lunes, 28 de febrero de 2022

Gente en sitios (2013)




Director: Juan Cavestany
España, 2013, 79 minutos

Gente en sitios (2013) de Juan Cavestany


Escenas inconexas de la vida cotidiana con un ligero toque de humor absurdo: casi una década después del estreno de Gente en sitios (2013) la película del madrileño Juan Cavestany mantiene intacta la chispa que en su momento la hizo convertirse en título de culto del cine español de los últimos años. La fórmula, consistente en reclutar a lo bueno y mejor de entre los intérpretes nacionales para rodar, a salto de mata, un proyecto alternativo, coral y sin un argumento definido, dio sus frutos en forma de premios y éxito de crítica.

Procedente del mundo teatral, Cavestany coquetea en su puesta en escena con un abanico de posibilidades que van desde el simple gag (el tipo que acaba en el interior del maletero de un coche; el padre obligado por un cámara de televisión a repetir, una y otra vez, cómo recoge a su hijo de la guardería...) hasta intrincadas e inquietantes atmósferas a lo David Lynch. No en vano, una de las secuencias ("El puente") está basada en un relato de Kafka.



Por momentos se roza, asimismo, el suspense de un cuento de terror, como en el caso de la joven pareja (Irene Escolar y Martiño Rivas) que se ve envuelta en los extraños tejemanejes de un falso agente inmobiliario (Ernesto Alterio), aunque hay también espacio para la disertación filosófica gracias a la presencia de un por entonces desconocido Juan Carlos Monedero, quien habla de esto, de lo otro y de lo de más allá desde el asiento trasero de un taxi.

¿Y qué decir de la esposa desconsolada (Nuria Gallardo) que opta por un trasplante de rostro para llamar la atención de su marido? ¿O de la pareja que acude a la consulta de un cirujano plástico interesándose por unos implantes mamarios? ¿Qué, pensar, por último, de esos tipos que han olvidado cómo se camina, cómo beber de un vaso o simplemente cómo conciliar el sueño? ¿De verdad estamos ante una comedia? ¿O se trata, más bien, de un filme tan espeluznante como la vida misma?



domingo, 27 de febrero de 2022

El hoyo (2019)




Director: Galder Gaztelu-Urrutia
España, 2019, 94 minutos

El hoyo (2019) de Galder Gaztelu-Urrutia


"Hay tres clases de personas: los de arriba, los de abajo y los que caen..." Uno no se explica muy bien cómo, pero de vez en cuando se produce el milagro y aparece, como salida de la nada, una obra maestra tan insólita como El hoyo (2019). Distópica, terrorífica, claustrofóbica... Son muchos los adjetivos que se le pueden aplicar a la ópera prima del vasco Galder Gaztelu-Urrutia (Bilbao, 1974). También magistral, obvio. Así lo atestigua la excelente acogida que tuvo en el Festival de Sitges, donde recibió varios premios, entre ellos el de Mejor Película.

Asimismo, las numerosas interpretaciones a que se presta el guion de David Desola y Pedro Rivero giran en torno a una sociedad futura marcada por el control férreo de las instituciones sobre el individuo. En ese sentido, la esencia de la trama parte de las mismas premisas que cualquier drama carcelario, si bien añadiéndole elementos propios de la ciencia ficción y el cine de suspense. Aunque lo que le confiere su singularidad es esa inaudita prisión ascendente (o "centro vertical de autogestión", según la eufemística jerga utilizada por las autoridades penitenciarias) en la que se puede ingresar voluntariamente.



De entrada, cabe pensar que la distribución de las celdas en sucesivos niveles, a cuál peor, pudiera representar una alusión directa al carácter jerárquico de una sociedad sumamente estratificada. De ahí que los de la planta inmediatamente inferior deban alimentarse de las sobras que les han dejado los reclusos del piso de arriba, en lo que supondría una lectura alegórica del sistema capitalista y las políticas neoliberales.

