Título original: Slava / Слава
Directores: Kristina Grozeva y Petar Valchanov
Bulgaria/Grecia, 2016, 101 minutos
Un minuto de gloria (2016) |
Un hombre de aspecto modesto vacila antes de llamar a la imponente puerta del palacio Comillas, junto a la Rambla. Mientras espera de pie a que le reciba el dueño de la casa, aprieta entre sus manos sudorosas una cartera con 10.000 reales. Cuando se la devuelve a su propietario, que la había extraviado esa mañana, por necesidad o por codicia le expone lastimosamente sus apuros económicos, sus desgracias familiares, sus fracasos profesionales. Antonio López, impaciente, lo interrumpe: “Quédese usted los 10.000 reales y estos otros 10.000; inviértalos, prospere, saque adelante a su familia”. Y cuando el hombre, abrumado, se despide ya entre gemidos de agradecimiento, el primer marqués de Comillas le mira fijamente a los ojos y le entrega un revólver: “Esto es por si fracasa”.
J. J. Güell y de Ampuero
La Vanguardia, miércoles 14 de junio de 2017
Si ya La lección nos dejó atónitos, Un minuto de gloria va todavía más lejos en su radiografía de los males que asolan a la sociedad búlgara. Porque a la denuncia ya presente en su anterior filme añaden ahora un humor negro que recuerda bastante al utilizado por otra pareja de cineastas (los argentinos Gastón Duprat y Mariano Cohn) en la aclamada El ciudadano ilustre. Aunque, echando atrás en el tiempo, encontraríamos un precedente aún más significativo en la española Un millón en la basura (1967) de José María Forqué. Parece ser que el sarcasmo casa la mar de bien con la cinematografía de países emergentes cuando se trata de poner el dedo en la llaga para determinar cuáles son las causas del subdesarrollo. El propio Rafael Azcona se sirvió de la misma estrategia, incluyendo en La prima Angélica (Carlos Saura, 1974) a un falangista con el brazo escayolado en alto.
Algo parecido es lo que llevan a cabo Kristina Grozeva y Petar Valchanov en la secuencia en la que la protagonista se quita la falda para ponerse una inyección y su marido la tapa con la bandera de la Unión Europea: curiosa metáfora para sugerir cuál ha sido la utilidad de la pertenencia de Bulgaria a dicho organismo en los últimos diez años... Pero, por lo visto, la cosa va de desnudarse: en otro par de escenas, serán los miembros del equipo de la prepotente Staykova (Margita Gosheva, la misma actriz que ya hiciera de maestra en La lección) quienes se vean forzados a desprenderse de sus pantalones o de la camisa para que el humilde guardavía Tzanko Petrov (Stefan Denolyubov) esté más presentable.
Aunque los gags de comedia negra que contiene el guion de Слава (Slava, 'gloria' en búlgaro) no debieran hacernos pasar por alto lo verdaderamente grave de la sociedad que retratan. Y es esa imposibilidad de huir de la corrupción, una lacra que se extiende a todos los sectores del país, incluido el periodista de investigación Kolev (Milko Lazarov), quien dicta al pobre héroe las frases que habrá de decir cuando lo entreviste en su programa televisivo matinal.
De todo lo cual, se desprende una terrible moraleja: no sale a cuenta ser honrado en Bulgaria. El tataranieto del marqués de Comillas no especifica en su artículo cómo le fue al individuo que, en la Barcelona decimonónica, tuvo un gesto similar al del guardavía Tzanko. Ni falta que hace. Porque conociendo la condición humana (y cómo la codicia forma parte indisoluble de ella, mayormente en las sociedades sin un reparto equitativo de la riqueza), cabe imaginarse lo peor. El gesto del negrero López es calcado al del Ministro de transportes en la película: el propio de quien cree que premiando o comprando la heroicidad (para el caso es lo mismo) puede limpiar su conciencia y seguir disfrutando impunemente de sus privilegios de clase. Si alguna vez hubo un ápice de sinceridad en el socialismo búlgaro, el balance que, por oposición, hacen Grozeva y Valchanov de la entrada de su país en la realidad neoliberal no puede ser más cáustico y desolador.
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