Director: Fernando Delgado
España, 1942, 72 minutos
Fortunato (1942) de Fernando Delgado |
Pocos actores ha habido en nuestro país tan galdosianos como don Antonio Vico. "¿Galdosiano...?", se preguntará alguno. ¡Toma, claro! Protagonizó Fortunato (1942) y, años después, Mi tío Jacinto (1956), así que, a ver: ¿quién mejor que él para recibir dicho apelativo si fue, sucesivamente, Fortunato y Jacinto?
La misma gracia que el dicharacho anterior tiene, sobre poco más o menos, el filme que nos disponemos a comentar. ¿Significa eso que sea una película fallida? Hombre, depende: si el propósito era que el espectador sintiese unas ganas irrefrenables de abofetear al protagonista, pues no: en ese caso se logra plenamente el objetivo. Ahora bien: si de lo que se trataba, en cambio, era de hacernos sentir compasión ante los males del tal Fortunato Méndez, entonces...
También cabría achacar su falta de chispa a la pieza teatral en la que se inspira ("Historia tragicómica en tres cuadros") de los hermanos Álvarez Quintero, muy aplaudida cuando su estreno, en noviembre de 1912, pero seguramente bastante alejada de los gustos actuales. Aunque a lo mejor no hay que darle tantas vueltas al tema: ni todas las pelis envejecen igual ni puede uno andar con muchas exigencias cuando se trata de valorar el cine español de principios de los cuarenta.
Sea como sea, lo que sí vale la pena destacar es la dimensión radicalmente distinta que adquiere la odisea de este pobre hombre (pobre en ambos sentidos: pecuniario y de espíritu) al trasladar la acción, como indica un rótulo inicial, a 1934. Lo que para los Álvarez Quintero era un simple ejercicio de evasión, concebido con la finalidad de transmitir la alegría de vivir pese a todos los contratiempos que experimenta el cesante Méndez hasta volver a encontrar un empleo que le permita mantener a su prole, se convierte, de la mano de Fernando Delgado, en un alegato encubierto contra los desmanes de la República y un canto de esperanza con la vista puesta en la estabilidad que debía aportar el nuevo régimen. El diálogo final resulta, en ese sentido, muy elocuente:
ROSARIO: (Llorando) ¡Míralos qué contentos!
FORTUNATO: Sí.
ROSARIO: Ya tienen pan nuestros hijos.
FORTUNATO: Sí, Rosario. Gracias a Dios. Sí.
ROSARIO: Gracias a Dios. ¡Que Él te bendiga! Pero no quiero que nos separemos más. ¡No nos separaremos más! ¿Lo oyes? Mira, ya tengo otro empleo para ti, el premio a tu heroísmo. Nuestros hijos tendrán pan, pero no a costa de tantos sacrificios. Ahora sí que seremos felices de veras...
Claro que ese ahora de Rosario adquiere tintes sarcásticos si se piensa que la pareja tendrá que enfrentarse (y ellos aún no lo saben) a las penurias de la guerra civil y de la inmediata posguerra.
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