En todo caso, Goreng (Ivan Massagué) tiene algo de redentor, especie de líder dispuesto a sublevarse contra el sistema. Quizá por ello solicitó entrar al hoyo con un ejemplar del Quijote, en previsión de la cruzada a la que iba a enfrentarse en su interior. Se abren así infinidad de interpretaciones, la mayoría profundamente pesimistas, algunas incluso de índole numerológica. Por ejemplo, 333 niveles existentes, con un par de internos en cada uno, hasta sumar las 666 razones que hacen de ese sitio lo más parecido al infierno.



sábado, 26 de febrero de 2022

Los chicos con las chicas (1967)




Director: Javier Aguirre
España, 1967, 81 minutos

Los chicos con las chicas (1967) de Javier Aguirre


Poco o nada tiene que envidiar Los chicos con las chicas (1967) a las películas que Richard Lester llevó a cabo con los Beatles (y entiéndase la comparación en el sentido amplio del término: igual de fresca, igual de intrascendente). Pero claro, los Bravos no eran de Liverpool. Y eso, al parecer, se ve que resta caché. Sin embargo, cualquiera que revise la cinta dirigida por Javier Aguirre, sobre todo en su copia restaurada, forzosamente tendrá que rendirse a la evidencia de que se trata de una pequeña joya en su género.

Al margen de la inconsistencia de su argumento (el cantante de la banda se enamora de una linda colegiala y se las ingenia para ingresar como profesor de música en la escuela donde la chica se halla interna), lo cierto es que los decorados de Ramiro Gómez, así como el diseño de vestuario de Miguel Narros, resultan absolutamente deliciosos. Por no hablar de la secuencia de animación, a cargo del siempre genial Francisco Macián, que sirve de acompañamiento para el tema "Sympathy": verdadero portento que anticipa las filigranas realizadas al año siguiente por el mismo artesano en Dame un poco de amooor...! (1968).



La frivolidad del planteamiento no es óbice para encontrar nombres ilustres en un reparto en el que, además del grupo musical que se pretendía promocionar, destaca la presencia de Lola Gaos como severa directora del centro educativo donde transcurre parte de la acción. Y lo mismo podría decirse a propósito de la vis cómica de unas magníficas María Luisa Ponte (Señorita Sarmiento) o Laly Soldevila (la extravagante profe de educación física), ambas estupendas en sus respectivos papeles de maestras puritanas.

En definitiva, un desenfadado estallido de tonalidades pop al servicio del quinteto liderado por Mike Kennedy. Lo cual, en una época previa al desarrollo comercial de la industria del videoclip, deja constancia de su repertorio más célebre, en especial la icónica "Black is Black" con la que se abren y se cierran los títulos de crédito.



viernes, 25 de febrero de 2022

El alijo (1976)




Director: Ángel del Pozo
España, 1976, 105 minutos

El alijo (1976) de Ángel del Pozo


El término alijo suele asociarse de inmediato con el tráfico de drogas. Sin embargo, la mercancía que transportan los protagonistas de esta película son seres humanos: emigrantes clandestinos que, procedentes de Portugal, ansían llegar a Francia guiados por la expectativa de mejorar su calidad de vida. A tal efecto, viajan en el interior de un camión que transporta un cargamento de ganado ovino, camuflados entre las ovejas en condiciones verdaderamente infrahumanas. La suya será una odisea plagada de contratiempos cuyas posibles consecuencias constituyen una seria amenaza para la integridad física de los ocupantes del vehículo.

Los incentivos que estimulan a los conductores, en cambio, obedecen a motivaciones de muy diversa índole. Curro (Juan Luis Galiardo) es el típico gañán garañón: apuesto mozo siempre proclive a los escarceos carnales y sin mayor aspiración que ganar dinero fácil para después casarse con Araceli (María Casal), la hija de un tendero de Jerez de la que está enamorado.



Menos impulsivo que su socio, el veterano Paco (Fernando Sancho) es un hombre curtido en mil lides para el que ni la carretera ni el contrabando guardan secretos. Aun así, profesa ocultas creencias religiosas (en una de las escenas iniciales accede disimuladamente al interior de una iglesia para rezarle a San Cristóbal), lo cual le genera algún que otro cargo de conciencia con respecto al contenido que se esconde en la parte trasera del vehículo.

