jueves, 19 de enero de 2017

Le monde vivant (2003)




Título en español: El mundo vivo
Director: Eugène Green
Francia/Bélgica, 2003, 75 minutos

Le monde vivant (2003) de Eugène Green


De nuevo Eugène Green y de nuevo producido por los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. En la presentación y posterior coloquio de esta tarde en la Filmoteca de Catalunya, el cineasta ha vuelto a insistir en algunas de las premisas que ya apuntara ayer, como esa obsesión, rayana en lo enfermizo, de declararse oriundo de Barbaria y no de Estados Unidos. Hasta tal punto llega su fijación que prefiere hablar de noche bárbara en lugar de usar el término noche americana (técnica utilizada para simular una ambientación nocturna en una escena rodada a la luz del día). Quizá llevado por la misma tirria, al preguntarle una espectadora a propósito de cuáles son los cineastas vivos que más le interesan, se enfrasca en una lista interminable que incluye a directores de todo el mundo (entre ellos los españoles José Luis Guerín y Oliver Laxe), pero a ningún estadounidense. ¿Significa tal omisión que Jim Jarmusch, por citar un ejemplo incontournable, es para Green otro bárbaro? Bueno... Sentido del humor no le falta al hombre, como ya quedó patente en nuestra anterior entrada.

En el terreno estrictamente cinematográfico, Le monde vivant ya mostraba algunos de los procedimientos habituales en la posterior filmografía de Green (recitado del texto mirando a cámara, largos silencios, predominio de lo espiritual por encima de la material y, por ende, de la parole por encima de los mots...), sólo que en esta ocasión sus referentes son más medievales que barrocos. Así pues, la acción, aunque actual, se sitúa en los dominios de un ogro vociferante que ha secuestrado a un par de niños, los cuales deberán ser rescatados por dos caballeros andantes en tejanos que cuentan con la complicidad de la esposa vegetariana del inhumano monstruo.



Tras la proyección, Esteve Riambau ha sondeado al realizador a propósito del ascendiente que la obra de Bertolt Brecht haya podido ejercer sobre su modo de filmar. Algo a lo que Green se muestra aquiescente, concediendo que su película se beneficia de una cierta teatralidad que tiene por objeto hacer creíble el argumento sin recurrir a mayores artificios. Y pone varios ejemplos: al ogro no lo vemos nunca íntegramente sino que apenas se muestran partes de su cuerpo (los pies, la espalda...), puesto que enseñándolo al completo se restaría verosimilitud y se caería en el ridículo. Otro tanto ocurre con el león que acompaña a uno de los caballeros: por más que en pantalla veamos un perro, basta con llamarlo león para que automáticamente se obre el milagro en nuestra imaginación a través del poder evocador de la palabra.

Le monde vivant se rodó en el departamento de Pyrénées-Atlantiques (nombre que, en palabras de Green, "la Sacrosanta República Francesa da al País Vasco francés"), ya que sus bosques y zonas montañosas, además de ofrecerle las localizaciones idóneas para la historia que quería contar, representaban una buena oportunidad para rendir homenaje a una región que admira: en ella transcurre la trama de dos de sus novelas e incluso proyecta rodar un filme en euskera. Y Riambau, a quien le ha llegado el rumor de que tal vez el realizador haga lo propio en catalán, le pide a Green que, de ser así, el estreno tenga lugar en la Filmoteca.


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