Título original: Les amants
Director: Louis Malle
Francia, 1958, 88 minutos
Los amantes (1958) |
Ya desde los títulos de crédito iniciales, Louis Malle deja constancia de su audacia al hacer que éstos aparezcan superpuestos sobre la Carte de Tendre, célebre mapa topográfico y alegórico inspirado por una narración de Madeleine de Scudéry (1607-1701) en el que se detallan, como si de aldeas o ríos de un reino imaginario se tratase, las diferentes etapas de toda vida amorosa. Sutileza de lo más agudo cuya finalidad no es otra sino avisar al espectador de por qué derroteros va a discurrir la historia que está a punto de comenzar.
El próximo mes de noviembre se cumplirán sesenta años exactos del estreno de Les amants, cinta que hoy, con el segundo movimiento del Sexteto de cuerda nº 1 de Brahms como banda sonora y sus inteligentes diálogos, resulta de una extraordinaria exquisitez, pero a la que en su momento, dado que exponía sin ambages los amoríos de una mujer adúltera, se llegó a acusar directamente de pornográfica.
Dice la protagonista (una fantástica Jeanne Moreau) que su marido le recuerda a un oso. Y, ciertamente, el señor Tournier (Alain Cuny) es un muermo de tomo y lomo, por lo que, según la lógica interna del relato, nada tiene de particular que Jeanne, tratándose de una mujer joven y atractiva, busque refugio en los brazos de un apuesto jugador de polo (José Luis de Vilallonga). Aunque el azar hará que encuentre el amor verdadero donde menos lo esperaba y no precisamente en forma de flechazo: porque el conductor que la recoge en la carretera secundaria donde su coche ha sufrido una avería no pasa de ser, en un principio, un simple arqueólogo desprovisto del atractivo de su amante español. Sin embargo, Bernard (Jean-Marc Bory) detesta el ambiente burgués en el que se ha criado y, por ahí, va a conectar con Jeanne.
En efecto, es la voz en off del personaje de Jeanne Moreau la que nos narra la historia de principio a fin, aportándole a la película, desde un presente que arranca a partir de la secuencia final, la coherencia del proceso que se ha producido en el interior de la mujer y de cuya génesis hemos sido testigos de excepción a lo largo de hora y media. Gracias a Bernard, Jeanne descubre que de lo que en realidad huye no son los ocho años de matrimonio junto a un hombre abúlico y algo mordaz, sino de los convencionalismos e hipocresía de una clase social a la que ya no soporta más. Por eso, lejos de ser un cuento de hadas con final feliz, la película se cierra con un comentario realista cargado de recelo y fascinación a partes iguales: « Ils partaient pour un long voyage dont ils connaissaient les incertitudes. Ils ne savaient pas s'ils retrouveraient le bonheur de leur première nuit : déjà, à l'heure dangereuse du petit matin, Jeanne avait douté d'elle… Elle avait peur, mais elle ne regrettait rien ».
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