Interesante ejemplo de road movie en clave hispánica, a partir del relato homónimo de Ramón Solís, El alijo (1976) gira en torno a una temática que, por desgracia, mantiene intacta su vigencia más de cuatro décadas después de la realización de la película. Puede que haya variado la nacionalidad de los polizones o el destino final de su periplo, pero la falta de escrúpulos de quienes se lucran con el transporte ilícito de migrantes sigue siendo la misma que encarnan Mirna (Helga Liné) y el Señorito (Manolo Zarzo) en una cinta, dirigida por el también actor Ángel del Pozo bajo los auspicios de Rafael Gil, en la que tal vez no se profundiza lo suficiente en las causas que ocasionan el problema.



domingo, 20 de febrero de 2022

Más allá del deseo (1976)




Director: José Antonio Nieves Conde
España, 1976, 95 minutos

Más allá del deseo (1976) de J.A. Nieves Conde


Puede que hoy ya nadie recuerde al novelista gaditano Ramón Solís (1923-1978), pero lo cierto es que en su momento gozó de bastante éxito comercial. Hasta el punto de que un par de años antes de su fallecimiento se llevaron al cine dos de sus obras más conocidas: El alijo (1976), dirigida por Ángel del Pozo, y, la que hoy nos ocupa, Más allá del deseo (1976), adaptación del best seller, publicado por la editorial Planeta, Mónica, corazón dormido.

El argumento de la película gira en torno a la compleja relación entre un pintor llamado Pedro Bernáldez (Ramiro Oliveros) y su amante Mónica (María Luisa San José). De hecho, la acción arranca con la aciaga noticia de la muerte de la muchacha en accidente de tráfico, por lo que el resto de la trama se plantea como una reconstrucción de las vicisitudes que rodearon el amor que un día los unió.



Aunque, al igual que en tantísimos filmes rodados en los albores de la Transición, el argumento pasa a un segundo plano en beneficio de una morbosidad latente, ya desde el propio título de la cinta, y que se acaba materializando en los cuantiosos desnudos de las actrices protagonistas.

Filmada en distintas localidades de los alrededores de Madrid, contiene también algunas escenas a medio camino entre Roma y Florencia, adonde el pintor se traslada para proseguir sus estudios en la Academia Española de Bellas Artes. Además, se da la circunstancia de que buena parte del equipo es el mismo que ya había trabajado con José Antonio Nieves Conde, por aquellas mismas fechas, en la realización de Volvoreta (1976).



sábado, 19 de febrero de 2022

Volvoreta (1976)




Director: José Antonio Nieves Conde
España, 1976, 87 minutos

Volvoreta (1976) de José Antonio Nieves Conde


—¿Cómo te llamas?
—Federica.
—¿Federica?... Ese no es un nombre de criada.
    Y se volvió para mirar recelosamente el aspecto poco rústico de la moza, en la que la sencilla blusa blanca y la negra saya y los cabellos rizados junto a las sienes delataban un leve refinamiento ciudadano. Doña Rosa observó con cierto disgusto que los zapatos de la muchacha tenían alto el tacón y que llevaba al aire la rubia cabeza, sin el habitual abrigo del pañuelo de seda atado bajo el mentón, con el que doña Rosa había visto, sin excepción alguna, a toda cuanta criada llamó a sus puertas en busca de jornal.

Wenceslao Fernández Flórez
Volvoreta

Además del año de la Revolución rusa, 1917 fue también el de la publicación de Volvoreta, novela que seis décadas más tarde sería llevada a la gran pantalla por José Antonio Nieves Conde. En esencia, el pintoresquismo galaico que rezuman sus páginas, unido a la efervescencia social del contexto histórico, conforman el marco por el que discurre una trama de señores y lacayos en la que un joven opositor al cuerpo de oficiales de Correos se siente irresistiblemente atraído por una sensual criada apodada "Mariposa" ("Volvoreta", en lengua gallega).

