jueves, 5 de enero de 2017

Stico (1985)




Director: Jaime de Armiñán
España, 1985, 106 minutos



¿Sabes por qué me dices todo eso? Te gustan las gallinas, los perros, los pájaros, pero no te contestan si les hablas. Te gustan los hombres y las mujeres, pero a veces te contradicen. Yo tengo de perro y de hombre. Siempre estaré de acuerdo contigo. Y apoyaré tus decisiones. Dime que me mate y me mataré. Dime que queme esta granja y la quemo. Dime que me acueste contigo y haré lo posible por no defraudarte. Dime que conserve un secreto y lo conservaré.

El punto de partida de Stico es tan sugestivo como perturbador: acuciado por necesidades económicas, don Leopoldo Contreras de Tejada (Fernando Fernán Gómez), insigne catedrático y hombre ya entrado en años, se ofrece como esclavo a un antiguo alumno suyo (Agustín González). Tras algunos titubeos, los Bárcena acabarán aceptando, pero ello sólo será el principio de sus problemas. En el entorno familiar habrá reacciones de todo tipo: desde el rechazo y los celos de una parte del servicio (Amparo Baró, Manuel Zarzo) hasta las bromas pesadas de los niños o la compasión de la pequeña Atocha (Bárbara Escamilla).



Más allá de la mera anécdota, Stico debe ser entendida como una parábola acerca de las fuerzas que constriñen la libertad del individuo en el seno de las sociedades modernas. De ahí que, ante la dificultad, lo más cómodo sea optar por delegar nuestro albedrío en la voluntad de otro. Quizá por ello don Leopoldo afirme que "en Roma algunos esclavos vivían mejor que sus amos. Y sin ninguna responsabilidad". El propio Aristóteles, sin ir más lejos, los definía como "instrumentos vivos", con lo que daba a entender que su propiedad era necesaria para la subsistencia.

Lo curioso del caso es que, conforme avance la acción, se irá haciendo evidente que en muchas ocasiones parece que sea la familia Bárcena la que sea esclava de don Leopardo o Stico, como le llaman despectivamente. En ese sentido, el guion coescrito por Jaime de Armiñán y Fernando Fernán Gómez recuerda, en cierta manera, a la gradual inversión de papeles que se describía en El sirviente (The Servant, 1963) de Joseph Losey.


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