Título original: Sage femme
Director: Martin Provost
Francia/Bélgica, 2017, 117 minutos
Dos mujeres (2017) de Martin Provost |
Los créditos iniciales de Dos mujeres (que en Hispanoamérica se ha estrenado como El reencuentro) juegan con el doble sentido del título original haciendo aparecer y desaparecer un simple guion: Sage-femme ('Comadrona') versus Sage femme ('Mujer sabia'). De acuerdo con ese detalle el mismo calificativo serviría para designar a ambas protagonistas: Claire (Catherine Frot) porque ése es su oficio; Béatrice (Catherine Deneuve) porque su filosofía de vida, aparentemente caótica y nada convencional, demuestra, sin embargo, una profunda sabiduría.
Son, en realidad, personas antagónicas a las que el destino se ha empeñado en dar una última oportunidad para complementarse, comprenderse, perdonarse o como se le quiera llamar. Y, pese a lo mucho que las separa, ambas comparten un hecho capital que es que las dos se encuentran, por diferentes motivos, en un momento crucial de sus respectivas existencias: a Béatrice le acaban de diagnosticar un tumor cerebral; Claire, en cambio, recibe la noticia de que va a ser abuela al mismo tiempo que inicia una relación con un vecino (Olivier Gourmet) y se confirma el cierre de la maternidad en la que trabaja.
Hay, por otra parte, una historia en común: Béatrice fue la amante del padre de Claire, aunque un buen día desapareció del mapa sin dejar rastro, cosa que la partera no parece haber olvidado. Y es que Claire ni tiene amigos ni se relaciona con su propia madre, de la que apenas sabemos nada ni llega a aparecer en toda la película, lo cual subraya la misantropía en la que vive instalada casi tanto como esa horrible gabardina de la que nunca se desprende y que Béatrice no soporta.
Una, extremadamente sincera y sobria, ha traído al mundo a muchas criaturas; la otra, capaz de construirse un personaje a medida (el de supuesta princesa húngara) que le ha permitido vivir holgadamente del cuento, se apresta a una muerte tal vez inmediata. En definitiva, cara y cruz de una misma moneda, como se confirma en la secuencia en la que Simon (Quentin Dolmaire), que es el vivo retrato de su abuelo (campeón olímpico de natación), irrumpe en el cuarto en el que Béatrice está mirando viejas diapositivas junto a Claire: en un instante, casi mágico, quedan superpuestas las imágenes de ambos sobre la pared y Béatrice tiene la sensación de viajar en el tiempo, sobre todo cuando el muchacho la besa.
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