viernes, 17 de agosto de 2018

Música en la oscuridad (1948)















Título original: Musik i mörker
Director: Ingmar Bergman
Suecia, 1948, 84 minutos

Música en la oscuridad (1948)

Poco a poco, aunque con menos titubeos de los que cabría esperar, el joven Bergman fue perfilando su propio estilo mediante títulos que contenían ya, en esencia, buena parte de sus futuras inquietudes de cineasta atormentado por la culpa, el silencio de Dios o la incomunicación. Música en la oscuridad (1948), cuarto largometraje del sueco, narra la historia de un pianista invidente que lucha por abrirse paso entre las tinieblas que lo rodean (reales y metafóricas).

Se equivoca quien crea que estos tanteos iniciales de un director que para aquel entonces contaba ya treinta años son meros trabajos de encargo: mírese, por ejemplo, la secuencia onírica que tiene lugar poco después de que Vyldeke (Birger Malmsten) pierda accidentalmente la vista en el transcurso de unos ejercicios de tiro durante el servicio militar. La creatividad desbordante de sus imágenes (un yunque superpuesto a un ojo, el protagonista arrastrándose desde el fondo marino hasta un lodazal untuoso...) prefigura el imaginario de un poeta que alcanzaría la perfección formal veinte años después con Persona (1966).



Por otra parte, Musik i mörker, adaptación de la novela homónima de Dagmar Edqvist (autora también del guion), plantea ligeramente el tema de los prejuicios clasistas, ya que la bella Ingrid (Mai Zetterling) no deja de ser una criada, detalle que dificultará enormemente su relación con Vyldeke. Pero lo cierto es que en el caso de ambos, cuya circunstancia conocía Bergman de primera mano, teniendo en cuenta que era la misma que vivieron sus propios padres (tal y como reflejará décadas más tarde en el guion de Las mejores intenciones, 1992), la lucha de clases acaba finalmente soslayada debido a la irresistible atracción de dos almas sensibles.

Cuando finalmente suban al tren, les quedará por delante un largo camino que no será nada fácil recorrer: él, porque además de no aceptar la compasión de los demás, todavía padece el complejo de inferioridad de quien se quedó ciego intentando salvar a un cachorro; ella, porque su entorno más inmediato no le perdona sus orígenes humildes. Aun así, parafraseando el título de la cinta, que supuso la primera colaboración entre Bergman y el actor Gunnar Björnstrand, el amor (como la música) será el faro que alumbre sus destinos rumbo a la esperanza.


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