Director: Steven Spielberg
EE.UU./India, 2012, 150 minutos
Lincoln (2012) de Spielberg |
Por más que Spielberg dedicase doce años a la preparación de Lincoln (con cambio de actor protagonista de por medio: Daniel Day-Lewis acabaría aceptando, en lugar de Liam Neeson, un papel que previamente había rechazado) el resultado fue una película tan aburrida como discutible. Nadie niega el despliegue apabullante de medios ni la pericia de los intérpretes en los roles principales, pero es que cuando a Spielberg le da por ponerse solemne (y, últimamente, eso es lo habitual) no hay quien lo soporte. Sobre todo por esa doble manía tan suya de querer reescribir la historia y de querer hacer historia.
De lo primero ha dado sobradas muestras en filmes como El puente de los espías (2015), Munich (2005), Salvar al soldado Ryan (1998) o La lista de Schindler (1993), a menudo ofreciendo una visión sesgada de los hechos en función de su propia ideología. Lo segundo, tal vez lo haya logrado en números y en premios, pero jamás en parecerse a John Ford: empresa harto difícil para un cineasta cuya mediocridad intelectual difícilmente podría disfrazarse tras los presupuestos millonarios que maneja.
Pese a ser once años mayor que Daniel Day-Lewis, Sally Oldfield interpreta a la esposa del presidente |
Volviendo, sin embargo, a lo de reescribir la historia como si de la distopía imaginada por Orwell en 1984 se tratase, es moralmente reprobable el tono de momento trascendental que se le quiere dar en la película a la aprobación de la decimotercera enmienda, la que supuso que oficialmente se aboliese la esclavitud en Estados Unidos, el mismo país en el que determinadas actuaciones policiales siguen dando pie, a día de hoy, a encendidas protestas por parte de la comunidad afroamericana.
¿Cómo es posible que todavía, en pleno siglo XXI, se siga mitificando sobremanera una medida que lo que perseguía era, fundamentalmente, atraer mano de obra barata a los centros industriales de los estados del Norte? En este sentido, entre las pocas ocasiones en las que en Lincoln aflora algún apunte crítico a propósito de la cuestión racial se encuentra la escena preliminar, cuando uno de los dos soldados negros que dialogan con el presidente se atreve a sacar el tema de si algún día habrá mandos de color en el ejército, ironizando sobre la posibilidad de que al cabo de cien años hubiese un general de su raza.
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