Título original: La baie des anges
Director: Jacques Demy
Francia, 1963, 90 minutos
La bahía de los ángeles (1963) |
Tal vez sea la luminosidad de Niza o el rubio platino de Jeanne Moreau; quizá se deba a la fotografía en blanco y negro de Jean Rabier o, sin duda, a la pericia de Jacques Demy para dar con la puesta en escena perfecta, subrayada por el arrebato apasionado de la partitura del siempre impetuoso Michel Legrand. Pero lo cierto es que La baie des anges desprende una luz especial, aquella que sólo los jóvenes entusiastas de la Nouvelle vague supieron captar.
La historia que cuenta es tan sencilla como el ardor de todo amour fou, como la turbulenta relación de los protagonistas de À bout de souffle (1960) o el triángulo retozón y travieso de Jules et Jim (1962). Al igual que Godard o Truffaut, Demy huye de la senda recta y previsible de todo convencionalismo para focalizar su mirada en dos seres que han elegido vivir al margen y al límite.
Cansado de un rutinario puesto como empleado de banca, Jean (Claude Mann) decide seguir los pasos de su compañero Caron (Paul Guers), quien lo introduce en los tentadores cenáculos del juego de la Costa Azul. Allí, en uno de tantos casinos y tras debutar con un golpe de suerte, Jean conoce a Jackie (Moreau), adicta a la ruleta y a la vida y que, como él, también dejó atrás las obligaciones de una existencia reglada (marido e hijo incluidos).
Ganen o pierdan, el denominador común de ambos es su completa amoralidad, lo cual no es óbice para que sintamos una irresistible simpatía hacia la pareja conforme se vayan exponiendo los detalles de su periplo. Puede que ella sea una mujer fatal ludópata; puede que él, un hijo pródigo. Poco importa: cuando la cámara se distancie de ellos, cerrando así el círculo que se había abierto con un trávelin de alejamiento durante los títulos de crédito iniciales, la suerte estará echada, quien sabe si para siempre...
No hay comentarios:
Publicar un comentario