Director: Cristi Puiu
Rumanía/Francia/Bosnia/Croacia/Macedonia, 2016, 173 minutos
Sieranevada (2016) de Cristi Puiu |
Quizá algún despistado crea que la acción de Sieranevada transcurre en una estación de esquí o que se trata de una peli sobre guiris que pasan las vacaciones en Andalucía. Pero no: estamos ante un intenso drama familiar, de casi tres horas, rodado en Rumanía, aunque con vocación universal. Y su director y guionista, Cristi Puiu (Bucarest, 1967), opta en varias ocasiones por situar la cámara a distancia, con alguno de los actores incluso fuera de campo. Una caligrafía que recuerda, por momentos, a la de un Haneke, pese a tratarse de cineastas bien distintos.
El viejo Emil ha fallecido y sus familiares y allegados se disponen a honrar la memoria del difunto con un banquete. Si, ya de por sí, este tipo de celebraciones suelen acabar como el rosario de la aurora, tanto en el cine (no hay más que recordar la genial Un conte de Noël [2008] de Arnaud Desplechin) como, sobre todo, en la vida real, ¿qué decir de un pequeño apartamento en el que se darán cita nostálgicos del régimen comunista, partidarios de la monarquía y de la Iglesia Ortodoxa, adúlteros confesos, defensores de la teoría de la conspiración durante el 11-S, médicos, un militar, un profesor de matemáticas y una yonqui croata?
Lo fácil sería concluir que se trata de una visión alegórica de la historia reciente de Rumanía, en la que la vivienda representa al país y los comensales a las sucesivas generaciones y clases que integran aquella sociedad. Así pues, cuando la anciana vecina (antigua miembro del Partido) comenta horrorizada que, en vida del difunto, jamás se habría permitido tamaño escándalo, es plausible pensar en una alusión velada al dictador Ceaușescu. O interpretar el ansiado viaje a Tailandia que proyecta la mujer de Lary, así como la discusión inicial en el coche a propósito de un disfraz Disney para la hija de ambos, bajo el prisma paródico de lo mal asimilada que está la economía de mercado por parte de unos individuos a los que el capitalismo hizo más horteras pero no más libres.
En cualquier caso, y ahí reside el mérito, uno puede obviar el contexto local y dejarse llevar únicamente por una lectura en la que prime lo humano por encima de todo. A fin de cuentas, los piques entre primos, hermanos y cuñados, con unos y otros metiendo cizaña y recriminándose mil y una perrerías, son un manido lugar común de alcance global, lo mismo en Bucarest que en Barcelona.
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