domingo, 23 de julio de 2017

La historia de Assia Klachina, que amó pero no quiso casarse (1966)




Título original: Istoriya Asi Klyachinoy, kotoraya lyubila, da ne vyshla zamuzh / История Аси Клячиной, которая любила, да не вышла замуж
Director: Andrey Konchalovskiy
Unión Soviética, 1966-1988, 94 minutos

La historia de Assia Klachina... (1966)


La historia se repite y es la misma que ya vimos en el caso de La comisaria de Askoldov: un filme extraordinario que, sin embargo, permaneció prohibido durante décadas porque no decía lo que las autoridades soviéticas querían escuchar y, sobre todo, porque mostraba una realidad que no encajaba con la idílica estampa oficial.

La historia de Assia Klachina, que amó pero no quiso casarse se sitúa en un mísero koljós o típica granja colectiva (previamente, los títulos de crédito nos habrán informado de que sólo tres de los actores que vamos a ver en pantalla son profesionales). Tiene mucho, por lo tanto, de documental, aunque siga vagamente como argumento las vicisitudes de una muchacha embarazada a la que cortejan dos hombres muy distintos.



La brutalidad del entorno y de los campesinos, sus tremendas historias narradas en primera persona, los rostros curtidos de los más ancianos revelan un hábitat en el que la subsistencia, aparentemente apacible, viene condicionada, sin embargo, por el ímpetu caprichoso de los elementos y por la ley del más fuerte. Ni rastro del más mínimo atisbo de paternalismo socialista: Lenin y Stalin son sólo referencias lejanas, apenas dos tatuajes de contornos imprecisos en el pecho de uno de los granjeros.

Y, mientras tanto, la pobre Assia (Iya Savvina) verá cómo el pusilánime conductor Stepan (Aleksandr Surin), padre de la criatura que espera, se deja avasallar por el bestial Sasha (Gennady Yegorychev), ambos embrutecidos, a su vez, por el vodka y los esfuerzos sobrehumanos. ¿Cuál será el destino de ese niño que nace en mitad del campo? Los tanques irrumpen, de camino a las maniobras que allí cerca se están llevando a cabo. Hay referencias veladas en las conversaciones a la guerra de Vietnam. Ha llegado el momento de desmantelar el koljós, en el que se encontraban desde 1951, para ir a fundar otro nuevo. Los ancianos recogen sus bártulos con desgana. Algunas mujeres entonan a coro una triste melodía. Y entonces se presentan los gitanos del koljós vecino. Todos cantan y bailan como descosidos, pero Assia, en ese preciso instante, padece un ataque de lucidez.


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