lunes, 20 de julio de 2015

Robinson Crusoe (1954)




Director: Luis Buñuel
Méjico, 1954, 90 minutos

Veintiocho años, dos meses y diecinueve días...

Robinson Crusoe (1954) de Luis Buñuel


Una de las películas de Buñuel que casi nunca se mencionan. Quizá por ser un trabajo de encargo, meramente alimenticio y filmado enteramente en inglés. Junto con La joven (1960), este Robinson Crusoe supondría un tímido acercamiento del director español a la industria de Hollywood. Pero lo cierto es que, a pesar de no ser una de sus obras más personales, la huella de don Luis, como la de Viernes en la orilla de la playa, es perfectamente detectable. Ahí van unos cuantos ejemplos.

Cuando el náufrago sueña con su padre, hay un par de momentos en los que lo ve hundir su cabeza en el agua al tiempo que le habla, lo cual no deja de ser una imagen onírica de clara filiación surrealista. 

En otra ocasión, Crusoe se ve obligado a confeccionar un espantapájaros para evitar que las aves echen a perder su cosecha y lo cubre con un vestido de mujer. De pronto, se queda mirándolo, se acerca con cautela y lo roza suavemente con la punta de sus dedos: sin decir ni una sola palabra, el único habitante de la isla ha manifestado el dolor que le produce su soledad, al tiempo que Buñuel introduce un elemento fetichista. Este mismo recurso se volverá a repetir más adelante, en la escena en la que Viernes se pone otro vestido de mujer tomándolo por un atuendo guerrero.

Jaime Fernández en el papel de Viernes

Por último, prueba del carácter subversivo del genio de Calanda es la idea que asalta a Robinson Crusoe  de tender una trampa a los caníbales, consistente en llenar un agujero de pólvora y, cuando estuviesen todos encima curioseando, volarlos cruelmente por los aires. Aunque, avergonzado, enseguida desiste del empeño. Claramente, se trata de una de esas ensoñaciones que, según nos cuenta en sus memorias, acometían a menudo a Buñuel en la vida diaria.

Dan O'Herlihy en el papel de Robinson Crusoe

A propósito de Mi último suspiro, es interesante detenerse en lo que allí dice sobre esta película:

"Poco entusiasmado al principio, empecé a interesarme en la historia durante el transcurso del rodaje [...] Se trataba de una especie de película-cobaya: por primera vez en América, se rodaba en Eastmancolor [...] Por esta película en inglés, producida por Óscar Dancigers y que constituyó un éxito, cobré en total diez mil dólares, suma más bien irrisoria. Pero nunca me han gustado las discusiones financieras, y no tenía agente ni abogado para defenderme. Enterados de mi salario, Georges Pepper y Hugo Butler me ofrecieron el veinte por ciento de su porcentaje sobre los beneficios, pero lo rechacé." (Mi último suspiro, traducción de Ana María de la Fuente, Plaza & Janés, Barcelona, 1982, pp.186-187).

En definitiva, y por uno de esos curiosos azares del destino, Luis Buñuel, quien llevaba fuera de su país desde el final de la guerra civil española, parecía la persona más indicada para dirigir esta historia, pues, a fin de cuentas, un exiliado no deja de ser una especie de náufrago.


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