Título original: Cézanne et moi
Directora: Danièle Thompson
Francia, 2016, 117 minutos
Cézanne y yo (2016) de Danièle Thompson |
Encasillada, hasta la fecha, en la dirección de sofisticadas comedias, la veterana realizadora Danièle Thompson contraataca en su última película con un drama biográfico en el que se dan cita dos grandes de las artes francesas: el novelista Émile Zola, máximo impulsor del naturalismo, y el pintor postimpresionista (y, para muchos, padre de la pintura moderna) Paul Cézanne.
Mujer perfeccionista y dotada de una particular sensibilidad, la puesta en escena de Thompson denota enseguida su minuciosidad en detalles como el cuidado diseño de vestuario o la impecable fotografía a cargo de Jean-Marie Dreujou, tendente a trasladar a la pantalla la luminosidad que irradia la paleta del paisajista francés al que da vida Guillaume Gallienne.
Ése es, precisamente, el otro punto fuerte de Cézanne et moi: la extraordinaria capacidad del actor para meterse en la piel del artista desde su juventud hasta la decadencia de la vejez. Y siempre con la misma credibilidad (hay que tener presente que Gallienne apenas tiene cuarenta y cinco años). El otro Guillaume (Canet, en este caso), pese a no resultar igual de convincente en su papel de Zola, encarna correctamente al literato aburguesado que logra saborear desde muy pronto las mieles del éxito, frente al amigo de la infancia, empobrecido y aislado, que sólo conocerá el interés por su pintura ya al final de su vida.
Hasta aquí lo más o menos positivo que puede decirse de Cézanne y yo. Ahora bien: al margen de un envoltorio bonito, si vamos al fondo no queda más remedio que ponerle más de un pero a una película que no logra trascender la actitud reverencial ante los prestigiosos creadores que le sirven de inspiración. Se cae, tal vez, en el error de pensar que el mero hecho de retratar a algunas celebridades de aquel período ya es motivo, per se, para que la película suscite el interés del público. Y aunque eso pueda ser así en algunos casos, lo cierto es que el cine debería ser otra cosa. Veamos un ejemplo: durante el transcurso de una cena en casa de los Zola, una de las asistentes, en referencia a un ilustre invitado, le pregunta al oído a su marido: "¿Cómo se titulaba su último libro? ¡Ah, sí: Boule de suif!" Y uno se pregunta, a su vez: ¿es realmente necesario que el espectador sepa que ese personaje en cuestión es el también escritor Guy de Maupassant? Ciertamente no, sobre todo porque ni hace ni dice nada destacable. Aunque el colmo de este tipo de subrayados se produce justo antes de los créditos finales, con el habitual rótulo explicativo en el que se nos aclara qué fue de éste o de aquél. Francamente: ya existe Wikipedia para resolver ese tipo de dudas...
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