martes, 18 de julio de 2017

Costa-Gavras visita la Filmoteca de Catalunya








Si ayer se hacía entrega del Premio Internacional Catalunya a Costa-Gavras, hoy ha sido el turno de su visita a la Filmoteca. La segunda en apenas cinco años, puesto que ya estuvo por aquí en 2012 con motivo del extenso ciclo que se le dedicó entonces. Lleno absoluto en la Sala Laya (la pequeña), a pesar de lo intempestivo de la hora y de la fecha. Pero ni las cuatro y media de la tarde en plena canícula parecen ser obstáculo para que los espectadores se acerquen a la sede del Raval a escuchar las reflexiones del realizador francés de origen griego.

La conversación que ha mantenido con Esteve Riambau a lo largo de noventa intensos minutos ha seguido un formato similar al de ocasiones anteriores con otras celebridades que ya fueron homenajeadas por la casa (Bertrand Tavernier, Hanna Schygulla, Josep Maria Pou...). Y para empezar se han proyectado diversos fragmentos de su extensa filmografía: Z (1969), L'aveu (1970), Missing (1982), Music Box (1989), Eden à l'Ouest (2009) y, su último trabajo hasta la fecha, Le Capital (2012). Títulos, todos ellos, que comparten el denominador común de su interés por la política y por la denuncia de las injusticias sociales. Algo que enseguida se apresura a matizar: "En realidad, todo lo que hacemos es política..." De lo que cabe deducir la imposibilidad de mantenerse al margen. Visto así, tanto el que se compromete como el que no, actúa guiado por una determinada ideología.

Sin embargo, recuerda Riambau, en el pasado se le acusó desde la izquierda de no implicarse suficientemente en los problemas que trataba en sus películas. Quizá porque en Z optó por mostrar el lado grotesco de los coroneles. Costa-Gavras justifica este caso en particular alegando que la mayoría de esos militares golpistas griegos pertenecían a familias muy pobres, sin educación, y que al tomar el poder actuaban de una forma completamente ridícula. La sorpresa para él y para Jorge Semprún, su guionista en ésta y en tantas ocasiones, fue comprobar que mostrándolos tal cual eran el público se reía.



En cuanto a su experiencia en el cine americano, relata diversas anécdotas. Todas bastante jugosas. Como el consejo que le dio René Clair, del que fue asistente, para que no se quedara allí de por vida: "Llegas a Hollywood con veintisiete o veintiocho años. Te instalan en una lujosa mansión con piscina. Te levantas por la mañana. Tomas un zumo de naranja. Nadas un poquito. Te echas a dormir... ¡Y despiertas al cabo de sesenta años!" Por eso siempre fue a trabajar a Estados Unidos con billete de ida y vuelta. Y exigió a los productores de Missing (los mismos que pusieron cara de asombro cuando les pidió a Jack Lemmon para el papel principal, rechazando a Gene Hackman) el poder trabajar con su equipo francés y que la postproducción del filme se llevase a cabo en París.

De Lemmon (un hombre bastante tímido, en opinión de Costa-Gavras) alaba, precisamente, su profesionalidad. Se interesó enseguida por el proyecto: apenas tres días después de hacerle llegar el guion, superando un complejo laberinto de secretarias, aceptó sin mayor inconveniente. Cierto que tenía algún que otro problema con el alcohol, pero al final pactaron que sólo bebería los sábados. Y consiguió que se moderase en su excesiva forma de gesticular (de hecho establecieron un código entre ellos durante el rodaje: el director le hacía el gesto de una pizca con los dedos y el intérprete entendía de inmediato que debía contenerse). Dustin Hoffman, en cambio, no se lo puso tan fácil: cada mañana se presentaba ante él con una lista interminable de preguntas sobre por qué debía hacer esto o lo otro en determinada escena. Y lo malo es que no siempre había un motivo. Y encima los lunes la lista era más larga... El público ríe.

Llega el momento de las preguntas y Costa-Gavras desvela otras curiosidades. "¿Le interesan los filmes de Yorgos Lanthimos?": Mucho, aunque es una lástima que vaya a realizar su carrera fuera de Grecia, como él. De su experiencia junto a Jacques Demy, recuerda que es el más original de los cineastas que conoció, siempre dispuesto a innovar. En La baie des anges (1963), por ejemplo, exigió que todo fuese blanco. Volviendo a sus vivencias en la América profunda, comenta que en cierta ocasión le preguntaron que de dónde era: "De París". "¿Qué es París?" "La capital de Francia". "¿Qué es Francia...?" Ahora comprende por qué han votado por Trump... Revela que estuvo a punto de rodar una película sobre la ex etarra Yoyes, pero Semprún era entonces ministro, luego enfermó, así que el proyecto se aplazó indefinidamente. ¿Y de la conservación del patrimonio fílmico? Como presidente de la Cinémathèque française confiesa que comparte con Riambau el temor sobre cómo preservar las películas en soporte digital, dado que su vida útil no excede los quince años. En todo caso, recuerda con afecto la institución fundada por Langlois, donde uno podía ver de todo (aunque fuese subtitulado en ruso o en vietnamita). Por eso cree necesario que se enseñe cine en los colegios, al tiempo que alaba el modelo francés para proteger la producción nacional. Le preguntan si ve series: "Sí, alguna que otra: pero todas siguen el mismo patrón". Y ahí radica lo preocupante, porque, en última instancia, las grandes plataformas controlan lo que ve la gente y moldean el gusto del público homogeneizándolo, cuando la verdadera riqueza radica en que cada espectador es distinto.

Y antes de concluir el coloquio, Riambau recuerda que Costa-Gavras está ultimando unas memorias, así como la edición en DVD de su obra completa. Algo que el cineasta le agradece públicamente, puesto que el director de la Filmoteca ha colaborado en la labor. Nada más: quizá la próxima vez nos visite para hablar del libro o tal vez (ojalá) de su nueva película. La ovación con la que la sala despide a Costa-Gavras es larga y calurosa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario