sábado, 5 de agosto de 2017

Un amor inmortal (1961)















Título original: Eien no hito / 永遠の人
Director: Keisuke Kinoshita
Japón, 1961, 103 minutos

Un amor inmortal (1961) de Keisuke Kinoshita

Narrada en cinco capítulos que transcurren a lo largo de casi treinta años, si por algo destaca Un amor inmortal (al margen de una particular banda sonora a base de flamenco) es por lo extremadamente moderno de sus movimientos de cámara. A la hora de planificar la puesta en escena, el director Keisuke Kinoshita optó por filmar a los actores mediante travelines que o bien siguen sus progresiones a lo largo de los caminos o bien acercan la cámara lentamente hasta el personaje mientras éste permanece de pie en mitad del encuadre. Lo hemos visto hacer montones de veces en el cine actual, pero encontrar dichos desplazamientos en una película del año 61 no deja de ser sorprendente.

Kinoshita se adelanta, sin duda, a su tiempo en la forma de filmar, pero también en el tratamiento de la música, de la que fue responsable su hermano Chûji. Flamenco cantado en japonés para una historia de pasiones y sentimientos a flor de piel en la que la letra hace las veces de coro griego al resumir o subrayar lo que siente Sadako (Hideko Takamine), la mujer cuyos sentimientos se vulneran.

Sadako y el despiadado Heibei

La acción se inicia en 1932, al regresar los combatientes que habían luchado en la guerra de China. Pero el joven Takashi (Keiji Sada) se lleva una sorpresa mayúscula al descubrir que, durante su ausencia, su prometida se ha visto forzada a casarse con el hijo de un rico terrateniente que volvió herido del frente antes que él. Y ahí se lía todo, porque ni Sadako ha olvidado a Takashi ni él está dispuesto a perderla.

Por las vueltas que da el destino en sucesivos años (1932, 1939, 1949, 1960 y 1961, respectivamente), así como por el hecho de cimentar la acción en lo que pudo haber sido y no fue, se diría que Eien no hito retoma un planteamiento similar al de la cinta soviética Cuando pasan las cigüeñas (1957) de Mikhail Kalatozov, si bien aquí el sentimiento final es menos agridulce.


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