lunes, 14 de agosto de 2017

Lion (2016)













Director: Garth Davis
Australia/Reino Unido/EE.UU., 2016, 118 minutos



Cuando acaba Lion, uno tiene la sensación de haberse tragado un publirreportaje de casi dos horas, de tan decepcionante que llega a ser el final. Y es una lástima, porque la primera parte (hablada en hindi y bengalí), la de los hermanos Guddu y Saroo y las penalidades de este último a lo largo de su periplo, prometía bastante. Pero ya se sabe que cuando al inicio de una película aparece aquella frase sobreimpresa de "Basado en un hecho real" hay que esperarse lo peor: el anticine, ese producto diseñado para consumo de las masas sin criterio a base de nominaciones a los Óscar (seis en el caso de Lion).

Y eso no es lo peor, no. Porque la visión que se da de la India como país caótico y pobre es de una perversidad inadmisible: en su afán por predisponer al espectador a favor del niño protagonista, se nos muestra el entorno en el que se mueve como un espacio de hostilidades continuas. Cierto que la lucha por la supervivencia no debe de ser tarea fácil en Calcuta, pero en aras de conseguir inspirar ternura hacia el pobre niño desamparado se roza un simplismo que no se recordaba desde El expreso de medianoche (1978) de Alan Parker: la escena de los hombres persiguiendo criaturas en los pasillos de la estación, por ejemplo, es simplemente tremendista.



Aunque una vez en Tasmania, la cosa no mejora, qué va: la parte de Lion que se desarrolla en tierras australianas oscila peligrosamente hacia terrenos más propios del telefilme de sobremesa, con ese ser llamado Nicole Kidman buscando en todo momento la lágrima fácil, una historia de hijos adoptivos que, de repente, sienten la necesidad imperiosa de reencontrarse con sus raíces (el segundo de ellos, además, con graves problemas de conducta) y la consabida historia de amor entre veinteañeros (el Dev Patel de Slumdog Millionaire y la Rooney Mara de Carol).

Y, para colmo, ese final: ¡pero qué final! Y no me estoy refiriendo al inevitable y previsible reencuentro, sino al pegote que viene justo a continuación, ya en los créditos finales: ¿pero de verdad era necesario? Bueno, no quisiera cebarme más. Busquemos algo bueno, va. A ver, dejadme que piense... ¡Ya lo tengo! Las ensoñaciones en las que el Saroo adulto cree ver a su hermano Guddu, sacándole partido a un hallazgo para borrar los límites temporales que ya ensayara con notable éxito Ingmar Bergman en Fresas salvajes (1957). En fin: yo no sé si es que hoy me he levantado con el pie izquierdo o es que el guacamole de la cena estaba en mal estado, pero lo cierto es que hacía tiempo que no me decepcionaba tanto una peli. Serán cosas de la edad.


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