sábado, 25 de febrero de 2017

Otra vuelta de tuerca (1985)




Director: Eloy de la Iglesia
España, 1985, 113 minutos



Habíamos escuchado la historia sentados alrededor del fuego y casi sin respirar, pero, aparte decir que era horripilante, como debiera serlo un cuento extraño, contado en una casa vieja la víspera de Navidad, no recuerdo que se hiciera ningún otro comentario hasta que a alguien se le ocurrió decir que era el único caso que conocía en que un castigo como ése hubiera ido a caer sobre un niño.

Henry James
The turn of the screw
(Traducción de Soledad Silió)

Para quienes asocien el nombre de Eloy de la Iglesia únicamente con historias de quinquis drogadictos, tipo Colegas o El pico, o incluso con títulos de un realismo rayano en la violencia exacerbada, como La semana del asesino o La estanquera de Vallecas, a buen seguro quedarán sorprendidos si no tenían constancia de su versión del clásico de Henry James. Porque Otra vuelta de tuerca destaca por una cuidadísima dirección artística así como por la contención de su puesta en escena.



Tiene, además, la particularidad de que adapta el universo victoriano y gótico de la novela original al paisaje vasco, con lo que el pequeño Miles pasa a ser el adolescente Mikel (Asier Hernández), Mrs. Grose es el ama de llaves Antonia (Queta Claver) y Miss Giddens la institutriz será ahora un hombre, el joven maestro Roberto (Pedro Mari Sánchez), antiguo seminarista de origen humilde que, tras colgar los hábitos y ser contratado por el Conde de Etxeberría (Luis Iriondo) para que se haga cargo de la educación de sus sobrinos, deberá enfrentarse a los angustiosos espectros que alberga la elegante mansión familiar en la costa: la Villa de los Leones.

Viéndola, es fácil que a uno le vengan enseguida a la mente películas como Los otros (también rodada a orillas del Cantábrico a partir de un guion en teoría del propio Amenábar, pero claramente inspirado en el relato de Henry James) o Suspense (The Innocents, 1961) de Jack Clayton, ésta sí adaptación oficiosa, llevada a cabo por, entre otros guionistas, Truman Capote.



Pero, a pesar de todo, y aun tratándose de un clásico de la literatura universal, la fuerte personalidad de Eloy de la Iglesia se sigue palpando en el ambiente como acontece en el resto de su filmografía: lo mismo en la atracción malsana entre hermanos que en las dudas que atormentan a Roberto, sería perfectamente posible reconocer un estilo, una similar caligrafía a la presente en filmes de temática teóricamente distinta como El diputado, en definitiva, la marca de fábrica de un autor tan intenso como autodestructivo.


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