jueves, 1 de agosto de 2019

Vidocq: El mito (2001)




Título original: Vidocq
Director: Pitof
Francia, 2001, 98 minutos

Vidocq: El mito (2001) de Pitof


Con una estética más cercana a la del cómic o incluso a la de los videojuegos, Vidocq fue la gran vencedora en la trigésimo cuarta edición del Festival de Sitges al serle adjudicados hasta cinco galardones, incluido el premio a la mejor película. Su director, Pitof, cuyo nombre real es Jean-Christophe Comar, se había labrado previamente una espléndida reputación como responsable de los efectos especiales de los filmes de su compatriota Jean-Pierre Jeunet y a buena fe que ése es también el punto fuerte en una cinta que supuso su debut como cineasta.

Deliberadamente fantasiosa y tenebrista, posee un ritmo trepidante en el que la acción se antepone en todo momento al rigor histórico, si bien es cierto que, merced a la informática, la ciudad de París aparece recreada tal y como era en 1830. Es en dicho contexto, maloliente y prerrevolucionario, en el que se mueve el investigador François-Eugène Vidocq (1775–1857), personaje real de agitada existencia al que el cine ha recurrido en no pocas ocasiones. De hecho, el punto de arranque en esta versión nos sitúa en el momento de su muerte, justo cuando toda la ciudad lamenta su desaparición y el bisoño Étienne Boisset (Guillaume Canet) pretende escribir su biografía.



Gérard Depardieu interpreta al criminalista —que fue cocinero antes que fraile y maleante antes que agente de la ley— en los últimos días de su carrera, cuando debe enfrentarse a la amenaza de un extraño e inquietante personaje, medio asesino en serie y medio alquimista, que esconde su rostro tras una máscara de cristal, dando lugar a una insólita mezcla en la que lo policíaco se combina con el terror y la ciencia ficción.

Por otra parte, son varias las citas cinéfilas que pueden rastrearse a lo largo de la trama, desde el modus operandi del homicida, que recuerda al empleado por John Doe en Seven (1995), hasta su apariencia a lo Darth Vader. Y lo mismo podría decirse de la banda sonora de Bruno Coulais, que, en determinados momentos, por ejemplo en la secuencia inicial, se asemeja bastante a la partitura que el polaco Wojciech Kilar compusiera para el Drácula (1992) de Coppola.



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