jueves, 27 de julio de 2017

La balada del soldado (1959)




Título original: Ballada o soldate / Баллада о солдате
Director: Grigoriy Chukhray
Unión Soviética, 1959, 88 minutos

La balada del soldado (1959) de Grigoriy Chukhray


Multipremiada y archiconocida, La balada del soldado (1959) forma parte de aquella serie de películas (Cuando pasan las cigüeñas, La casa en la que vivo...) que, en su momento, lograron traspasar fronteras más allá del férreo telón de acero. Candidata al Óscar al mejor guion y a la Palma de Oro en Cannes, resulta fácil comprender el porqué de su éxito si tenemos en cuenta que fue concebida para tocar la fibra del espectador. No de otra forma hay que entender el duro peregrinaje al que se ve sometido su protagonista, superando obstáculos de todo tipo, hasta poder abrazar a la resignada madre que durante tanto tiempo lo esperó en la aldea.

En realidad, el guion de Chukhray y Valentin Ezhov (basado en las experiencias del primero durante la Segunda Guerra Mundial, donde fue herido en diversas ocasiones y condecorado por su arrojo) está escrito con suma astucia, puesto que ya en la escena inicial condiciona nuestro punto de vista al dar a entender que el joven soldado Aliosha acabará muriendo en el frente. Por eso el breve encuentro con la madre y la emotiva despedida adquieren a nuestros ojos un extraordinario dramatismo al imaginarnos cuál será su verdadero destino aunque no lo veamos.



Con apenas veinte años, Vladimir Ivashov (1939–1995) iniciaba su carrera aportando al personaje central una frescura que le venía muy bien a un filme de propaganda. En la escena con el general, por ejemplo, su entusiasmo parece verídico al recibir las felicitaciones por haber abatido dos tanques enemigos. O la indignación que experimenta al descubrir que la esposa del compañero que le encargó llevarle un par de pastillas de jabón tiene un amante. Sólo faltaba una fugaz historia de amor con la casta Shura (Zhanna Prokhorenko) para que la película se convirtiese en una potente arma capaz de llegar a los corazones de medio planeta. Lo cual, aunque hoy cueste creerlo, suponía un avance respecto a los estrictos postulados del realismo socialista.

Tan o más importante que la figura del soldado es la de la madre (Antonina Maksimova), de cuyo afecto incondicional ya se había servido Gorki en literatura y, tiempo después, Pudovkin (1926). En ese sentido, La balada del soldado explota por enésima vez el paralelismo elemental entre madre y patria, dando a entender que un soldado capaz de cruzar un país en guerra para ver a la mujer que lo trajo al mundo, aunque sólo sea unos instantes, forzosamente será también un gran patriota.


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