lunes, 20 de agosto de 2018

Ciudad portuaria (1948)
















Título original: Hamnstad
Director: Ingmar Bergman
Suecia, 1948, 93 minutos

Ciudad portuaria (1948) de Ingmar Bergman

Interesante ejercicio de cine negro el que lleva a cabo Ingmar Bergman en esta cinta de ambiente portuario, sin que por ello dejen de percibirse las constantes que estarán presentes a lo largo de toda su filmografía: el impulso suicida de Berit (Nine-Christine Jönsson) en la escena inicial, la figura represora materna —fruto de una educación severamente puritana—, la inocencia corrompida por el mundo de los adultos...

A propósito de este último tema, vale la pena citar el diálogo que mantienen Gösta (Bengt Eklund), que acaba de regresar a Suecia tras ocho años en alta mar, y su antiguo compañero Skåningen (Harry Ahlin) que ahora lo alberga como casero:

SKÅNINGEN: ¿Qué lees?
GÖSTA: Un libro.
SKÅNINGEN: Eso ya lo veo. ¿De quién es?
GÖSTA: Un marinero: Martinson.
SKÅNINGEN: ¿De verdad lees estas cosas?
GÖSTA: ¿No te gusta leer?
SKÅNINGEN: Antes, sí. Mi padre era maestro y tenía muchos libros. A tu edad te sientes solo. En el mar se aprenden muchas cosas, pero parece que te pierdes las mejores. Dejé de leer. Ahora bebo. Los libros lo empeoran todo. Tú sigue leyendo.

Y el veterano se marcha, satisfecho de la "lección" que le acaba de dar, dejando al joven pensativo. Tanto, que, al poco de quedarse solo en la habitación, lanzará asqueado la novela (Viajes sin destino, del futuro Premio Nobel Harry Martinson), tirándola sobre la cama.



Gösta y Berit están, pues, predestinados a unir sus destinos, ya que ambos son almas sensibles que luchan por mantener su pureza en un contexto obrero en el que, por desgracia, el único horizonte lo constituyen a menudo el alcohol, el juego y la prostitución. Aun así, su relación deberá salvar un escollo considerable: los recelos que provoca en Gösta el pasado de Berit, recluida en varios reformatorios por culpa de una promiscuidad que su madre interpretó como peligrosa perversión que debía corregirse.

En un determinado momento, él le dice a ella: "Cariño, la vida no es tan triste como pensamos a veces. Démonos una oportunidad. Te enseñaré a decir Te quiero". Pero Berit, que está enferma de soledad, apenas puede sonreír mientras de sus ojos siguen brotando lágrimas. Y es que la joven ha sufrido tantos desengaños como el curtido Skåningen al que antes aludíamos, quien, en otra ocasión, mientras descargan mercancías en el puerto, le confesará a Gösta bien a las claras su pesimista filosofía de vida: "Todo es mentira, la misma mierda. Sólo existe el egoísmo".

"Soledad..."

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