Lo cierto es que el erotismo de muchas de las escenas de la versión cinematográfica ya estaba presente en el texto de Fernández Flórez, si bien la presencia de Amparo Muñoz, mito erótico donde los haya, contribuye en buena medida a acentuar dicha sensualidad. Lo cual da como resultado una cinta a medio camino entre lo que vendría a ser una mera producción de época y, al mismo tiempo, un producto comercial cuyo atractivo más visible reside en los encantos de su protagonista femenina.



Según parece, la película tenía que haber sido dirigida por Rafael Moreno Alba (1942–2000), quien finalmente se cayó del proyecto pese a haber escrito un magnífico libreto con el elocuente subtítulo de "guion-manifiesto para tiempos nuevos". En ese sentido, ni la realización de Nieves Conde ni, mucho menos, su propio guion alcanzan la trascendencia de lo que en origen estaba previsto que fuese una especie de relectura con alusiones a la incipiente transición política que se estaba gestando en aquella España del 76.

En definitiva, el resultado final, bastante más atenuado en sus premisas y ambiciones, quedó un poco en tierra de nadie. No deja de ser, eso sí, la historia de un desclasado (Antonio Mayans) que deberá hacer frente a los numerosos impedimentos de orden social que se interponen entre él y su adorada Volvoreta. De ahí el recorrido del personaje a través de distintos ambientes, que van desde el lujoso pazo de los Abelenda hasta la redacción de El Avance, diario de ideología republicana.



jueves, 17 de febrero de 2022

Las señoritas de mala compañía (1973)




Director: José Antonio Nieves Conde
España, 1973, 83 minutos

Las señoritas de mala compañía (1973)


La pequeña localidad segoviana de Aranda de Lerma cuenta en su seno con un burdel que trae de cabeza a las beatas del pueblo, bajo la batuta de doña Íñiga (Milagros Leal), por lo que éstas no cesan de conspirar con la intención de clausurarlo. Sin embargo, las pupilas de doña Sole (Isabel Garcés) son tan populares que hasta los maridos de las puritanas defensoras de la decencia se cuentan entre la nutrida parroquia de clientes que acuden regularmente al local. Una plantilla de lo más solicitado que, además, verá engrosar sus filas con la llegada de Charo (María Luisa San José), joven madre soltera de la que enseguida queda prendado el tímido Luis (Emilio Gutiérrez Caba), opositor y, para más inri, hijo de otra de las remilgadas mojigatas que se oponen a la casa de lenocinio.

El resto de personal lo conforman la risueña Dominga (Concha Velasco), Eloísa (Marisa Medina) y una despampanante moza que responde al nombre de Lola (Esperanza Roy). También Eloy (Manolo Gómez Bur), especie de mayordomo fiel o amanerado "chico" para todo. Como se ve, un entorno menos sórdido que entrañable, por el que irán desfilando buena parte de los vecinos del lugar, hasta que el premio gordo de la lotería de Navidad inunde de júbilo la pensión, trastocándolo todo.



Porque, a lo tonto a lo tonto, el tema de fondo de Las señoritas de mala compañía (1973) no es otro sino el fariseísmo de quienes se rasgan las vestiduras en nombre del recato y la santa moral para, acto seguido, transigir en lo que parecían principios inquebrantables. Y es que no hay remilgos que valgan cuando lo que anda en juego es una suculenta fuente de ingresos procedente de la otrora impúdica madama. Crítica (amable y sin mayores reparos, si se quiere, pero crítica, al fin y al cabo) que muy bien pudiera hacerse extensible al conjunto de la sociedad española bajo el franquismo.

