Título original: The Killing of Sister George
Director: Robert Aldrich
EE.UU., 1968, 138 minutos
El asesinato de la hermana George (1968) de Robert Aldrich |
Otro de los grandes directores de los que este año se cumple el centenario es el norteamericano Robert Aldrich, autor de una treintena larga de títulos y que vino al mundo un 9 de agosto de 1918. Así, a bote pronto, su nombre hace pensar en wésterns como Veracruz o Apache (ambos del 54) o contundentes dramas de hazañas bélicas del tipo Doce del patíbulo (1967). Sin embargo, fueron sus proyectos más personales, en la línea de la ya mítica ¿Qué fue de Baby Jane? (1962), duelo interpretativo de titanes entre Bette Davis y Joan Crawford, los que hoy vale la pena desempolvar.
Menos conocido entre nosotros por razones obvias, ya que, dado lo explícito de su temática, nunca llegó a estrenarse en España, The Killing of Sister George era la adaptación de una comedia de Frank Marcus que venía de triunfar clamorosamente en los escenarios de Broadway, donde se llevaron a cabo más de doscientas representaciones, lo que le valdría dos candidaturas a los premios Tony (Mejor obra y Mejor actriz), yendo a parar el segundo de dichos galardones a Beryl Reid, quien también protagonizó la versión cinematográfica.
Aldrich, tras consagrarse gracias al éxito comercial de filmes como los antes mencionados, afrontaba ahora el reto de producir él mismo, y en sus propios estudios, películas de mayor riesgo. Receta que, en el caso de El asesinato de la hermana George, acabaría dando lugar a un filme de un atrevimiento insólito para la época, por más que la acción se sitúe en el Londres efervescente de finales de los sesenta.
Aunque huelga decir que había que pagar un precio por tanta desenvoltura. Y a Aldrich le salió bastante cara la broma. Porque hablar abiertamente de lesbianismo, por muy entrañables que fuesen sus protagonistas, comportó que la cinta se exhibiese en Estados Unidos bajo la calificación X (con el estigma que ello supone). Algo que el director no pudo evitar pese a la batalla legal que entabló y los setenta y cinco mil dólares en costas que se dejaría, inútilmente, durante el proceso.
No obstante, nada de todo aquello importa ya: la película quedará para siempre como una sabia reflexión sobre los vicios privados y las virtudes públicas en el marco de otro tema no menos controvertido: el de la inconsistencia de la fama en el medio televisivo, donde los actores de seriales, a pesar de su popularidad, están a merced de lo que decida el productor sin escrúpulos de turno.
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