Título original: Pane, amore e fantasia
Director: Luigi Comencini
Italia, 1953, 93 minutos
¿Es posible que un filme en el que intervenga Vittorio De Sica sea un filme fallido? Evidentemente, no. La apostura, la galanura, pero, sobre todo, la comicidad que se desprende de su forma de actuar como algo natural, en absoluto impostado, hacían de él el intérprete ideal para elevar cualquier película a la categoría de clásico. Si a todo lo dicho le sumamos la presencia de la explosiva Gina Lollobrigida, se comprenderá que el resultado esté forzosamente predestinado a triunfar.
Un caso paradigmático de ello es Pan, amor y fantasía, fórmula de la que queda excluida la miseria, pese a que el contenido del film la acabe mostrando también (aunque idealizada). De hecho ese era y no otro el objetivo: ofrecer una estampa idílica de la vida en una deprimida aldea provinciana (la imaginaria Sagliena), al tiempo que se aprovechaba para enaltecer a los Carabinieri. En suma: una versión edulcorada y rosa del neorrealismo italiano.
Antonio Carotenuto (Vittorio De Sica), mariscal del mencionado cuerpo de seguridad del Estado, se lamenta en un principio de haber ido a parar a tan remoto pueblo de montaña, aunque pronto se aclimatará a las costumbres locales de su nuevo destino: las habladurías de la gente, la superstición más descabellada (como el milagro de las 5000 liras, atribuido a San Antonio) o el ascendente de don Emidio el párroco sobre sus feligreses. Y acabará debatiéndose entre el gracejo de Maria la Bersagliera (Gina Lollobrigida) y el amor de Annarella (Marisa Merlini), la partera del lugar.
En cuanto a los tipos que habitan en Sagliena, los hay sumamente pintorescos, como la vieja sirvienta metomentodo Caramella, que se encargará de llevar chismes de aquí para allá con el objetivo de que acabe floreciendo entre los personajes el amor, elemento principal de la trama junto con el pan (escaso) y la fantasía (esta sí, a raudales).
Antonio Carotenuto (Vittorio De Sica), mariscal del mencionado cuerpo de seguridad del Estado, se lamenta en un principio de haber ido a parar a tan remoto pueblo de montaña, aunque pronto se aclimatará a las costumbres locales de su nuevo destino: las habladurías de la gente, la superstición más descabellada (como el milagro de las 5000 liras, atribuido a San Antonio) o el ascendente de don Emidio el párroco sobre sus feligreses. Y acabará debatiéndose entre el gracejo de Maria la Bersagliera (Gina Lollobrigida) y el amor de Annarella (Marisa Merlini), la partera del lugar.
En cuanto a los tipos que habitan en Sagliena, los hay sumamente pintorescos, como la vieja sirvienta metomentodo Caramella, que se encargará de llevar chismes de aquí para allá con el objetivo de que acabe floreciendo entre los personajes el amor, elemento principal de la trama junto con el pan (escaso) y la fantasía (esta sí, a raudales).
Tanto fue el éxito de semejante trinomio que acabaría convirtiéndose en el primer episodio de una popular tetralogía del cine italiano de posguerra: Pan, amor y celos (1954), al igual que la anterior, de Luigi Comencini, Pan, amor y... (1955) de Dino Risi y Pan, amor y Andalucía (1958), coproducción hispanoitaliana dirigida por el leridano Javier Setó.
La comadrona (Marisa Merlini) y el mariscal Carotenuto (Vittorio De Sica) |
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