domingo, 25 de noviembre de 2018

Mujeres de la noche (1948)




Título original: Yoru no onnatachi
Director: Kenji Mizoguchi
Japón, 1948, 75 minutos

Mujeres de la noche (1948) de Kenji Mizoguchi


Sin duda, algo debe de tener la literatura folletinesca decimonónica cuando tanto atrajo a los realizadores clásicos de las entonces emergentes cinematografías china y japonesa. Hace año y medio ya tuvimos ocasión de comentar el caso de Nuevas mujeres (Xin nü xing, 1935) de Chusheng Cai (1906–1968) en la que una joven promesa de la literatura se veía forzada a comerciar con su cuerpo en el Shanghái anterior a la revolución comunista para sufragar la costosa curación de su hijita moribunda.

No muy distinto es el argumento de Mujeres de la noche, dirigida más de una década después por el hoy venerado Kenji Mizoguchi. Sólo que, en su caso, son los rigores de la posguerra los que obligan a la viuda Fusako (Kinuyo Tanaka) a prostituirse en los suburbios del Barrio Rojo de Osaka. Claro que su hermana Natsuko (Sanae Takasugi) no corre mejor suerte, puesto que ejerce como bailarina en un night-club llamado muy significativamente Hollywood.



A diferencia de la estilización de sus producciones de época, nos hallamos ante un Mizoguchi absolutamente descarnado que ha sabido asimilar el modelo propuesto por el Rossellini de Roma città aperta (1945). Un cine de circunstancias, hecho a pie de calle, en el que pueden aún apreciarse las recientes heridas de un país en ruinas tras la dura derrota infligida por el bando aliado durante la conflagración mundial. Son las mismas  en las que, ya a principios de los cincuenta, se atreverá a profundizar su discípulo Kaneto Shindô (1912–2012) mediante filmes de título tan explícito como Los niños de Hiroshima (1952).

En cualquier caso, y a despecho de la sordidez aquí retratada, conviene no perder de vista que buena parte de los elementos que conforman la feroz crítica social de Mujeres de la noche obedecen a motivaciones meridianamente autobiográficas. Tal es el caso de la sífilis que contrae Natsuko, la misma enfermedad que previamente había hecho enloquecer a la esposa de Mizoguchi, o la venta de la hermana mayor del cineasta como geisha, hechos ambos que pesarían sobre su conciencia hasta degenerar en un verdadero complejo de culpabilidad.


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