martes, 20 de noviembre de 2018

De tal padre, tal hijo (2013)




Título original: Soshite chichi ni naru
Director: Hirokazu Koreeda
Japón, 2013, 121 minutos

De tal padre, tal hijo (2013) de Hirokazu Koreeda


Es curioso hasta qué punto la institución familiar supone un tema recurrente que el cine japonés ha abordado en no pocas ocasiones. Probablemente, cabría pensar, porque el desmesurado crecimiento económico del gigante asiático, a lo largo de los últimos cien años, ha sido de tal magnitud que sus estructuras sociales por fuerza han debido verse profundamente transformadas. Así pues, y ya desde Ozu, la filmografía nipona ofrece una amplia gama de familias de toda condición y ralea hasta llegar a esta enésima relectura de dicho concepto que representan las películas del aclamado Hirokazu Koreeda.

En De tal padre, tal hijo —y con el "Aria" de las Variaciones Goldberg de Bach sonando como telón de fondo— el director parte de una trama típicamente folletinesca (dos niños, pertenecientes a clases sociales diametralmente antagónicas, son intercambiados al nacer) para, a continuación, atreverse a cuestionar si los lazos de sangre son más fuertes que la mera convivencia. Planteamiento no exento de polémica en el que, por cierto, vuelve a insistir en la reciente Un asunto de familia (2018).



Ryota (Masaharu Fukuyama) es el típico ejecutivo adicto al trabajo, hasta el extremo de invertir todo su tiempo en los diferentes proyectos que supervisa. Los Saiki, en cambio, son mucho más modestos en la forma de vida que llevan, pero juegan con sus hijos a diario. Disparidad de criterios que se pone de manifiesto cuando, en el transcurso de una conversación, el primero se justifica diciendo: "Hay cosas en mi trabajo que sólo puedo hacer yo". A lo que el humilde Yudai (Lily Franky) replica tajante: "Ya: pero tampoco puede nadie hacer de padre por usted...". Sabia reflexión que, por desgracia, podría hacerse extensible a tantísimos hogares del primer mundo.

Los niños —cuyo tratamiento recuerda, en cierta manera, el enfoque de la infancia que el mencionado Ozu llevaba a cabo en la entrañable Buenos días (1959)— acogerán con recelo la decisión de irse a vivir con sus respectivas familias biológicas. Cautela que no hace más que poner de manifiesto la necedad de los adultos, sobre todo en el caso del vanidoso Ryota, quien, inconscientemente, está repitiendo con el pequeño Keita los mismos errores que su padre (un hombre arrogante y sin amigos) ya había cometido con él.


No hay comentarios:

Publicar un comentario