Título en español: Yo, un negro
Director: Jean Rouch
Francia, 1958, 73 minutos
Moi, un noir (1958) de Jean Rouch |
Al francés Jean Rouch (1917–2004) se le suele atribuir la doble paternidad del Cinéma vérité y del cine etnológico moderno. En el año de su centenario, la Filmoteca de Catalunya le dedica estos días un ciclo en el que está previsto revisar algunas de las principales aportaciones que llevó a cabo como realizador.
Presentando la sesión de hoy, el antropólogo Roger Canals ha contextualizado con bastante precisión tanto a Rouch como a su obra: "Para Jean Rouch el Cinéma vérité no era el cine de la verdad, sino la verdad del cine..." Aforismo certero y conciso que condensa buena parte de sus presupuestos estéticos. En ese sentido, Moi, un noir adquiere relevancia de manifiesto: con sus palabras iniciales, acotando quién es y qué área geográfica se dispone a analizar (Treichville: un determinado barrio de Abiyán, la entonces capital de Costa de Marfil) y dando, al mismo tiempo, la voz a los individuos cuya vida será objeto de análisis, Rouch huye de cualquier atisbo de miserabilismo para plasmar en imágenes la alegría de vivir por parte de unos hombres y mujeres que dejaron atrás su Nigeria natal para buscarse el sustento en tierra extraña.
La fotografía en color, los cánticos del terruño, las gentes bailando y tomando cerveza en las fiestas populares... O las ceremonias religiosas, lo mismo en un templo católico que en una mezquita. Todas las escenas cotidianas que capta la cámara de Rouch se rebelan como una exaltación de la multitud enfervorecida, la prueba fehaciente de lo que significa ser negro en el África colonial de finales de los cincuenta (o, por lo menos, una aproximación).
Otra lectura, sin embargo, es posible: la del africano que es un extraño en otro país africano; la de quien opta por cambiar su nombre por el de un célebre actor de Hollywood, ya sea Tarzán, Eddy Constantine, Dorothy Lamour o Edward G. Robinson, en una curiosa aculturación aparentemente simpática, pero que encierra la cifra exacta de sus sueños y frustraciones. Premio Louis Delluc 1958, es en esa crítica encubierta bajo el optimismo aparente donde reside la maestría de Jean Rouch.
Presentando la sesión de hoy, el antropólogo Roger Canals ha contextualizado con bastante precisión tanto a Rouch como a su obra: "Para Jean Rouch el Cinéma vérité no era el cine de la verdad, sino la verdad del cine..." Aforismo certero y conciso que condensa buena parte de sus presupuestos estéticos. En ese sentido, Moi, un noir adquiere relevancia de manifiesto: con sus palabras iniciales, acotando quién es y qué área geográfica se dispone a analizar (Treichville: un determinado barrio de Abiyán, la entonces capital de Costa de Marfil) y dando, al mismo tiempo, la voz a los individuos cuya vida será objeto de análisis, Rouch huye de cualquier atisbo de miserabilismo para plasmar en imágenes la alegría de vivir por parte de unos hombres y mujeres que dejaron atrás su Nigeria natal para buscarse el sustento en tierra extraña.
La fotografía en color, los cánticos del terruño, las gentes bailando y tomando cerveza en las fiestas populares... O las ceremonias religiosas, lo mismo en un templo católico que en una mezquita. Todas las escenas cotidianas que capta la cámara de Rouch se rebelan como una exaltación de la multitud enfervorecida, la prueba fehaciente de lo que significa ser negro en el África colonial de finales de los cincuenta (o, por lo menos, una aproximación).
Otra lectura, sin embargo, es posible: la del africano que es un extraño en otro país africano; la de quien opta por cambiar su nombre por el de un célebre actor de Hollywood, ya sea Tarzán, Eddy Constantine, Dorothy Lamour o Edward G. Robinson, en una curiosa aculturación aparentemente simpática, pero que encierra la cifra exacta de sus sueños y frustraciones. Premio Louis Delluc 1958, es en esa crítica encubierta bajo el optimismo aparente donde reside la maestría de Jean Rouch.
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