El tono desenfadado del libreto de Juan José Alonso Millán, a partir de una idea de Antonio Fos, unido a la pegadiza banda sonora compuesta por el maestro García Segura, confiere al conjunto un aire muy de la época, vehículo ideal para el lucimiento de secundarios de la talla de José Luis López Vázquez, Saza, José María Caffarel (en un breve papel de viajante catalán) o Juanito Navarro. Ahora, eso sí: es el personaje del sacerdote (Ismael Merlo) el encargado de poner orden y una nota de sentido común en una cinta que abogaba abiertamente por una visión frívola de la prostitución y aun de las propias mujeres.



lunes, 14 de febrero de 2022

Marta (1971)




Director: José Antonio Nieves Conde
España/Italia, 1971, 96 minutos

Marta (1971) de José Antonio Nieves Conde


Arranca la acción de Marta (1971) con una escena onírica teñida de verde. En realidad, dicho preámbulo tiene por objeto explicar el origen del complejo edípico que atenaza al protagonista, hasta el extremo de no poder consumar el acto sexual con las mujeres hacia las que se siente atraído. Grave trastorno emocional cuyo origen cabe buscarlo en una madre excesivamente dominante y que convierte a Miguel (Stephen Boyd) en un ser atormentado siempre al borde del colapso.

No hace falta ahondar demasiado para detectar de inmediato cuál fue el modelo que sirvió de inspiración para semejante historia. Que no es otro sino el Hitchcock de Psicosis (1960) y, sobre todo, el mucho más sofisticado de Vértigo (1958). Aquí se produce, de hecho, una misma confusión de personajes femeninos, similar a la que protagonizaba Kim Novak en la ya mencionada película. Así pues, la vienesa Marisa Mell encarnará, sucesivamente, a Marta y a Pilar, siendo la segunda de ellas una especie de versión rediviva de la que fuera esposa de Miguel.



Sin embargo, la base literaria del guion procede de una comedia de Juan José Alonso Millán que se había estrenado un par de años antes en el madrileño Teatro Club, concretamente el 24 de enero de 1969. Estado civil: Marta había sido su título y planteaba la historia de un individuo solitario que, un buen día, recibe en su casas la visita inesperada de una atractiva desconocida que asegura haber matado a un hombre.

Claustrofóbica y dotada de una inequívoca atmósfera de suspense, la película volvía a ser una coproducción hispanoitaliana con elementos propios del giallo y de terror gótico que, además, resultaría seleccionada para representar a España como mejor cinta de habla no inglesa en la edición de los Óscar de 1972.



domingo, 13 de febrero de 2022

Historia de una traición (1971)




Director: José Antonio Nieves Conde
España/Italia, 1971, 90 minutos

Historia de una traición (1971) de J.A. Nieves Conde


Como tantos otros cineastas de su generación, el segoviano José Antonio Nieves Conde siguió una trayectoria que, a grandes rasgos, podría resumirse en los siguientes términos: dramas con apuntes sociales en los primeros cincuenta, seguidos de producciones de corte policial, para, ya a finales de los sesenta, llevar a cabo incursiones en el cine de género (terror, histórico, ciencia ficción...) y, por último, terminar firmando coproducciones de ligero contenido erótico cuando el paulatino deshielo de la censura, a principios de la década de los setenta, así lo permitió. Entretanto, no faltaron en su filmografía títulos de exaltación religiosa, tipo Balarrasa (1951), y alguna que otra adaptación literaria.

En el caso de Historia de una traición (1971), por más que la película hubiese sido escrita, entre otros, por Juan José Alonso Millán y Juan Miguel Lamet, se aprecia enseguida que ésta no es más que un vehículo para el lucimiento de las esculturales Marisa Mell (1939–1992) y Sylva Koscina (1933–1994): austríaca la una, croata la otra, fallecidas ambas prematuramente y verdaderos sex symbol en una época en la que la sola presencia en el reparto de alguna belleza centroeuropea aseguraba el éxito comercial de la cinta.



Puestos a suscitar la consabida dosis de morbosidad, los guionistas optaron por la vía fácil de convertir a los personajes principales en prostitutas de lujo, ellas, y playboy o adinerado hombre de negocios en lo que se refiere a los papeles masculinos. Arturo (Stephen Boyd), dada su faceta de pintor, tira más por la vía artística, mientras que el acaudalado Luis Mendizábal (Fernando Rey), requiere los servicios de la bella Carla (Marisa Mell) para uno de sus viajes a Portugal.

