Título original: Barbary Coast / Port of Wickedness
Director: Howard Hawks/William Wyler
EE.UU., 1935, 91 minutos
Ciudad sin ley (1935) |
La "costa bárbara" a la que alude el título original de esta antigua producción de Samuel Goldwyn es la de San Francisco en 1849, durante la fiebre del oro. Junto con el "puerto de maldad" del título de reestreno y la "ciudad sin ley" del español, nos da una idea aproximada del ambiente de depravación que iba asociado a la avaricia de quienes hasta allí se desplazaban con miras a enriquecerse lo más rápida y fácilmente.
Situar una historia de amor en un entorno tan mezquino parecía un reto complicado, sobre todo porque el guion de Ben Hecht y Charles MacArthur bebía del wéstern y del cine de gánsters sin ser ni una cosa ni la otra. Por eso Goldwyn decidió relevar en la dirección a William Wyler a las pocas semanas y entregar las riendas a alguien capaz de conferir mayor brío a una trama ya de por sí poco verosímil (el convertir a Joel McCrea en un minero erudito que ama la poesía es, tal vez, el mejor ejemplo).
No fue, pues, un rodaje placentero, en especial por la actitud caprichosa de una Miriam Hopkins empeñada en eclipsar al resto del reparto. Al parecer, tuvo sus más y sus menos con el temperamental Edward G. Robinson y el equipo, en general, acabó bastante hasta el gorro de ella. Y es curioso porque esa tensión se palpa después en la película: no se puede decir que el resultado final fuese del todo satisfactorio, teniendo en cuenta la escasa química que hubo entre los actores.
Aun así, la célebre escena de la ruleta en Casablanca tiene aquí un claro precedente que a buen seguro sirvió de inspiración a sus guionistas: cuando Mary 'Swan' Rutledge, a la sazón crupier del Bella dona, hace que la bola vaya a parar a la casilla negra en repetidas ocasiones, está resarciendo el agravio cometido contra Jim Carmichael (McCrea), al que previamente había desplumado arrebatándole su cargamento de oro en polvo. Peculiar demostración de amor hacia alguien que le permitirá huir de aquel antro, mientras los Vigilantes (cuadrilla de improvisados justicieros que se forma espontáneamente entre los vecinos del lugar) ajustan cuentas con el vil Chamalis y sus secuaces.
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