy
EE.UU., 1956, 126 minutos

La mala semilla (1956) de Mervyn LeRoy

Hitchcock rechazó el proyecto; Billy Wilder quiso dirigirla, pero no le dejaron; Paul Henreid (el Victor Laszlo de Casablanca) intentó infructuosamente hacerse con los derechos de la obra teatral; a Bette Davis le habría encantado interpretar el papel principal, pero ya era demasiado mayor para encarnar a una madre... ¿Qué portento era éste que hacía suspirar a medio Hollywood? Pues ni más ni menos que la adaptación cinematográfica de The Bad Seed, la pieza de Maxwell Anderson que dos años antes había arrasado en los escenarios de Broadway con 334 representaciones.

De hecho, buena parte del elenco original repitió su papel en la película con idéntico éxito. Así, por ejemplo, la actriz Nancy Kelly, que recibiera un premio Tony por su interpretación de señora Penmark, fue también nominada al Óscar a la mejor actriz protagonista, mientras que sus compañeras de reparto Eileen Heckart y la niña Patty McCormack, antítesis de la Dorothy de El mago de Oz, corrieron suerte pareja en la categoría de secundarias.



Llegados a este punto, se hace necesario traer a colación la advertencia que figura al final de la película: "You have just seen a motion picture whose theme dares to be startlingly different. May we ask that you do not divulge the unusual climax of the story. Thank you." Vamos: que como sucedería al año siguiente en la magistral Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957), del ya mencionado Wilder, se le pide al respetable que, por el bien de futuros espectadores, haga el favor de no cometer spoiler. Evidentemente, no vamos a ser nosotros quienes profanemos semejante (e impactante) final, pero sí que merecería la pena tener en cuenta algunas consideraciones al respecto.

Éste es un filme que se atreve a abordar un tema hasta entonces tabú y al que Ibáñez Serrador volvería dos décadas más tarde en ¿Quién puede matar a un niño? (1976): la malignidad de un menor. En ese sentido, la aparente perfección de la pequeña (y odiosa) Rhoda (McCormack) no es sino la fachada de un ser perversamente malévolo cuyo egoísmo no tiene límites. Y es que, a pesar de sus impecables coletas rubias y su vestidito de organdí, la chiquilla tiene, sin embargo, más peligro que una piraña en un bidé... Pequeño (gran) problema: que el público de 1956 no estaba aún preparado para asumir que una niña de ocho años pueda ser una asesina impasible. Y de ahí esa extraña pirueta final, absolutamente teatralizante e innecesaria, con la que se pretende tranquilizar al espectador recordándole que lo que acaba de ver es tan sólo una ficción.


martes, 14 de abril de 2020

El coche de pedales (2004)




Director: Ramón Barea
España/Portugal, 2004, 92 minutos

El coche de pedales (2004) de Ramón Barea


Segundo largometraje dirigido por el actor Ramón Barea (Bilbao, 1949) tras la comedia monjil Pecata minuta, que supuso su debut en la dirección allá por 1998. Historia de posguerra, presumiblemente autobiográfica, que, por su planteamiento, puede recordar a los trabajos como director del también intérprete Carlos Iglesias, y que contó con la presencia, en el papel principal, del malogrado Álex Angulo. De hecho, lo que son las cosas, el actor había iniciado su carrera, con apenas dieciocho años, en las filas del grupo teatral alternativo Karraka, que casualmente dirigía el propio Barea.

Don Pablo Magaña (Angulo) es uno de aquellos personajes disparatados pero entrañables, todo corazón. Regenta una academia que lleva su nombre en la que, además de secretariado, contabilidad y cultura general, el buen hombre enseña esperanto. Pero no tiene muchos alumnos, por lo que, en sus ratos libres, ejerce como representante de grifería para la casa Roca, aunque tampoco goza de mucho éxito haciendo de comercial... Sin embargo, y a pesar de vivir continuamente entrampado, ello no es óbice para que don Pablo y los suyos se muestren siempre de buen talante.