Poco más se puede añadir a propósito de una trama en la que continuamente se engañan los unos a los otros y cuyo único aliciente (según los parámetros de aquel entonces, por supuesto) reside en la voluptuosidad de algunas escenas en las que se ve un pecho o se insinúa una más que probable conexión lésbica entre las dos protagonistas.



sábado, 12 de febrero de 2022

El sonido de la muerte (1966)




Director: José Antonio Nieves Conde
España, 1966, 91 minutos

El sonido de la muerte (1966) de J.A. Nieves Conde


Extraña mezcla de elementos tremendamente diversos la que se da cita en El sonido de la muerte (1966). A grandes rasgos, la fórmula pudiera resumirse más o menos como sigue: veteranos de guerra reconvertidos en cazadores de tesoros, maldiciones milenarias de la Grecia profunda y, por último, una criatura prehistórica invisible capaz de sembrar el pánico por doquier. Queda claro, pues, que la cinta, ideal para su pase en sesiones de madrugada en Sitges o canales temáticos especializados en serie B, hará las delicias de quienes adoran la vertiente más kitsch del cine de terror.

Un reparto de apenas ocho intérpretes contribuye a acentuar la sensación de claustrofobia que atenaza a los personajes, cinco hombres y tres mujeres sobre los que se cierne la espeluznante amenaza de un mal desconocido. A pesar de lo cual, algunos de ellos, como Stavros (Francisco Piquer), el doctor Asilov (James Philbrook), Dorman (José Bódalo) o André (Antonio Casas), pondrán su vida en peligro con tal de hacerse con una estatuilla de oro macizo supuestamente enterrada en el interior de una caverna.



Pero el hallazgo de unos misteriosos ovoides de piedra negra, unido a los aterradores alaridos que preceden a cada ataque, anuncian la presencia de un peligrosísimo ser cuyos envites sitúan la acción en un escenario que oscila entre los arcanos de la ciencia ficción y los sangrientos estragos propios de una horror movie.

No faltan incongruencias, sin embargo, (ausentes de la versión internacional doblada al inglés) como el acento sevillano de la malograda Soledad Miranda, quien, además de encarnar a la candorosa María, se marca unos pasos de sirtaki con los que se pretende poner de manifiesto su condición de griega "de pura cepa". Gajes de un producto, pergeñado en los madrileños Estudios Bronston, en el que, aparte del inefable Arturo Fernández en el papel de simpático chófer que ha bautizado a su todoterreno con el nombre de Diana, interviene la polaca Ingrid Pitt (1937–2010) en una de sus primeras apariciones cinematográficas.



viernes, 11 de febrero de 2022

El diablo también llora (1963)




Director: José Antonio Nieves Conde
España/Italia, 1963, 94 minutos

El diablo también llora (1963) de J.A. Nieves Conde


Tremendo dramón con tintes de cine negro, El diablo también llora (1963) conecta, a su vez, con una amplia gama de subgéneros que van desde las películas de juicios hasta las agrias rencillas familiares, con crimen pasional incluido. Un cóctel explosivo mediante el que su director, José Antonio Nieves Conde (1915-2006), aspiraba a repetir el éxito cosechado una década antes gracias a la soberbia Los peces rojos (1955). De ahí que, como en aquel caso, la acción transcurra parcialmente en la ciudad de Gijón, si bien la protagonista femenina se traslada a Madrid huyendo de un marido al que ya nada la une.

Durante el viaje en tren, Ana Sandoval (la italiana Eleonora Rossi-Drago) conoce a un apuesto abogado llamado Tomás Baeza (Paco Rabal), quien pagará su pasaje para evitar que el revisor (Antonio Ferrandis) dé parte a las autoridades ferroviarias. A su vez, el despechado doctor Quiroga (Fernando Rey) sigue los pasos de su mujer, ávido de detenerla cueste lo que cueste...



