martes, 14 de febrero de 2017

La posesión (1981)




Título original: Possession
Director: Andrzej Zulawski
Francia, Alemania, 124 minutos

La posesión (1981) de Andrzej Zulawski


Arrebatada y violenta, excesiva y escatológica: ¿a quién puede dejar indiferente una película como La posesión? Porque otros cineastas han explorado terrenos similares, ciertamente. Estamos pensando en títulos como Saló o los 120 días de Sodoma (1975) de Pasolini o El séptimo continente (1989) de Michael Haneke o incluso Crash (1996) de Cronenberg, Cabeza borradora (1977) de Lynch o Fascinación (1976) de Brian de Palma. Pero ninguno ha llegado tan lejos como el polaco Zulawski. Y, si no, que se lo pregunten a Isabelle Adjani, quien necesitó varios años para recuperarse de las secuelas (físicas y mentales) que le acarreó el rodaje.

Pero, ¿qué hay detrás de semejante barroquismo gore? Pues, de entrada, una ruptura sentimental similar a la que padece el protagonista masculino (Sam Neill) y que dejó al director al borde del colapso. Y, en segundo lugar, una clara actitud de desquite con respecto a las limitaciones que Andrzej Zulawski debió padecer bajo la dictadura comunista antes de instalarse definitivamente en Francia. De lo uno y de lo otro resulta este engendro fílmico, encarnado en la película por ese monstruoso ser tentacular que lo mismo fagocita a las víctimas inmoladas por Anna que copula salvajemente con ella.

¿Qué habrá dentro del frigorífico?

De modo que dos vendrían a ser los temas principales en Possession: por una parte los atropellos del poder político (la elección de Berlín para situar la historia no es baladí, como lo atestigua la omnipresencia del muro) y, por otra, la figura del doble, entendido como presencia inquietante y alienante dispuesta a suplantar a toda costa nuestra verdadera identidad.

En todo caso, y sin que ello sirva de justificación, cabría tener en cuenta que, casi con total certeza, el realizador concibió su película como ajuste de cuentas, tal vez contra el mundo, quizá contra su propio destino. Por lo que cada espectador que se incomoda en su butaca, cada persona que desvía los ojos de la pantalla, todos y cada uno de los que abandonan la sala asqueados a mitad de proyección no están sino corroborando que el engranaje ideado por Zulawski funciona según lo previsto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario