Director: Jim Jarmusch
EE.UU./Francia/Alemania, 2016, 118 minutos
Comfortably Numb
Paterson (2016) de Jim Jarmusch |
The past above, the future below
and the present pouring down: the roar,
the roar of the present, a speech-
is, of necessity, my sole concern.
I would say poetry is language charged with emotion. It's words, rhythmically organized... A poem is a complete little universe. It exists separately. Any poem that has any worth expresses the whole life of the poet. It gives a view of what the poet is.
William Carlos Williams
Hay, en apariencia, tan pocas sorpresas en su horizonte vital que incluso hombre y ciudad comparten el mismo nombre anodino. Y, sin embargo, es la poesía la que preside la anterior retahíla de hábitos: versos de cosecha propia, inspirados en los del vate local William Carlos Williams (1883-1963) y que el conductor anota concienzudamente en un cuaderno secreto. Laura, mucho más creativa que él, lo anima continuamente a que intente publicarlos, a lo que Paterson reacciona con la misma apatía de siempre.
Jarmusch ha vuelto a hacerlo: en la vigésima entrega de su filmografía incide de nuevo en ese afán mitómano, tan característico de su estilo, que le lleva a citar todo lo que admira para crear historias de lo más ecléctico. Si en Flores rotas era la música del etíope Mulatu Astatke o en Dead Man la de Neil Young, ahora le ha dado por un poeta vinculado al imagismo (aunque los versos incluidos en la película son, en realidad, obra de Ron Padgett). Como hacían los vampiros de Only Lovers Left Alive, coleccionistas voraces de exquisitas piezas de arte, el bueno de Doc (Barry Shabaka Henley) colgará tras la barra de su bar todos los recortes de prensa que hagan referencia a la pequeña localidad de Nueva Jersey en la que transcurre la acción, incluida una antigua actuación de Iggy Pop (cantante de los Stooges, el grupo al que Jarmusch acaba de dedicar su documental Gimme Danger).
Ver cómo los versos de Paterson quedan sobreimpresos en pantalla al mismo tiempo que van brotando de la imaginación del conductor es un hermoso recurso que trata de captar en imágenes qué es la inspiración, venga de dónde venga: ya sea de una caja de cerillas o de una niña, también aficionada a la poesía, que espera en un callejón a que la recoja su madre. La belleza, nos dice el director, se encuentra en los pequeños detalles, agazapada en los pliegues de una realidad insípida, "esperando la mano que sabe arrancarla..."
Jarmusch ha vuelto a hacerlo: en la vigésima entrega de su filmografía incide de nuevo en ese afán mitómano, tan característico de su estilo, que le lleva a citar todo lo que admira para crear historias de lo más ecléctico. Si en Flores rotas era la música del etíope Mulatu Astatke o en Dead Man la de Neil Young, ahora le ha dado por un poeta vinculado al imagismo (aunque los versos incluidos en la película son, en realidad, obra de Ron Padgett). Como hacían los vampiros de Only Lovers Left Alive, coleccionistas voraces de exquisitas piezas de arte, el bueno de Doc (Barry Shabaka Henley) colgará tras la barra de su bar todos los recortes de prensa que hagan referencia a la pequeña localidad de Nueva Jersey en la que transcurre la acción, incluida una antigua actuación de Iggy Pop (cantante de los Stooges, el grupo al que Jarmusch acaba de dedicar su documental Gimme Danger).
Ver cómo los versos de Paterson quedan sobreimpresos en pantalla al mismo tiempo que van brotando de la imaginación del conductor es un hermoso recurso que trata de captar en imágenes qué es la inspiración, venga de dónde venga: ya sea de una caja de cerillas o de una niña, también aficionada a la poesía, que espera en un callejón a que la recoja su madre. La belleza, nos dice el director, se encuentra en los pequeños detalles, agazapada en los pliegues de una realidad insípida, "esperando la mano que sabe arrancarla..."
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