Título en catalán: L'home que va embotellar el sol
Director: Óscar Bernàcer
España, 2016, 84 minutos
El hombre que embotelló el sol (2016) |
Sería muy fácil cortar por lo sano y cargarse de un plumazo el modelo urbanístico de Benidorm debido a lo insostenible de su masificación y por su impacto irreversible sobre el ecosistema del litoral levantino. Sin embargo, los autores del documental El hombre que embotelló el sol han optado por la vía opuesta: la del retrato amable del inductor de semejante mamotreto, Pedro Zaragoza, eso que hoy llamarían (desde determinados sectores) emprendedor y que, en la España en blanco y negro de desfiles bajo palio y recepciones en el Pardo, no fue sino un avispado oportunista.
Hay que admitir, con todo, que la factura del filme es impecable, tanto a nivel técnico como en la original puesta en escena y su espectacular despliegue de medios: se nota que TVE y las autoridades locales y autonómicas no han escatimado esfuerzos para llevar a cabo este cuasi panegírico a mayor gloria del "alcalde de la vespa". ¿Cómo, si no, se habría marchado el equipo a rodar hasta Finlandia? ¿U obtenido las declaraciones en exclusiva de Raphael, comentando su paso por el Festival Internacional de la Canción de Benidorm en 1962 cuando apenas era un principiante? ¿O haber contado con todo tipo de facilidades por parte del Ayuntamiento y de los herederos de Pedro Zaragoza?
Pedro Zaragoza empujando un SEAT 600 |
Y, aun así, a pesar de su aire indisimulado de publirreportaje, El hombre que embotelló el sol suscita la curiosa paradoja de desenmascarar al homenajeado sin que por ello disminuya ni un ápice nuestra simpatía hacia él. Uno a uno, los diferentes periodistas de investigación que aportan su testimonio irán desmintiendo, a base de contrastar la información hoy disponible en archivos, la casi totalidad de leyendas que aureolan la figura del alcalde franquista: ni fue recibido en audiencia por el Caudillo ni excomulgado por permitir que las extranjeras fuesen en bikini ni la familia de lapones que visitó el lugar cometió las excentricidades que se le atribuyen (como bañarse desnudos en la playa o meterse en el frigorífico).
Una de las bazas con las que cuenta el documental es la emotiva banda sonora compuesta por Iván Capillas, así como ese título tan poético que tiene, ¿quién lo diría?, un origen bastante más prosaico: el vino que, desde sus propias bodegas, tenía que servir para ablandar temperamentos y obtener beneplácitos que ayudasen a prosperar a su pueblo (y, de paso, a sí mismo).
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