Director: Frederick Wiseman
EE.UU., 1969, 75 minutos
High School (1969) de F. Wiseman |
Fiel a la aparente objetividad de muchos de sus trabajos, en el segundo de los documentales que estrenara Wiseman se introducían las cámaras en el Instituto de Enseñanza Secundaria Northeast. Y lo hacía para filmar el día a día de alumnos y profesores, en una sucesión de instantáneas que arrojan una impronta impagable de uno de los momentos de mayor efervescencia que se han vivido en el seno de la sociedad americana. Es 1968 y, con el trasfondo de la guerra de Vietnam y del movimiento contracultural, asistimos al transcurso de unas clases de francés (donde se insiste en que los galos comen en la salle à manger y no en la cuisine), de música, de español (con la profesora recalcando el término existencialista para referirse a Sartre) o de literatura.
Que se trata de un centro educativo plural lo iremos comprobando conforme avance el metraje. Y, si bien es cierto que la mayoría de sus docentes defienden una férrea disciplina y una estricta moral (verbigracia: el ginecólogo que, entre bromas, advierte de los peligros de la promiscuidad), también veremos a una profesora capaz de servirse en el aula de una canción de Simon & Garfunkel ("The Dangling Conversation"), mostrándola a sus alumnos como ejemplo de qué es poesía. Algo que, a la luz de cómo algunos han puesto morros a la reciente concesión del Nobel a Bob Dylan, adquiere todavía más valor por lo que tuvo entonces de avanzado.
La escena final, sin embargo, en la que la directora del centro lee en el salón de actos, con lágrimas en los ojos, la carta que ha recibido desde Vietnam de un antiguo estudiante, podría dar a entender que todo ese proceso educativo del que hemos sido testigos tiene como meta formar soldados que se sacrifiquen por su patria. Evidentemente esto es sólo una posible lectura, aunque el montaje del nada inocente Wiseman parece abocarnos directamente a extraer dicha conclusión.
En todo caso, vale la pena quedarse con determinadas escenas por la vigencia de la que aún hoy, casi cincuenta años después, siguen gozando. Por ejemplo, la de aquella tutoría en la que el arrogante padre de una alumna recrimina a los profesores las malas notas de su hija, mientras que ella, en cambio, prefiere ser maquilladora en lugar de estudiar una carrera: a quienes digan que los padres de hoy en día son mucho peores que los de antaño habría que pasarles este fragmento de hace medio siglo...
Que se trata de un centro educativo plural lo iremos comprobando conforme avance el metraje. Y, si bien es cierto que la mayoría de sus docentes defienden una férrea disciplina y una estricta moral (verbigracia: el ginecólogo que, entre bromas, advierte de los peligros de la promiscuidad), también veremos a una profesora capaz de servirse en el aula de una canción de Simon & Garfunkel ("The Dangling Conversation"), mostrándola a sus alumnos como ejemplo de qué es poesía. Algo que, a la luz de cómo algunos han puesto morros a la reciente concesión del Nobel a Bob Dylan, adquiere todavía más valor por lo que tuvo entonces de avanzado.
La escena final, sin embargo, en la que la directora del centro lee en el salón de actos, con lágrimas en los ojos, la carta que ha recibido desde Vietnam de un antiguo estudiante, podría dar a entender que todo ese proceso educativo del que hemos sido testigos tiene como meta formar soldados que se sacrifiquen por su patria. Evidentemente esto es sólo una posible lectura, aunque el montaje del nada inocente Wiseman parece abocarnos directamente a extraer dicha conclusión.
En todo caso, vale la pena quedarse con determinadas escenas por la vigencia de la que aún hoy, casi cincuenta años después, siguen gozando. Por ejemplo, la de aquella tutoría en la que el arrogante padre de una alumna recrimina a los profesores las malas notas de su hija, mientras que ella, en cambio, prefiere ser maquilladora en lugar de estudiar una carrera: a quienes digan que los padres de hoy en día son mucho peores que los de antaño habría que pasarles este fragmento de hace medio siglo...
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