martes, 28 de febrero de 2017

Manderley (1981)




Director: Jesús Garay
España, 1981, 114 minutos

"Anoche soñé que volvía a Manderley..."

Manderley (1981) de Jesús Garay


¿Película de culto o filme oculto? Con este juego de palabras, en clara alusión a su accidentada carrera comercial y a lo complicado que es poderla ver hoy en día, presentaba esta tarde Jesús Garay, en la Filmoteca de Catalunya, el que fuera su debut como director cinematográfico. Realmente, ni es una película fácil ni el paso del tiempo la ha tratado con piedad. De hecho, Garay se ha valido de otro retruécano para expresar hasta qué punto le cuesta identificarse con ella: el ADN sería ya el de otro, aunque su DNI coincide con el de la persona que la filmó.

Fruto de la fantasía delirante que supuso la Transición, Manderley fue una cinta underground a propósito de lo polimorfo perverso: un intento de disertación sobre el deseo sin límites, tanto en horizontal como en vertical, en un escenario en el que se han abolido los géneros. O lo que vendría a ser lo mismo: transgresión en pleno choque con la realidad, seguida de la enorme frustración que forzosamente ello conlleva. En este sentido, sus tres protagonistas se sienten atrapados en un cuerpo que no les corresponde y en una sociedad en la que tampoco encajan.

Las anécdotas que rodearon el rodaje fueron múltiples y peliagudas. De entrada porque, a punto de comenzarlo, uno de los actores inicialmente previstos se echó atrás, por lo que hubo de ser sustituido por Joan Ferrer. A lo que habría que sumar el temor de Garay a que otro de los dos restantes fuese retenido por su familia, por lo que cada mañana oteaba el horizonte preocupado hasta verlo aparecer. Y, por si fuera poco, la Guardia Civil se plantó en Santander exigiendo el permiso de rodaje, algo que, afortunadamente, por aquel entonces había dejado de ser obligatorio.

Paula (Quique Rada) interpretando su peculiar versión de "Aline"

Confiesa Garay que si lograron rodar en el Palacio de la Magdalena fue gracias a que tenía un amigo concejal en el ayuntamiento. Lo cual le vino muy bien para reconducir la historia que quería contar hacia el universo imaginado en Rebeca por Daphne du Maurier, ya que, de hecho, Quique Rada pretendía originariamente hacer de reina de Inglaterra... De modo que el estilo arquitectónico del edificio, a medio camino entre casona cántabra y mansión de los Tudor, resultaba idóneo para recrear ese psiquiátrico fantasmagórico junto a los abruptos acantilados del cantábrico que trascendía lo que en la adaptación de Hitchcock era apenas una mala maqueta.

En cuanto a los momentos álgidos del filme, destacan especialmente dos por su intensidad dramática: en uno podemos ver a Ocaña recitando la "Elegía a Ramón Sijé" de Miguel Hernández, cuyos versos han quedado tan asociados a Serrat que, en la voz del sevillano, parecen renacer con renovado ímpetu. El otro tiene como protagonista al rapsoda Pío Muriedas (1903-1992), quien declama un fragmento de "New York (oficina y denuncia)" de García Lorca.

La película participó en algunos festivales. En Rotterdam coincidió con la primera de Jarmusch (Permanent vacation) y en San Sebastián con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (la ópera prima de Almodóvar). De modo que, en ambas ocasiones, Manderley quedó eclipsada. Por otra parte, aquí fue calificada como S, por lo que su exhibición quedó limitada a salas X, inicio del calvario que prácticamente la ha condenado, desde entonces, a la invisibilidad.


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