Título original: Ball of Fire
Director: Howard Hawks
EE.UU., 1941, 111 minutos
Bola de fuego (1941) de Howard Hawks |
Pero ¡qué película más inteligente!: un sólido guion, inspirado en Blancanieves y los siete enanitos, milimétricamente escrito por Billy Wilder y Charles Brackett (el primero con su refinado sentido del humor centroeuropeo y el segundo haciendo gala de sus dotes argumentativas de antiguo abogado), la pericia de Hawks tras las cámaras y un elenco de actores que quita el sentido. ¿Quién puede resistirse al encanto de Ball of Fire? Por no hablar de la breve intervención del batería Gene Krupa y el memorable número de las cerillas.
Desde la primera vez que la vi (como tantas otras, en el programa ¡Qué grande es el cine! de José Luis Garci, en La 2 de TVE) me ha parecido siempre un portento por la manera en la que hace coincidir dos mundos teóricamente antagónicos: el sosiego del ambiente académico que se respira en la mansión del grupo de sabios frente al frenesí con el que irrumpe Sugarpuss O'Shea (Barbara Stanwyck). No en vano, ella es la Bola de fuego o polvorilla a la que alude el título. Y, como no podía ser menos, es la vida la que se acaba imponiendo al conocimiento vacuo y enciclopédico. Aunque ella también se dejará seducir por el encanto patoso del gramático Bertram Potts (Gary Cooper): "Looks like a giraffe, and I love him. I love him because he's the kind of a guy that gets drunk on a glass of buttermilk!"
¿Quién dijo que los libros no sirven para nada? |
Es, precisamente, en ese contraste en el que radica la hilaridad de la mayor parte de situaciones, sobre todo en el plano lingüístico, ya que, habiéndose iniciado la trama a raíz del trabajo de campo que realiza el profesor Potts a propósito de la jerga en la sociedad, la bola (como en cualquier Screwball comedy que se precie) se irá haciendo cada vez más grande conforme se vayan incorporando elementos a cuál más discordante: una vedete, un grupo de gánsters, etc.
A pesar de los setenta y seis años transcurridos desde el estreno, Ball of Fire mantiene intacta su chispa y sigue siendo una óptima reflexión, en clave satírica, sobre un mundo en evolución constante y el papel que la cultura ocupa en él. Si ya en el 41 se planteaba la dicotomía entre la figura del intelectual encerrado en su torre de marfil y ajeno a la realidad en oposición al bullicio de las clases populares, ¿qué cabrá esperar de la era en la que internet y las redes sociales amenazan con vulgarizar la difusión del saber? ¿Una amenaza o una oportunidad? Probablemente ambas cosas: de nosotros depende el posicionarnos a favor o en contra.
El intelectual y la vida mundana. Dos universos que chocan en una comedia que transmite alegría de vivir.
ResponderEliminarSaludos.
Tal vez chocan en apariencia, pero se acaban complementando. ¡Un saludo!
Eliminar