Refugiado en las ensoñaciones de un mundo de fantasía, en el que lo mismo dialoga con su ángel de la guarda que se le aparece el comandante Diego Valor y su cohorte de pilotos siderales, Pablito asiste atónito a los tejemanejes del entorno familiar: una casa muy humilde donde llegar a fin de mes es todo un arte, pero en la que tanto sus padres como su hermana son ricos en ilusión. No obstante, el niño bebe los vientos por un cochecito de pedales que llama su atención desde la vitrina de la tienda de juguetes en la Plaza Mayor del pueblo. Lástima que la ilusión no baste para pagar las 5375 pesetas de su importe, prohibitivamente caro...

Y, por si todo esto no fuera poco, las ideas libertarias de don Pablo le cuestan el rechazo de la familia de su mujer (Rosana Pastor), amén de alguna que otra cuenta pendiente con la Justicia en vísperas de una visita oficial del Caudillo (o "Patas cortas", como suele llamarlo en la intimidad del hogar). En definitiva, la cinta destila un tono de optimismo frente a la adversidad, reforzado por el punto de vista ingenuo del niño (cuyo clan irá siendo presentado, a medida que avance la acción, mediante sus palabras sobreimpresas: "Mi padre", "Mi madre", "Mi hermana"...) que conecta de pleno con el planteamiento de La vita è bella (1997) de Roberto Benigni.


lunes, 13 de abril de 2020

Días de viejo color (1968)




Director: Pedro Olea
España, 1968, 78 minutos

Días de viejo color (1968) de Pedro Olea


Tras un par de cortos, El parque de juegos (1963) y Anabel (1964), el primer largometraje del bilbaíno Pedro Olea fueron estos Días de viejo color que coescribieron los también cineastas Antonio Giménez Rico y Ángel Llorente. En apariencia, se trataría de una comedia estudiantil al uso, protagonizada por tres universitarios madrileños que van a ligar a Torremolinos en Semana Santa. Y aunque ello es así en buena medida, la película depara, sin embargo, no pocas sorpresas que demuestran una cierta voluntad rompedora por parte de aquellos jóvenes realizadores.

Como, por ejemplo, toparse con un imberbe Luis Eduardo Aute cantando dos temas en francés, el segundo de los cuales ("Les bourgeois") provisto de una letra que pretende ser reivindicativa. O ese guateque tan sui géneris en el que figuran como extras personalidades de la talla de la escritora Mercedes Pinto (declamando una extraña letanía), el pintor Manuel Viola en plena performance, Massiel con sombrero cordobés, Juan Pardo y Fernando Arbex de los Brincos, Miguel Picazo jugando al pinball y la transexual francesa Coccinelle improvisando imaginativos vestidos a partir de un simple fular.

Luis Eduardo Aute (1943-2020)

Tal vez porque la censura franquista tenía muy claro que esto era una peliculilla de amoríos vacacionales y poco más, pero lo cierto es que no deja de ser sorprendente que los personajes hagan referencia a sustancias psicotrópicas como el LSD o la marihuana. Que debían de estar muy en el ambiente, de acuerdo (y la cosa tampoco va a mayores, es cierto), pero, aún así, llama la atención escuchar esas palabras en un filme español del 68. Con todo, no falta la nota cómica a través del potentado yanqui al que interpreta Luis García Berlanga: un señor que responde al nada original nombre de Mister Marshall y que se pasa el día en la terraza del hotel leyendo cómics y bebiendo leche.

El americano pretenderá convencer a Miguel (José Manuel Gorospe) de que le ayude a pasar un cargamento de hachís desde Tánger, cosa a la que el muchacho no sabe cómo negarse. Pero allí está su amigo Luis (Andrés Resino) para rechazar la oferta por él y zanjar el tema. Porque estos mancebos habrán ido a la Costa del Sol a pillar cacho, pero aun así son gente seria. Tanto, que Luis se enamora de Marta (Cristina Galbó), matritense como ellos y cuyos padres (modernísimos para la época) le permiten que tome sus propias decisiones. Lo cual culmina en que la pareja comparte lecho y promesas de amor eterno, aunque, cuando en la última secuencia, ya de regreso en la capital, vemos a Luis alejarse solo hasta confundirse con la multitud, no está muy claro que la relación entre ambos se vaya a consolidar.