viernes, 9 de noviembre de 2018

Senderos de gloria (1957)




Título original: Paths of Glory
Director: Stanley Kubrick
EE.UU., 1957, 88 minutos

Senderos de gloria (1957) de Stanley Kubrick


En vísperas del centenario del armisticio que puso fin a la Gran Guerra y coincidiendo con esa maravilla de exposición dedicada al mito Kubrick que podrá verse en Barcelona hasta finales del mes de marzo, resulta más oportuno que nunca revisar la fabulosa Senderos de gloria, monumento antimilitarista por antonomasia (que sería censurado, cuando no directamente prohibido, en no pocos lugares del mundo, incluida la Francia republicana), la trascendencia del cual sobrepasa ampliamente el marco cinematográfico hasta el punto de que su visionado debería ser de obligado cumplimiento en todos los centros educativos del planeta.

Pocas veces un filme ha logrado recrear con semejante grado de penetración los entresijos de la barbarie que todo conflicto bélico implica, aunque cabe suponer que Kubrick debió de tener en mente dos ilustres ejemplos que le precedieron en la noble tarea de inocular el germen pacifista en nuestras retinas: Sin novedad en el frente (1930) de Lewis Milestone y ¡Armas al hombro! (1918) de Chaplin, autor también de El gran dictador (1940), título no menos relevante a la hora de mostrar cuán ridículo puede llegar a ser el estamento militar en su forma de concebir la realidad y cuyo corrosivo sentido del humor coincide bastante con el de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964).



Como productor y protagonista de la cinta, Kirk Douglas ejercería un papel decisivo no sólo para que este proyecto saliese adelante, sino en la posterior trayectoria profesional de Stanley Kubrick, toda vez que el actor pensó en él cuando, harto de la inoperancia de Anthony Mann durante los primeros días de rodaje de Espartaco (1960), lo contrataría para que continuase la película.

Y poco más podemos añadir sobre Paths of Glory que no sea ya mostrado abiertamente por sus imágenes, desde el talante obtuso de los generales durante el tenso consejo de guerra —que prefigura, por cierto, la intolerancia del sargento Hartman en La chaqueta metálica (1987)— hasta la conmovedora escena final en la que una jovencísima Christiane Harlan (apellido de soltera de quien, meses después y a lo largo de más de cuarenta años, se iba a convertir en la señora Kubrick) hace enmudecer a todo un auditorio de curtidos veteranos con el único auxilio de su candorosa voz cantando «Der Treue Husar».


2 comentarios:

  1. Un algato durísimo, una obra maestra.

    Un abrazo.

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    1. Y que en España no se estrenó hasta 1986, lo cual dice también mucho de nuestra historia reciente (incluido el periodo democrático...)

      Gracias por tu comentario y hasta pronto.

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