domingo, 18 de noviembre de 2018

Yo he visto a la muerte (1967)




Director: José María Forqué
España, 1967, 91 minutos

Yo he visto a la muerte (1967) de Forqué


Un subgénero fílmico hoy de capa caída, pero que la cinematografía patria cultivó con extrema asiduidad fue el de las películas dedicadas a abordar el tema de la tauromaquia. En este blog ya hemos  tenido ocasión de comentar algunas de ellas, si bien aún seguimos descubriendo nuevas muestras de tan peculiar variedad. Como la cinta que nos disponemos a analizar, Yo he visto a la muerte, dirigida en 1967 por José María Forqué y escrita por el también realizador Jaime de Armiñán.

Los cuatro episodios de que consta comparten el denominador común de estar interpretados por antiguas glorias del toreo: Luis Miguel Dominguín como presentador de todos ellos y protagonista, además, del último ("La muerte homenajea a Manuel Rodríguez, 'Manolete'"), toda vez que formaba parte del mismo cartel que el diestro aquella fatídica tarde en la plaza de Linares; Antonio Bienvenida en "De blanco y oro", relato de un torero obsesionado con reponerse y reaparecer tras una grave cornada; Álvaro Domecq hijo en "Espléndida en el campo, en la plaza y en el recuerdo", dedicado a la vieja yegua que hizo honor a su nombre durante toda su vida y que ahora, enferma y desahuciada, afronta sus últimas horas de vida; Andrés Vázquez, por último, narra en "La capea" las peripecias a las que él y otros dos maletillas debieron hacer frente en una improvisada plaza de pueblo cuando apenas eran unos pícaros muertos de hambre.

Antonio Bienvenida desde la barrera

Como se echa de ver enseguida, el guion es de una originalidad inusual. Algo insólito tratándose de un tipo de producción en la que bastaría con el nombre de sus intérpretes para atraer al público a las salas comerciales. Se conoce que el tándem Forqué-de Armiñán, con la ayuda inestimable de Cecilio Paniagua en su siempre excelente labor como director de fotografía, quisieron ir más allá de la típica película de toreros dándole a la suya un enfoque más personal, que va desde la hábil recreación histórica en el cuarto y último episodio (planteado como atracción de feria con figuras de cera que representan a Manolete e insertos de imágenes de archivo) hasta el costumbrismo realista de "La capea" o la introspección psicológica en "De blanco y oro", pasando por la emotividad de "Espléndida...".

De un extraño y trágico patetismo (pese a que el chirriante doblaje de los actores le reste algo de fuerza), Yo he visto a la muerte entronca, por lo insólito de su planteamiento, con un filme diez años anterior: Los clarines del miedo (1958) de Antonio Román. Ambos se parecen porque, huyendo del retrato heroico del matador aclamado por la concurrencia, no dudan en mostrar abiertamente los temores de unos hombres dispuestos a jugarse la vida en el ruedo. A Bienvenida lo increpan desde la grada; Domecq llora como un niño ante el agónico ocaso de la que fuese heroína de su infancia; Vázquez y los suyos emulan a Lázaro de Tormes para robar un queso y saciar su apetito; Dominguín, finalmente, rememora el episodio más doloroso de su carrera, del que se siente superviviente desconsolado e incluso culpable, para honrar la memoria de su amigo y maestro.

Luis Miguel Dominguín rememorando a Manolete

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