La fotografía en blanco y negro de Antonio Macasoli, unida a la amplitud del formato Scope, confieren al conjunto un aire de superproducción al estilo Hollywood que la banda sonora de Riz Ortolani contribuye a ensalzar. Aun así, y más allá de una cuidada factura en el apartado técnico, las principales virtudes de la cinta residen en su guion, coescrito, entre otros, por el novelista Mario Lacruz.

Aparte de la intensidad de una trama en la que los personajes se debaten entre el deseo y los convencionalismos sociales, destaca poderosamente el papel de una mujer capaz de rebelarse, a su manera, frente a las infinitas contrariedades de un mundo eminentemente masculino. En ese aspecto, ni los sinsabores de un matrimonio fallido ni la perfidia de su familia política, en especial el malévolo cuñado Fernando (Alberto Closas), lograrán doblegar a Ana, quien finalmente asume su fatídico destino más por entereza personal que no por venganza.



martes, 8 de febrero de 2022

Prohibido enamorarse (1961)




Director: José Antonio Nieves Conde
España, 1961, 87 minutos

Prohibido enamorarse (1961) de J.A. Nieves Conde


Cuando Antonio Machado escribió aquello del "olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido, / (al que) con las lluvias de abril y el sol de mayo / algunas hojas verdes le han salido" sabía, por propia experiencia, que enamorarse en la vejez suele acarrear más incomprensión que alegrías. Sobre todo por parte de los hijos, que no asumen que sus respectivos progenitores sean aún capaces de amar cuando por edad debieran disponerse a encarar el tramo final de su existencia.

En abril de 1960, el dramaturgo Alfonso Paso estrenó una divertida comedia de enredo a propósito de estos temas. La tituló Cosas de papá y mamá y apenas un año más tarde sería objeto de su correspondiente adaptación cinematográfica, a cargo de Edgar Neville y dirigida por José Antonio Nieves Conde. De hecho, el origen escénico de Prohibido enamorarse (1961) se deja entrever enseguida a través de la escasa espontaneidad de sus diálogos un tanto artificiosos.



El planteamiento de la trama no puede ser más sencillo: doña Elena (Isabel Garcés) y don Leandro (Ángel Garasa) se trasladan a la Costa del Sol por prescripción facultativa. Les acompañan Luisa (Tere Velázquez) y Julio (Julio Núñez), hija e hijo, respectivamente, de los susodichos. Una vez allí, y tras haber trabado amistad, los efectos rejuvenecedores del amor que surge entre ambos obrarán el milagro de devolverles una vitalidad que creían perdida al cabo de sus muchos años de viudedad.

Presentados en forma de caso clínico por el pomposo doctor Juan G. Bolt (Francisco Piquer), sorprende la enorme cantidad de achaques que aquejan a unos "ancianos" de 55 años (él) y 45 (ella), de lo que se deduce cómo han variado los límites de la vejez desde entonces a ahora. En todo caso, y como no podía ser menos tratándose de un casi vodevil, los azares de estos cuatro personajes acabarán en una doble celebración matrimonial que no es otra cosa sino la demostración palmaria de hasta qué punto jóvenes y viejos sucumben a las mismas pasiones.



domingo, 6 de febrero de 2022

El código da Vinci (2006)




Título original: The Da Vinci Code
Director: Ron Howard
EE.UU./Francia/Reino Unido/Malta

El código da Vinci (2006) de Ron Howard


Jacques Saunière, el renombrado conservador, avanzaba tambaleándose bajo la bóveda de la Gran Galería del Museo. Arremetió contra la primera pintura que vio, un Caravaggio. Agarrando el marco dorado, aquel hombre de setenta y seis años tiró de la obra de arte hasta que la arrancó de la pared y se desplomó, cayendo boca arriba con el lienzo encima.

