Director: Jonás Trueba
España, 2019, 125 minutos
La virgen de agosto (2019) de Jonás Trueba |
Siempre es una alegría comentar las películas de Jonás Trueba, ese tipo simpático que rueda como quien respira, sin importarle gran cosa ni el qué ni el cómo, sino, lo que es mucho más importante en cine: los estados de ánimo. Fiel a esta premisa, que bien podrían avalar grandes directores de ayer y de hoy, desde el Rohmer de Cuento de verano (1996) hasta el Hong Sang-soo de La cámara de Claire (2017), La virgen de agosto se nos presenta repleta de giros y de guiños que se inscriben en la tradición del mejor cine de autor.
De momento (la película se estrenó el pasado 15 de agosto, coincidiendo con la festividad que le da título), la mayoría de críticas y reseñas están obviando un detalle que, quizá por evidente, podría pasar por alto. Y es la simbología de los nombres y de las fechas en una historia que a lo mejor es menos cotidiana de lo que parece. Así, por ejemplo, la protagonista se llama Eva (Itsaso Arana), está a punto de cumplir la edad de Cristo y, por lo que se deduce del desenlace, es ella, y no la que está en los altares, la verdadera "virgen de agosto".
También hay algunos enclaves de su periplo estival particularmente significativos, como la visita al Museo Arqueológico Nacional donde se encuentran la Dama de Elche y la Dama oferente del Cerro de los Santos, sacerdotisas o diosas ambas y, por ahí, equivalente de lo que la Virgen representa en la cultura cristiana. Por si fuera poco, Eva se someterá a un rito chamánico de estar por casa y el que tal vez llegue a convertirse en su pareja (y al que confunde con un suicida) responde al peculiar nombre de Agos (Vito Sanz), hipocorístico de Agostino.
Y todo esto para llevar a cabo lo que a Jonás Trueba mejor se le da, que es el retrato generacional de unos jóvenes que aspiran a "hacerse una persona de verdad" o que simplemente se conformarían con que, en el caso de las mujeres, la maternidad o la menstruación dejasen de suponer una traba que lastra su existencia. Homenaje a la geografía urbana y, sobre todo, humana, de un Madrid languideciente y a ratos fantasmal en el que, sin embargo, la vida continúa a pesar del parón veraniego.
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