Título original: 21 Grams
Director: Alejandro González Iñárritu
EE.UU., 2003, 124 minutos
La tierra giró para acercarnos,
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño,
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive
llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo,
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio.
Eugenio Montejo (1938-2008)
A González Iñárritu le gusta contar historias de un modo original. Lo hizo en Birdman (2014) con un único plano secuencia. Y, antes, en Babel (2006), interconectando cuatro tramas en cuatro partes distintas del mundo. Es, precisamente, esa idea de que todo lo que hacemos, de uno u otro modo, acaba influyendo en las vidas de los demás la que sirve de tema a 21 gramos, segundo largometraje del autor tras Amores perros (2000) y primero que dirigió en Estados Unidos.
Sean Penn y Charlotte Gainsbourg en 21 gramos (2003) |
Narrada como un puzle, este rompecabezas en apariencia inconexo irá progresivamente adquiriendo sentido conforme avance la acción, de manera que, llegados al final, el espectador dispondrá de todos los cabos para hacerse una idea precisa de lo que ha sucedido, ordenando los diversos elementos en su cabeza.
Una estructura tan fragmentada sólo podía surgir de la imaginación de Guillermo Arriaga, colaborador habitual de Iñárritu por aquel entonces, y que escribió un guion en el que tres personajes sin conexión aparente veían entrecruzarse sus destinos: un profesor de matemáticas (Sean Penn) que debe ser sometido a un trasplante de corazón; una mujer (Naomi Watts) cuyo marido e hijas fallecen atropellados en plena calle y un converso (Benicio Del Toro) que cree hallar en Dios su tabla de salvación para dejar atrás un pasado de delincuente común.
Sin saberlo, a todos ellos les une algún tipo de experiencia cercana a la muerte, aunque, curiosa paradoja, es ahí donde muchas veces radica precisamente el misterio de la vida, expresado numéricamente en esos 21 gramos del título que aluden al supuesto peso del alma humana.
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