Director: Rafael Gil
España, 1954, 101 minutos
Independientemente de lo panfletaria que pueda ser Murió hace quince años (y lo es mucho), lo de veras interesante en el caso de un alegato anticomunista como éste sería analizar la imagen que muestra de quienes eran considerados el enemigo ideológico por antonomasia durante el franquismo: esos gélidos comunistas tan serios, tan antipáticos, tan malas personas, que seguramente escondían un par de cuernos bajo el sombrero y una cola de diablo en el interior de sus gabardinas.
El mismo hecho histórico que varias décadas después serviría de inspiración a Jaime Camino para rodar su documental Los niños de Rusia (2001) daba pie en las manos de Rafael Gil a una inquietante producción protagonizada por Paco Rabal, cuya atmósfera opresiva y mayoritariamente nocturna se veía acentuada por la turbadora banda sonora de Cristóbal Halffter.
Ni que decir tiene que para que el filme cumpliera con su finalidad propagandística el joven bolchevique de regreso a su patria debía ser un peligroso agitador filoterrorista, mal hijo y peor camarada. En oposición a la amantísima familia que aquí lo acoge con los brazos abiertos y hacia la que actuará como un auténtico descastado. Todo blanco o todo negro: y no nos estamos refiriendo a las imágenes de la película sino a su maniqueísmo sin paliativos.
Pero ¿qué milagros no sería capaz de obrar el cariño de un padre (Rafael Rivelles) o de una medio prima enamoradiza (la italiana Lyla Rocco) o esa sopa tan rica que les sirve la criada? De modo que, a pesar de lo traicionero que en un principio les había salido el muchacho, llegará el momento de la redención y el arrepentimiento, con lágrimas, abrazos y mil perdones, como si, más que una ideología, estuviese abjurando de una herejía y abrazando una nueva fe.
La tentación bolchevique intentando embaucar a Diego |
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