sábado, 15 de julio de 2017

María de la O (1936)













Director: Francisco Elías
España, 1936, 90 minutos



Quienes crean, llevados de un prejuicio muy en boga, que María de la O no es más que la típica españolada que suelen pasar en Cine de barrio los sábados por la tarde harán bien en prestar mucha atención a lo que tenemos que decir. Porque, si bien el folclore ocupa un lugar importantísimo en su argumento (no en vano se trata de una película inspirada en la conocida copla de Salvador Valverde y Rafael de León), son varias las sorpresas que nos depara.

En primer lugar la presencia en el elenco de Antonio Moreno, toda una estrella de Hollywood que se marchó a Estados Unidos con apenas catorce años y que en la época muda llegaría a trabajar junto a Greta Garbo contratado por la Paramount. Tiene gracia que aquí interprete a un pintor que hizo las américas, puesto que ello justifica su marcado acento inglés. El cual, dicho sea de paso, no era fingido, como lo prueba el hecho de que en la escena inicial (cuando representa que aún no ha viajado) ya se le aprecia.

"Todos los hombres llevamos dentro un dolor o un misterio"

Otro de sus alicientes es que, a diferencia de similares producciones de la época (rodadas en Berlín por Florián Rey e Imperio Argentina y auspiciadas por el régimen nazi), María de la O se filmó, además de algunos exteriores en Granada y Sevilla, en los Estudios Orphea de Barcelona, ciudad de la que también procedían Carmen Amaya y Francisco Elías. Además, el actor Julio Peña (en la película, el apasionado gitano Juan Miguel) participaría poco después en la realización de la republicana Sierra de Teruel a las órdenes de Malraux, de modo que no puede decirse que estemos ante una de tantas recreaciones costumbristas.

Relacionado con lo anterior, un repaso somero del personal técnico que intervino en el rodaje confirma la presencia de varios alemanes que, huyendo del nazismo, recalaron, momentáneamente, en Barcelona. Tal es el caso del cámara Eugen Schüfftan (1893–1977), establecido en los EE.UU. a partir del 40 y Óscar, muchos años después, a la mejor fotografía por El buscavidas (1962) de Robert Rossen. Caso similar al del jefe de producción (Geza Pollatschik), al del montador (H. Rosinski) y al del ingeniero de sonido (el francés René Renault, que, dos décadas más tarde, trabajaría con Resnais en Hiroshima mon amour). La presencia de estos especialistas se nota, por otra parte, en la audacia con la que solucionan determinados planos, máxime tratándose de una historia de charanga y pandereta.



Aunque lo uno no esté reñido con lo otro. Como lo demuestra el sentido del humor que destilan los diálogos. Un gracejo andaluz presente en la inagotable verborrea de Itálica (Pastora Imperio): "¡Vengan los pintores y todos los extranjis de la Philadelphia! ¡Que viva el ferrocarril transalpino!" O en los chistes que se gastan ella y su gachó el guía:

ARGOTE: ¿Qué ha pasao entre el inglés y ella? 
ITÁLICA: Que han acabao pa siempre. 
ARGOTE: Incompatibilidad de caracteres. 
ITÁLICA: ¡Qué bien hablas, y bien enseñao, que me hablas en difícil!

MOLINA: ¿Estás tú seguro de que es un americano? ¿Le has oído hablar inglés?
ARGOTE: ¡Digo! Y fíjate si lo hablará bien, que yo no le entendí una palabra...


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