Director: Miguel Littín
Chile, 1969, 89 minutos
El Chacal de Nahueltoro (1969) de Miguel Littín |
Mítico es un adjetivo que se queda corto a la hora de indicar la importancia que tuvo El Chacal de Nahueltoro, hace justo medio siglo, dentro del entonces emergente Nuevo Cine Chileno. Sobre todo porque la historia que relata, con un estilo deliberadamente documental, estaba basada en un caso verídico que conmocionó a la opinión pública del país andino: el brutal asesinato de una mujer y sus cinco hijos a manos de un individuo, tosco y primario, llamado José del Carmen Valenzuela Torres.
De nada sirvió que el "buen hombre" aprovechara el tiempo de reclusión para instruirse y aprender un oficio ni que se elevasen peticiones de indulto al entonces presidente, Jorge Alessandri: después de pasar treinta y dos meses encarcelado en la prisión de Chillán, sería sentenciado a muerte y, acto seguido, mandado fusilar por un pelotón de la Gendarmería el 30 de abril de 1963.
Valiéndose del Festival de Cine de Viña del Mar como plataforma, Littín pretendía denunciar, en clave determinista, las consecuencias del analfabetismo y de la sordidez del ambiente sobre un tipo predestinado a ser un criminal porque jamás recibió «enducación de naiden» [sic]. Aunque, más allá de la polémica suscitada por la película, lo cierto es que el filme favoreció que la figura del Chacal se beneficiase de una cierta adoración popular, que incluye hasta peregrinaciones a su sepultura cada primero de noviembre.
Curiosamente, el cine español también ha abordado el tema de la pena de muerte desde posiciones muy similares a las de El Chacal de Nahueltoro. Lo había hecho en 1963 con la ya clásica El verdugo, de Luis García Berlanga. Y volvería a incidir, a finales del franquismo, con el documental Queridísimos verdugos (1977) de Basilio Martín Patino. Asimismo, por el tratamiento, entre crítico y tremendista, del asunto, conecta también de pleno con otros dos filmes protagonizados por homicidas: El asesino de Pedralbes (1979), de Gonzalo Herralde, y la más reciente Arropiero, el vagabundo de la muerte (2008), de Carles Balagué. Títulos, todos ellos, que, como No matarás (1988), del polaco Kieślowski, abundan en la idea de que la pena capital no es más que un atroz rito de muerte tan cruel como inútil.
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