Dan Brown
El código da Vinci
Traducción de Juanjo Estrella

Hubo una época en que era habitual ver a buena parte de los viajeros de un vagón de tren o de metro leyendo, casi invariablemente, el mismo libro: El código da Vinci, de Dan Brown. Idéntica situación que se viviría, al cabo de no mucho tiempo, con la trilogía del sueco Stieg Larsson. La verdad es que la cosa daba un poco de miedo, por lo que tiene de producto fabricado en serie, sensación de formar parte de un rebaño y todo eso. Pero el caso es que la industria cinematográfica, siempre ávida de sacar partido de cualquier éxito editorial, apostó de inmediato por la adaptación de la novela.

El proyecto fue a parar a manos de Ron Howard, director con una sólida trayectoria a sus espaldas y responsable de éxitos de taquilla como Una mente maravillosa (2001) o Cocoon (1985). Tampoco el reparto podía ir a la zaga, por lo que se eligió como pareja protagonista a Tom Hanks y la francesa Audrey Tautou, en aquel entonces un valor en alza tras la popularidad alcanzada, unos años antes, gracias a su papel de Amélie Poulain (2001).



Durante la primera hora de metraje, la trama de The Da Vinci Code (2006) se desenvuelve en la lobreguez de un París nocturno en cuyas entrañas se intuye una conspiración de alcance universal y consecuencias impredecibles. Más tarde, cuando la acción se traslada a Londres, aflora algo más de luz, si bien las pesquisas en torno al paradero del Santo Grial y un hipotético linaje descendiente del mismísimo Jesucristo seguirán desenvolviéndose entre misterios indescifrables y conciliábulos de alto copete.

Y al final uno se pregunta: ¿a qué tanta polémica? ¿Por el simple hecho de insinuar que el Opus Dei se halla envuelto en oscuros tejemanejes? ¿Por especular con la posibilidad de que Jesús se casó y tuvo hijos? A fin de cuentas, ni el libro era nada del otro jueves ni mucho menos la película, pese a haber dado pie a un par de secuelas, igualmente olvidables: Ángeles y demonios (2009) e Inferno (2016).



sábado, 5 de febrero de 2022

Alerta en el cielo (1961)




Director: Luis César Amadori
España, 1961, 108 minutos

EL AMIGO AMERICANO

Alerta en el cielo (1961) de Luis César Amadori


Más allá de su conmovedora trama lacrimógena, Alerta en el cielo (1961) encierra un doble mensaje reaccionario. Por una parte, responde a los parámetros del cine propagandístico al uso en aquella España en blanco y negro de los acuerdos ejecutivos con la administración norteamericana; por otra, pretende ganar adeptos para la causa mostrando las modernas instalaciones de la base aérea que el ejército estadounidense había desplegado en Zaragoza.

En cualquier caso, la historia del niño Miguelito, interpretado por un Pablito Calvo que ya empezaba a perder la cara angelical que le valiera la fama en Marcelino, pan y vino (1955), actúa de anzuelo con el objetivo de normalizar ante los ojos del espectador la presencia de tropas extranjeras en suelo español. A tal efecto, tanto el coronel Weston (Antonio Vilar) como su homólogo nacional (Alfredo Mayo) se desvivirán en atenciones hacia el chaval con tal de satisfacer sus necesidades.



Lo del crío vestido de uniforme pasando revista a las tropas "que vigilan día y noche la seguridad y el porvenir del continente" forma parte, pues, de dicho lavado de imagen: la prueba fehaciente de que, en tiempos de paz, las fuerzas armadas son capaces de llevar a cabo un acto de servicio cuyo beneficiario principal es un humilde churumbel de apenas diez años.

Con tal de tocar la fibra, el filme cuenta con todos los elementos propios de un dramón: padres desesperados, un médico (José Marco Davó) que lucha afanosamente por devolverle la salud a Miguelito y, en su acostumbrado papel de bruto con buen corazón, hasta Manolo Morán haciendo de taxista mañico. Y, sin embargo, y a pesar de su indisimulada apología militarista, no puede negarse que la película concluye con una bella secuencia que pone de manifiesto la sensibilidad del argentino Luis César Amadori a la hora de plasmar en imágenes el último viaje de su joven protagonista.