Director: Pedro Lazaga
España, 1957, 80 minutos
Las muchachas de azul (1957) |
Ya desde la letra de la canción con la que se abren los títulos de crédito ("¿Dónde está? ¿Quién será / el que yo busco sin saberlo? / Le daré mis risas, le daré mis besos / y mi amor sincero yo le entregaré. / Le daré mis risas, le daré mis besos, / todo lo que quiera le daré...") queda claro cuál es el tema de Las muchachas de azul: la caza del marido. Y eso en boca de dependientas de los madrileños almacenes Galerías Preciados (de ahí el color azul de su uniforme que se menciona en el título), jóvenes y, teóricamente, independientes dada su condición de mujeres trabajadoras.
Lo cual nos da la primera clave para contextualizar una comedia romántica de este tipo: la película se estrena en un momento (diciembre de 1957) en el que España está haciendo un aparente esfuerzo por modernizarse, pero en el que a su sociedad eminentemente conservadora aún le queda mucho terreno por andar. Dicho afán modernizador se percibe, por ejemplo, en el hecho de situar la acción en una gran superficie de la capital, otorgando el protagonismo a sus alegres empleadas, así como en el colorido de la fotografía en Technicolor. Y poco más: por debajo de ese envoltorio tan atractivo subyacía el mismo tradicionalismo de siempre.
Hay un par de escenas que son, al respecto, muy significativas. En una de ellas, vemos al Eugenio y a la María, un par de pueblerinos naturales de Torrelaguna, aturdidos por el ajetreo de la clientela ante elementos tan propios del progreso (y tan turbadores para dos pobres aldeanos) como las escaleras mecánicas o un altavoz de megafonía. En otra, un joven y un señor mayor llegan a las manos en la parada del autobús porque el primero piropea a Ana (el personaje de Analía Gadé) y el otro le afea su conducta. Ambos casos ponen de manifiesto una cierta voluntad por desmarcarse, ridiculizándolas, de algunas actitudes típicamente españolas.
Dibildos y Clarasó volvían a apostar con Las muchachas de azul por un tipo de comedia cándida al servicio de la pareja Gadé-Fernán Gómez y habituales secundarios de aquel entonces como Antonio Ozores, José Luis López Vázquez o Tony Leblanc. Hombres que interpretan a solteros en su mayoría bastante reacios a la idea de casarse ("el matrimonio es un suicidio castigado con cadena perpetua"), pero que acabarán sucumbiendo a los melifluos encantos de tanta célibe desesperada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario