Directores: Martin Butler y Bentley Dean
Australia/Vanuatu, 2015, 104 minutos
Tanna (2015) de M. Butler y B. Dean |
Muy simpática la ocurrencia de los Cines Verdi de Barcelona de proyectar Tanna sin aire acondicionado en la sala para que el espectador tenga así la oportunidad de experimentar el mismo clima subtropical que la tribu protagonista en la película. Claro que sí: ahora que el 3D empieza a estar ya muy visto hay que innovar con nuevas propuestas que hagan de la proyección una experiencia única...
Bromas aparte (bueno, broma: yo aún me estoy recuperando de la lipotimia...), desde que vi el tráiler de Tanna tuve claro que quería ver esta peli. Aun a sabiendas de que la realidad mostrada no es exactamente como la pintan (por desgracia, la pureza que nos intenta transmitir hace mucho tiempo que desapareció del planeta). Pero, con todo, sigue siendo poderosamente atractiva como recreación de lo que el mundo fue alguna vez, de un estadio de la evolución humana que conecta con nuestra más profunda esencia sea cual sea la edad, raza o profesión que desempeñemos. Y también, ¿cómo no?, una seria advertencia sobre los peligros que puede entrañar el progreso, a la vez que contundente alegato pacifista indígena.
Entendida, pues, como película de ficción, Tanna contiene momentos de una fuerza estremecedora, como las canciones inspiradas por la divinidad o el viaje iniciático de Selin con su abuelo y chamán de la tribu Yakel hasta el cráter del volcán Yahul, que para ellos es la boca por la que se expresa el espíritu de la madre tierra, con la finalidad de que la niña aprenda lo que es el respeto. También Dain y Wawa, los Romeo y Julieta de Vanuatu, acabarán acudiendo allí frente a la lava incandescente, tras haber vulnerado las leyes del Kastom o cultura tradicional.
Más cerca del Apocalypto (2006) de Mel Gibson que de los documentales antropológicos de Luis Pancorbo, Tanna incurre, a nuestro modo de ver, en el error de mostrar a los Imedin como una tribu de guerreros arrogantes y violentos o a los aborígenes que han abrazado el cristianismo como una panda de tarados con tal de que el espectador se identifique con los Yakel. He ahí el precio que hay que costear para que una película hablada íntegramente en nauvhal pueda ser candidata al Óscar, aparte de los taparrabos y arcos que los locales sólo utilizan en la película y para solaz de los turistas de Tripadvisor. Aunque, bien mirado, Murnau y Flaherty debieron pagar similar peaje en 1931 para la realización de Tabú y el resultado fue una obra maestra.
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