martes, 27 de agosto de 2019

Nadie oyó gritar (1973)




Director: Eloy de la Iglesia
España, 1973, 89 minutos

Nadie oyó gritar (1973) de Eloy de la Iglesia


Arranca la acción en Londres, con una Carmen Sevilla que ya sobrepasa los cuarenta, pero que mantiene intacto su atractivo. Tras despedirse en inglés del chófer, se adentra por la maraña de tiendas de Piccadilly Circus como una turista más. Sin embargo, la bella Elisa no ha viajado hasta allí por placer, sino porque tiene un amante/cliente, mucho mayor que ella, que le financia su alto tren de vida... Y, lo que son las cosas: en España, es la mujer la que mantiene a un muchacho veinte años más joven que se hace pasar por su sobrino. Curioso e impúdico modus vivendi que, no obstante, se verá alterado de forma drástica cuando Elisa sea testigo accidental de un crimen en el rellano de su apartamento de Madrid.

Nadie oyó gritar es otro de esos artefactos perversamente delineados por el siempre transgresor Eloy de la Iglesia junto con otros títulos de su filmografía como El techo de cristal (1971) o La semana del asesino (1972). De hecho, la pareja protagonista de este thriller vagamente hitchcockiano —la ya mencionada Carmen Sevilla y Vicente Parra— habían encabezado el reparto de aquellas otras dos películas, respectivamente.

La llama de la pasión se interpone entre Miguel y Elisa


Por lo sangriento y escabroso de su trama, el filme ha sido a menudo comparado con los gialli italianos, si bien aquí la ficción detectivesca se limita a un torpe reconocimiento policial con motivo de un accidente de tráfico y a la posterior visita del juez de guardia, lo cual genera una morbosidad considerable en el espectador, que sabe que Miguel (Vicente Parra) y Elisa llevan un cadáver en el maletero. Es, precisamente, esa ausencia de "castigo" lo que confiere a Nadie oyó gritar la amoralidad tan característica, por otra parte, del cine de Eloy de la Iglesia.

También, aunque en mucha menor medida, se apunta tímidamente el elemento político (otra de las constantes en la carrera del cineasta) cuando Miguel le confiesa a Elisa que es escritor y que antes "quería ciertas ideas por las que luchaba, por las que me arriesgaba. Pero en las librerías jamás se vendió un libro mío y aquellos compañeros y aquellas ideas siguen en silencio..." La censura no hubiera permitido una alusión más explícita a la antigua militancia comunista del personaje, por lo que queda un poco en el aire cuáles son las verdaderas motivaciones de la insatisfacción que lo atenaza. Una ambigüedad que está igualmente presente en el caso de Elisa y de esa especie de síndrome de Estocolmo que acabará desarrollando respecto a su "raptor".

Un espectacular giro de guion le deja a Elisa esta cara de sorpresa

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